Capítulo 7

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                                                                                                   15 de noviembre del 2001, Barcelona.

A punto de ser las cinco y media de la tarde, la lluvia cesó y Valeria asomó la cabeza por la ventana de su habitación. El sol estaba a punto de desaparecer entre los tejados de las casas que tenía delante. Si hay algo por lo que Valeria pudiese estar agradecida cuando sus padres decidieron crear una familia, era comprar una casa a las afueras del centro de Barcelona, en un pueblecito de pocos habitantes, lleno de casitas y pequeños edificios, y lejos del ruido del tráfico y de gente chocando entre sí. Su rostro se reflejó en la ventana y se quedó mirándose a sí misma durante unos instantes. Tenía un tono pálido y poco descansado. Su pelo castaño recogido en una trenza caía hasta llegar a su cintura. Se miró un instante más de arriba a abajo e hizo una mueca de desaprobación. Odiaba los vestidos con todas sus fuerzas, así como también odiaba el color negro. No podía creerse la situación por la que estaba pasando. Su madre acababa de morir y, por más que se esforzara, era incapaz de mostrar su tristeza. Se sentía completamente vacía. Bajó las escaleras y cruzó el pasillo hasta la cocina, donde su padre permanecía quieto en una silla.

Todavía no me creo que ya no esté entre nosotros. ¿Por qué motivo ya no está aquí, con su familia? —dijo levantando la mirada hacia ella. Se secó las lágrimas con la manga de su camisa negra e intentó aclarar su garganta. —¿Sabes, hija? —prosiguió minutos después de coger un poco de aire entre frase y frase. —no deja de resonar su risa en mi cabeza y, cuánto más lo recuerdo, más real parece. Siento que aún permanece con nosotros; feliz, riendo como siempre hacía. Tu madre siempre ha sido una mujer muy fuerte y alegre, igual que tú... eres tan fuerte y tan guapa como ella.

Tenía la voz quebrada, como si alguien le hubiese arrebatado el alma. Ella se sentó a su lado y permaneció callada. Sabía que su padre necesitaba compañía pero, a su vez, también necesitaba asimilar lo ocurrido y dejarle llorar por la pérdida de su mujer.

Pero hay algo que no entiendo, hija. ¿Cómo ha podido pasar esto? Necesito saber que ha pasado, necesito saberlo para pasar página y para que ella pueda descansar.

—Papá, descubriremos la verdad. Te lo prome...

Marta bajó las escaleras a cámara lenta, como si el cuerpo entero le pesara y no tuviese fuerzas para sujetarse. Su rostro iba mirando al suelo tratando de ocultar su tristeza. Valeria se quedó callada, observando cómo su hermana entraba despacio en la cocina. Llevaba un precioso vestido negro hasta la altura de sus pequeñas rodillas y una diadema en la mano que le regaló su madre en su último cumpleaños. Valeria se acercó a ella, le retiró el pelo hacia atrás y le puso la diadema dejando tan solo dos mechones cayendo por los laterales de su rostro. El reloj de la cocina marcaba las seis de la tarde,  precisamente la hora de irse a dar el último adiós. Marta cogió la mano a su hermana mayor y tiró de ella con suavidad para macharse. Valeria frenó en seco y miró a su padre, inmóvil. Él hizo un gesto con la cara y entendió perfectamente su necesidad de quedarse a solas un par de minutos. Ambas hermanas salieron de casa, caminando montaña abajo como alma en pena.

Cuando llegaron al funeral, ya había mucha gente en la puerta conversando entre ellos mientras se mantenían a la espera. Algunas personas se acercaron para dar sus condolencias. Se pasaron la tarde escuchando frases como: «Una gran persona, siento mucho su pérdida», «Mucho ánimo, ella siempre estará cuidándonos desde arriba», mientras asentían con la cabeza. Valeria se giró en busca de su padre para asegurarse de haber llegado, pero no logró verlo.

—¿Se habrá quedado en casa?—se preguntó a sí misma. —No, no es típico de él, nunca haría algo así. Él vendría a despedirse de mamá.—dijo intentando autoconvencerse.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora