Capítulo 9

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16 de noviembre del 2001, Barcelona.

Valeria despertó a temprana hora de la mañana. A penas pudo dormir y sentía que la cabeza le daba vueltas. El cansancio del día anterior pudo con ella, creando así una montaña rusa en su estómago. Se levantó de la cama lo más rápido que pudo y vomitó sin poder evitarlo. Soltó su moño despeinado que se hizo la noche anterior para dormir y se metió en la ducha lo más rápido posible. Al sentirse bien bajo el agua, decidió quedarse un rato más, alcanzó su teléfono, buscó Fallin' de Alicia Keys y le dio al play.

Pasados cuarenta y cinco minutos, salió de la ducha con las manos arrugadas. Cogió una toalla para tapar su cuerpo y se dirigió a su cuarto con otra toalla en la mano para envolverla en su pelo. Allí abrió el armario y escogió la ropa que se pondría ese día. Se puso un jersey de lana gris claro, unas mayas negras para ir cómoda y unas botas efecto pelo gris de marca UGG.

—¿Ya son las 10:05? Mierda, me he entretenido demasiado. —dijo mientras cogía la chaqueta y la bufanda para combatir el frío de la calle.

Buenos días, cielo. ¿Qué haces despierta tan pronto? —preguntó su padre mientras bajaban ambos por las escaleras de la casa.

He pensado que sería buena idea pasarme a visitar a los profesores y así me ponen un poco al día. Espero retomar las clases lo antes posible, necesito ocupar mi tiempo para no pensar demasiado en... —Valeria se calló un segundo, pensando que estaría mal nombrarla en un momento tan delicado. —Bueno, papá, no quiero llegar muy tarde, voy a coger el bus ya.

Valeria cogió las llaves de casa, se las metió en el bolso que usaba siempre para ir a clase y abrió la puerta dispuesta a salir.

—¡Espera! —dijo gritando sin darse cuenta. —No sé cómo te vas a tomar lo que te voy a decir, pero debo hacerlo.

—¿Me puedes soltar la bomba ya? Por favor, no aguanto tanto suspense.

—Bueno, hija... te sacaste el carnet de conducir, pero tu madre y yo nunca te permitimos usar nuestros coches, tampoco pudimos comprarte uno.

—Sí, lo sé. Y lo comprendo, papá. Siempre tenemos muchos gastos, nunca me he quejado al respecto. ¿Por qué lo preguntas?

—Escúchame, no tienes por qué hacerlo si no quieres. Pero me gustaría que el coche que está en la puerta fuese tu coche.

—¿Coche? ¿Qué coche, papá?

Valeria salió despacio y observo la calle. Las lágrimas se apoderaron a su rostro y las piernas le empezaron temblar.

—Es... es el coche de mamá. —respondió limpiándose las lágrimas con la manga del jersey.

Es tu coche. Estoy seguro de que ella lo querría así. Ya no tendrás que esperar al bus cada vez que quieras salir de casa. —contestó con una leve sonrisa.

—No sé si puedo aceptarlo, papá.

Héctor se acercó a su hija con gesto de comprensión. Extendió su mano y dejó caer las llaves del coche en su bolso.

Estas llaves irán contigo siempre, para cuando estés lista. Sé lo complicado que es todo ahora, pero estoy seguro de que tu madre estaría muy feliz con esta decisión. —contestó antes de darle un beso en la frente y meterse dentro de la casa.

Valeria se quedó observando el coche, atónita. No sabía qué decisión tomar. Por un lado, tener coche facilitaría su vida para desplazarse a clase y ser un poco más independiente. Por otro lado, los recuerdos de su madre eran muy recientes y no sabía si podría ser capaz de lidiar con ello.

—¿Por qué me haces esto, papá? Quiero subirme a ese coche, pero no estoy segura de sentirme preparada. —dijo en voz alta sabiendo que nadie estaba escuchando.

Observó las llaves y el coche. Miraba primero las llaves, después el coche. Otra vez las llaves, luego el coche. Así hasta siete veces.

—Lo voy a hacer.

Cogió las llaves con la mano derecha y se acercó hasta la puerta del conductor. Contó hasta tres e introdujo la cerradura. Uno, dos, tres. Y cuatro, y cinco, y seis...

—No puedo. No puedo hacerlo.

Mientras negaba con la cabeza, giró la llave y la puerta se desbloqueó. No se creía lo que estaba a punto de hacer, pero abrió la puerta y se montó sin dejar paso a todas esas dudas que rondaban en su cabeza. Dejó su bolso en el asiento del copiloto. Seguidamente acomodó su asiento, los espejos retrovisores y se puso el cinturón. Estaba muy tensa, pues era incapaz de sentirse cómoda dentro de aquel coche cuya madre solía pasar horas al volante. Respiró hondo y maldijo en voz alta mientras, a su vez, rompía a llorar apoyando las manos al volante. El coche conservaba el aroma de su madre con aquel perfume que tanto le gustaba ponerse para cualquier ocasión. Aquel olor inundó los pensamientos de Valeria, recordando momentos con ella. De pronto sintió unas náuseas terribles, todo le daba vueltas.

—Todo esto es culpa mía, yo debí insistirte más. No debí dejar que te fueses a trabajar después de oír la radio anunciando el mal temporal.—dijo secándose las lágrimas.

Tras cerciorarse de encontrarse en buen estado para conducir, arrancó el coche y encendió la radio. Buscó una buena canción que le ayudase a despejar la mente, pero ninguna emisora estaba emitiendo música. Tan solo se oían voces pasar al mismo tiempo que cambiaba de emisora rápidamente. Decidió apagarla y dejar que el silencio invadiese el ambiente.

La universidad tenía una zona de aparcamiento gratuito para alumnos y profesores, pero solo podía aparcar quién llegase antes. A suerte de Valeria, alguien desocupaba una plaza de aparcamiento cuando ella llegaba, cosa que Valeria agradeció para no perder el tiempo buscando aparcamiento o evitar estacionar lejos. Caminó por el campus tranquilamente, como si fuese la primera vez que venía y todo fuese nuevo para ella. Sabía que algo iba mal, volvía a sentir náuseas.

—¿Valeria? —escuchó una voz a lo lejos casi imperceptible a sus oídos.

De pronto se hizo de noche, estaba todo oscuro. El sol fue tapado, las farolas no iluminaban la calle y el campus estaba apagado. El ruido del tráfico paró, los pájaros dejaron de piar, la gente dejó de hablar y el murmullo desapareció. Absoluto silencio, el mundo se había parado en seco.

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⏰ Última actualización: Feb 26, 2021 ⏰

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