Capítulo 2

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                                                                                              11 de noviembre del 2021

Despierto llegando a la puerta de un edificio totalmente desconocido, en la cumbre de una montaña nevada. Dos hombres encapuchados arrastran mi cuerpo inconsciente, dejando así un camino de nieve trazado con mis pies. Ambos me dejan en el suelo, a un par de metros de la entrada de un edificio, mientras se alejan de mi montaña abajo, desapareciendo entre los árboles. Me levanto y camino con dificultad hasta la puerta, pues todavía puedo sentir el frío en todas las extremidades de mi cuerpo y, cada paso que doy, es como si estuviese caminando descalzo sobre una fosa de brasas encendidas.

El sol no ha salido, pero el edificio está iluminado y me ayuda ver con claridad. El exterior del edificio está hecho de acero recubierto de cobre, y cuenta con tres plantas de altura; ninguna con ventanas. Tiene una forma extraña, pues desde el punto de vista en el que me encuentro, soy incapaz de descubrir su simetría. Sin embargo, es posible que tan solo se trate de un edificio rectangular mal edificado y asimétrico.

Al entrar, me encuentro con un enorme recibidor lleno de plantas decorativas, alfombras de pelo cortado, luces por todo el techo; incluso en paredes, y un mostrador semicircular fabricado en madera de pino macizo. Detrás del mostrador hay dos mujeres dándome la espalda y hablando entre sí, tan entretenidas que ni siquiera percatan mi presencia. Ellas me sorprenden cuando, al llegar al mostrador y dar un pequeño golpe a la mesa, se giran para mirarme. —Son idénticas. —me digo a mí mismo. Ambas son morenas, con el mismo corte de pelo a la altura de los hombros, ojos azules y misma estatura.

—¿Usted quién es y qué hace aquí? Es imposible. —dice una de las dos mujeres, cruzándose de brazos a la espera de una respuesta.

La mujer que me habla lleva un blazzer negro con una tarjeta de identificación a nombre de Miriam. La otra mujer lleva un blazzer rojo vino con otra tarjeta de identificación a nombre de Carmen. ¿Quién soy? La verdad es que no lo sé. No recuerdo nada, ¿cómo me llamo y qué hago aquí? En mi cabeza hay demasiadas preguntas sin responder. Perdido por el pánico, empiezo a dar pasos hacia la salida ante la falta de aire. Necesito respirar hondo y recordar quién soy, ¿es posible que me haya dado un golpe y no recuerde nada sobre mi?

—Oiga, no se vaya. ¿Dónde piensa ir?, no hay nada allí fuera, este edificio es lo único que queda.

No hay nada allí fuera, es lo único que queda... Me giro hacia ella, sin entender muy bien el significado de esas palabras y, aunque una parte de mi está aterrada, decido hablar.

—¿Qué quiere decir con eso? —pregunto con la voz entrecortada.

Miriam y Carmen me observan sorprendidas, sin decir ni media palabra. La tensión crece en el ambiente, y yo empiezo a desesperarme tras ver que no me contestan. De pronto, un hombre con una enorme bata blanca, aparece bajando escaleras hasta llegar a la recepción.

—Bienvenido a nuestras instalaciones. Soy Carlos, el psiquiatra de urgencias. Estamos encantados de tenerte aquí, esperábamos tu llegada aunque sentimos mucho que hayamos tenido que traerte en estas condiciones. Seguramente tendrás muchas dudas en este momento, por eso estaremos a tu disposición las veinticuatro horas del día para lo que necesites. No obstante, ahora mismo debes acompañarme, te instalarás aquí con nosotros.

—Un momento, ni siquiera sé qué sitio es este. ¿Psiquiatra de urgencias?, ¿es que queréis encerrarme un psiquiátrico? No estoy loco, yo... yo no estoy...

—Por supuesto que no, esto es un hospital psiquiátrico, el único sitio dónde puedes ir en este momento, no hay nada más allá de estas cuatro paredes. Intentamos descubrir qué ha pasado, no sabemos por qué no queda nadie con vida, así como tampoco sabemos como has logrado sobrevivir. Un par de trabajadores del hospital te encontraron en el suelo, a punto de sufrir una hipotermia. Tras descubrir que estabas con vida, no dudamos en traerte, no podíamos hacer otra cosa, era eso o dejarte morir.

Mientras el psiquiatra conversa conmigo, Miriam me obliga a deshacerme de todo tipo de pertenencias. Miro mi cuerpo semidesnudo, paso las manos entre los bolsillos del pantalón deportivo y saco lo que intuyo que son las llaves de mi casa.

Es todo lo que tengo.—digo mirándola a los ojos.

Me colocan una pulsera en la mano izquierda y una bolsa de tela con la ropa que usaré en adelante. Sigo los pasos del psiquiatra, que se para delante de una puerta y la abre introduciendo un código secreto. El hospital está repleto de largos y eternos pasillos. Tras subir a la primera planta desde un ascensor sólo autorizado para trabajadores, y cruzar una última puerta cerrada con llave, llegamos a la zona donde pasaré los próximos días hasta que todo se solucione. Lo primero que hago es observar a las personas que hay a mi alrededor. Todas las personas son mayores que yo, de aproximadamente 65 años. Carlos me lleva hasta una habitación dónde me presenta a un hombre que permanece quieto frente a la puerta.

—Este hombre encantador es tu compañero de habitación; Adrián. Esta habitación será el lugar donde dormirás, vuestra habitación. Seguro que os llevaréis genial. —dice sonriéndonos .—¡Ah!, se me olvidaba. Imagino que querrás ducharte y ponerte cómodo. Tienes el acceso a las duchas al final de este pasillo, después de ducharte, puedes dejar la ropa que llevas delante de la puerta de esta habitación, pasarán a recogerla para lavarla y guardarla. Mientras tanto, ponte la ropa que te han dado en recepción, es un pantalón verde y una camiseta blanca, siéntete como en casa. Si quieres comer algo o necesitas alguna cosa, debajo del escritorio tienes un botón, todos tenéis uno al lado de vuestra respectiva cama. Tan solo debes pulsarlo y, automáticamente, oirás la voz de una de las chicas que te han atendido en recepción, a través de un mini altavoz incorporado al botón y serán quiénes te facilitarán ayuda acorde a tus necesidades: comida, recambio de sábanas, ayuda sanitaria...

—Muchas gracias, pero no les molestaré más por hoy. Estoy muy cansado y necesito dormir, cuando despierte comeré algo.

Carlos se da la vuelta, siguiendo los pasos que dimos para llegar hasta aquí. Observo cómo se marcha y, cuando ya no aparece en mi campo visual, decido entrar en la habitación junto al hombre que será mi compañero. Al entrar en ella, me doy cuenta del frío que hace y la tristeza que me causa este lugar. Es un cuarto pequeño, con dos camas y un escritorio amplio que separa nuestras respectivas camas. En la pared no hay ninguna ventana, tan solo un montón de manchas de humedad causadas por la falta de ventilación, y el desgaste de la pintura con el paso del tiempo. El hombre se sienta en su cama y me observa callado. Yo, incómodo entre estas cuatro paredes, decido salir de allí con el pijama en la mano e ir directo a zona de aseo. Tras una ducha caliente y un paseo hasta mi cama, caigo en un sueño profundo, deseando esta vez despertar en el mismo sitio, sin ser arrastrado en algún otro extraño lugar.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora