Capítulo 4

18 6 1
                                    

11 de diciembre del 2021

Llevo aquí dentro un mes, cansado de no obtener recuerdos que puedan ayudarme a entender por qué estoy aquí, así como también qué pasó antes de llegar. Vine aquí arrastrado por dos hombres que no conozco, en contra de mi voluntad, me encierran en un hospital psiquiatra —como si estuviese loco, yo.— y lo peor, ni siquiera me explican qué hago aquí o por qué no puedo volver a mi hogar. Necesito saber por qué estaba cubierto de sangre en el momento que desperté, necesito resolver todas mis dudas. ¿Hice daño a alguien?, ¿soy un asesino?, ¿un monstruo?, ¿a cuántas personas maté?, ¿estoy aquí encerrado por haber cometido algún crimen? Aunque, de ser así, ¿por qué estoy en un hospital psiquiátrico en vez de estar entre rejas y rodeado de policía?

Yo solía ser un chico muy risueño. Me encantaba reír sin parar, escuchar música y leer, así como también cocinar.  Solía pasarme horas en la cocina con a penas 13 años. Al principio era algo que me costaba. —Qué rollo—me decía a mi mismo. Pues realmente mi pasión por la cocina comenzó a la fuerza, como una obligación. Mi padre solía pasar gran parte de su tiempo trabajando, desaparecía dos semanas y volvía a casa para atormentar a mi madre entre gritos y golpes. En cambio, mi madre se pasaba todo el día en la cama y no hacía más que lidiar con el maltrato que recibía en casa y luchar a su vez contra una enfermedad que la consumía lentamente.

—Señor Mendoza, ¿de qué enfermedad se trataba?

—Drogadicción.

La señorita Martínez no aparta la vista de mi, tan solo se limita a asentir en silencio. Ella se encuentra sentada en un precioso sillón de pelo sintético, con una libreta y un boli Bic. En cambio, yo me encuentro sentado en un puff gigante de color gris perla, mientras hablo sobre mi vida pasada. Cuando estoy aquí me siento el protagonista de una historia, mi historia. Al principio no me sentía cómodo, siendo honesto. Venía, me sentaba y me quedaba escuchando sus preguntas sin contestar. A veces me contaba cosas suyas y, ciertas o no, poco a poco ha ido ganando mi confianza. Cada vez que vengo a su consulta ella logra que me sienta especial; me presta atención, conversa conmigo, me hace sentirme cómodo y, lo más importante, me siento feliz.

Apunte, usted no se corte.—le digo mientras continúo hablando de mi madre. —Como ya sabe, la drogadicción es una enfermedad que padece más personas de las que podríamos llegar a contar entre usted y yo. Principalmente afecta al cerebro y al comportamiento de una persona, y produce incapacidad de controlar el consumo de esas drogas. Tiene gracia, señorita Martínez, cada día entraba en su habitación para llevarle algo de comida y nunca había imaginado que sería capaz de recurrir a las drogas. Al menos, no hasta que lo vi con mis propios ojos.

—¿Quiere decir que le viste consumir algún medicamento psicotrópico?.

—No exactamente. Yo no vi que consumiese esos medicamentos, ni siquiera la vi comer lo que le preparaba cada día. Mi padre me contó que tenía depresión y por eso debía cuidarla mientras él salía a ganar dinero. —si no maltratases a mi madre, ella no estaría así.—pensé yo en ese preciso momento. —Jamás creí que llegaría esos extremos.

Entonces, si usted no vio a su madre consumir, ¿por qué razón afirma tal enfermedad?

—¡Joder!—digo levantándome, dando vueltas en la sala. —Entré en su habitación con el propósito de dejar la bandeja de comida, como hacía todos los días. Me acerqué a ella despacio para no molestarla y en su mesa de noche encontré analgésicos opioides, ¿me entiende ahora?

Cálmese, señor Mendoza. Yo tan solo quiero ayudarle, pero no puedo hacerlo si usted no me deja. Así que hágame el favor de calmarse y contarme lo que me está intentando explicar. Sin gritar.

—Usted no sabe nada.

Me siento de nuevo en el puff sin a penas fuerzas, me llevo las manos a la cara, doy un largo y lento suspiro al mismo tiempo que voy relajando mi cuerpo.

Me cuesta contarle esto, ¿vale? Mi madre murió por mi culpa. Ojalá hubiese podido sacarla de ese horrible mundo.

—No es su culpa, usted no tiene culpa de que su padre fuese así con ella ni tampoco tiene culpa de que su madre decidiese meterse en ese mundo.

—Yo tendría que haber matado a mi padre antes de que mi madre se quitase la vida. Yo no... no sabía que tomaba drogas. Tendría que haber estado más pendiente de ella, pero no supe cuidarla. Ese día, cuando encontré las pastillas mientras mi madre dormía, fue la última vez que la vi. Traté de despertarla cuando vi todos esos analgésicos. Balanceé su cuerpo, grité su nombré, hasta intenté abrir el párpado de sus ojos a la fuerza. Cuando vi que no despertaba entendí lo que estaba pasando. No pude evitar echarme a llorar mientras abrazaba su delgado cuerpo, suplicando que se despertara. La policía me separó de ella y no pude decirle adiós. Era incapaz de asumir que ella se había ido. —Mi madre, la mujer más importante de mi vida, muerta.— intento respirar muy hondo, tratando a toda costa sacar el nudo que se me ha formado en la garganta, así como también las lágrimas a punto de salir.

—¿Y que pasó con su padre?

—Francamente, ni lo sé ni me importa. En cuanto cumplí los 16, me fui lejos de aquella casa. Tuve suerte de poder mudarme a Barcelona. Allí empecé a estudiar de día y por la noche trabajaba en un pequeño restaurante en un área de servicios, a las fueras de la ciudad. Gracias al trabajo y mi pequeño sueldo, una pareja buscaba un compañero de piso y pude instalarme con ellos por un precio económico. Compartía gastos como la luz, el agua, el alquiler...

—Bien, señor Mendoza. Hoy se nos hace tarde, pero volveremos a vernos, ¿de acuerdo? Estaré aquí para escuchar bien atenta a su historia. Por el momento vamos progresando, puesto que llevamos un mes y es la primera sesión que logro que me cuente algo sobre usted. 

—¿Me van a decir ya cómo acabé aquí?

—Hable con el Dr. Carlos. Tengo entendido que fue la persona que conoció al venir, ¿no es así?. Seguro que podrá ayudarle a entender cómo llegó usted hasta aquí. Nos vemos en unos días, no deje de progresar, quizás si hace memoria hacia un tiempo atrás de llegar al hospital logre recordar lo que necesite saber.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora