Capítulo 3

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                                               Diez años antes

13 de noviembre, Barcelona.

Valeria pasó tiempo junto a su madre y Marta; su hermana pequeña de 8 años. Tal y como prometió Claudia, estuvieron delante del televisor entre mantas y palomitas, celebrando su cumpleaños junto a las personas que más quería en esta vida. Sin embargo, Héctor; un padre que, pese a intentar buscar tiempo para sus hijas y su mujer, pasó toda la tarde y gran parte de la noche trabajando sin parar.

Claudia se levantó del sofá y se dirigió a la cocina, el lugar que se había convertido en el despacho de su marido. Esta era abierta, conectada al salón a través de una gran isla de mármol en el centro. Alrededor de ella, cuatro taburetes a juego con cinco lámparas que se dejaban caer del techo a la isla, dejando a penas un par de metros de distancia entre sí.

—Cariño, me voy a trabajar. Si no salgo ya, llegaré tarde.—avisó a su marido mientras le daba un cálido beso.

—Espera, ahora te llevo el termo con café recién hecho, para que te lo lleves al trabajo.—dijo Héctor levantándose de la silla.

Valeria y Marta se levantaron corriendo del sofá para despedirse de su madre como hacían cada día desde pequeñas. Claudia llevaba años trabajando de enfermera en el turno de noche y cada vez se le hacía más cuesta arriba. Nunca le ha gustado tener que coger el coche tan tarde pero, por suerte, tenía unos amigos a dos calles de su trabajo y le dejaban su plaza de aparcamiento para no pasarse horas buscando aparcamiento ni pagar por estacionar en la zona azul. Al dejar su coche en la plaza de sus amigos, tan solo tenía que cruzar un callejón y una pequeña plaza para llegar a su puesto de trabajo.

—Adiós mamá, te queremos mucho.— dijeron sus hijas al unísono.

—Cuida de tu hermana, Val. Y no os vayáis a dormir tarde viendo Teen Wolf, que os conozco.—rió.— ¿Dónde se ha metido vuestro padre?.

Abrazó una vez más a sus hijas y se dio la vuelta buscando a Héctor con la mirada, pero no había ningún rastro de él.  Comenzó a caminar por la casa, pues no quería irse a trabajar sin despedirse de él y llevarse el termo con el café. Repasó la cocina observando cada rincón; observó el salón, el cuarto de baño principal, la habitación de invitados y la entrada de la casa. Los tacones repiqueteaban sobre la madera de la escalera a medida que subía lentamente por ella. Entró en la habitación de Marta, así como también en la de Valeria, se asomó al cuarto de baño de sus hijas. Ni rastro de él.

—¿Héctor? —sonaba entre las paredes de la casa.

La puerta de la habitación que comparten se encontraba cerrada. Claudia estaba a pocos metros de ella pero, cada pequeño paso que daba, más nerviosa estaba. Le aterraba encontrarse a su marido muerto en el suelo, a pesar de que esa era una idea descabellada e imposible.

—Héctor, ¿estás ahí?. Dime algo, por favor, ¿te ha pasado algo? Quizás no es tan imposible, quizás sí que te ha pasado algo ¿Por qué no me ibas a responder si estuvieses bien? Me dirías algo, ¿verdad?. Un "Estoy aquí, cariño.", "En la habitación, ven."... algo.

La puerta sonaba a medida que iba empujándola. Se asomó despacio, aterrada, inspeccionando cada rincón de esas cuatro paredes. Ahí estaba, en la alfombra situada delante de la cama. Claudia no se creía lo que estaba viendo, estaba aterrada, sus piernas pasaron de la rigidez a un flan recién sacado de la nevera. Terminó de dar los últimos pasos hasta llegar a la cama.

—Feliz cumpleaños, amor mío.— respondió por fin su marido.

- Es... ¿esto qué es?

—Una pequeña sorpresa, ya son las 0:00, es tu cumpleaños cariño. Antes de que digas algo, he hablado con tu supervisora, entras una hora más tarde. Siento no habértelo consultado pero, de haberlo hecho, harías preguntas y acabarías descubriendo la sorpresa.

Sin mediar palabra, empezó a caminar hacia él. Sin darse cuenta, sus ojos se entumecieron y las lágrimas recorrieron sus mejillas hasta desaparecer entre la comisura de sus labios.

—No vuelvas a asustarme de esta forma, no te encontraba por ninguna parte de la casa, pensé que te había pasado algo.—respondió entre sollozos, limpiando sus lágrimas con las yemas de los dedos.

—Escúchame, amor. No llores más, lo siento mucho, no era mi intención asustarte. Ahora, disfruta de la pequeña sorpresa.—dijo limpiándole las lágrimas que seguían cayendo en su rostro.

Observó la habitación detenidamente. La cama estaba llena de pétalos rojos, blancos y rosas. En el centro de la cama había una carta roja con su nombre escrito en cursiva. A sus pies, la alfombra blanca de pelo estaba cubierta de rosas rojas, formando un corazón a su alrededor. Valeria entró por la puerta junto a su hermana, se acercaron a su madre y extendieron una mano cada una, sujetando así, una cajita negra.

—Feliz cumpleaños, mamá—dijo Valeria sonriendo a su madre.

—Va, ábrelo, ábrelo ¡Qué lo abra, qué lo abra!—respondió Marta en tono musical.

Miró a sus hijas, miró a su marido, extendió la mano y cogió la cajita con delicadeza.

—¿Qué es?—preguntó intrigada.

—Hasta que no lo abras, no lo sabrás, querida.—sonrió Héctor.

El tacto de la cajita era suave, muy agradable. Abrió la cajita y, automáticamente, arrancó a llorar.

—¡Oh, no puedo creerlo! Esto es demasiado, yo, no sé que decir yo...

—Di que sí. Di que quieres volver a casarte conmigo, que sigues enamorada de mi como lo estoy yo de ti. Di que sigues escogiéndome a mi y que quieres esta vez que tus dos hijas nos vean casarnos.

—Pues claro que sí, sí a todo. Claro que quiero, pero cariño... ¿casarnos otra vez?, eso es mucho dinero.

—No tenemos que casarnos por todo lo alto, no tiene que ser una boda formal, tan solo una boda íntima, aunque esta vez con nuestras hijas presentes.

—Venga mamá, di que sí. Lo estás deseando.—dijo Valeria guiñándole un ojo.—además, esta vez no estaré en tu barriga, si no a tu lado. Tú, papá, Marta y yo.

—En ese caso, mil veces sí.

Héctor cogió el anillo y se lo puso a Claudia. Ambos sonrieron, se besaron y se abrazaron durante un rato. 

—Yo no quisiera estropear este momento, pero debo marcharme. No quiero llegar tarde al trabajo.

Él asintió con una sonrisa de oreja a oreja, bajaron las escaleras y Claudia se marchó a trabajar llevándose el termo de café consigo.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora