Capítulo 8

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11 de diciembre del 2020

Este sitio me tiene anonadado. Soy incapaz de apartar la vista, pues observo con detenimiento cada rincón como si de una fantasía se tratara. Doy pequeños pasos por toda la sala y me detengo en cada una de las obras de este lugar, casi sin pestañear.

—¿Cómo sabías que el museo estaba precisamente detrás de esa puerta?

—Soy una persona muy observadora. Llevo mucho tiempo aquí, diez años de paseos por estos largos pasillos observando cómo mi vida se iba deteriorando entre estas paredes, y ellas conmigo.

Adrián empieza a contarme detenidamente cómo reconoció este lugar. Ha empezado a explicarme que caminaba como un día cualquiera, pero no os voy a mentir, después de la primera frase he dejado de escucharle.

—¿Me estás escuchando?

—¿¿Ehhh?? Ah... sisi, por supuesto.

—¿Me tomas el pelo? Estaba hablando con los cuadros, ¿verdad?

—Bueno, creo que te han prestado más atención que yo, no te lo voy a negar. Lo siento, ¿qué me estabas diciendo? —sonrío tímidamente rascándome la cabeza.

—¿Recuerdas el camino que hemos hecho hasta aquí?

—Sí, lo recuerdo. ¿Por qué?

— Yo nunca escogía el camino por dónde hemos venido, pero ese día algo en mi interior me dijo que cambiase el rumbo de mis pasos. Así fue. Caminé en dirección contraria a mi rutina mañanera. Lo que no sabía es que aquellos pasos despertarían la curiosidad en mi. Este lugar me resulta familiar, dijo mi cerebro observando la pared. Pero yo no quise hacerle caso. Retrocedí mis pasos y comencé a caminar hasta la habitación. Esa misma noche no pude dormir, mi corazón iba a mil por hora, algo pasaba. Al día siguiente volví al mismo lugar. Esa vez fui más seguro de mí mismo. Empecé a contar; Uno, dos, tres pasos. Cuatro, cinco, seis, siete pasos. Cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos pasos. Clavé las zapatillas en el suelo delante de la misma pared y la observé durante segundos, minutos, horas... qué sé yo.

—Entonces descubriste este lugar, ¿no es cierto?

—Así es. Desde entonces, mi tiempo reside aquí, entre toda esta belleza. Y ahora dime, ¿qué cosa te mantiene tan distraído?

—Estaba pensando... ¿por qué crees que mantienen esta zona guardada, sin utilizarla como hospital?

—No lo sé, quizás guardan todo esto por si un día necesitan dinero. Esta sala debe valer una fortuna.

—¿Todas las obras son auténticas?

—¿Por qué no iban a serlas? Este museo era muy conocido, venía gente muy importante y muy adinerada, dudo que quisieran jugársela de tal manera. Yo era sólo un crío, pero era muy avispado y me fijaba en cada detalle. Me gustaba imaginar como sería la vida de cada persona por su forma de vestir. Algunos aparcaban sus lujosos coches delante de la puerta. Clientes VIP, decían llamarse. Mientras se dirigían a la entrada, se planchaban el traje con la mano por si pudiese haber alguna pequeña arruga y se sacudían sus zapatos relucientes. ¿Sabes? Siempre te miraban por encima del hombro, se daban el gusto como si tuviesen el derecho de hacer cualquier cosa por tener dinero.

—Bueno, pero se la jugaron vendiendo droga. Podrían jugársela también vendiendo obras falsas, ¿no? La gente es capaz de hacer cualquier cosa por dinero.

—Es diferente, ofrecían lo que los clientes pedían.

El tono de Adrián suena directo y seco, así que decido guardar silencio y disfrutar de este lugar antes de marcharnos. Mi mente sigue viajando lejos, muy lejos. Cada obra hace que viaje a un lugar diferente con distintas sensaciones. Mi compañero lleva media hora observando una misma obra, en un completo silencio.

—¿Estás bien? Parece que vas a memorizar cada pincelada del cuadro.

—Algo me resulta curioso. ¿Es posible que tengas razón y alguno sea falso? Aunque no tiene ningún sentido.

—¿Por qué lo piensas? Parecías estar muy seguro cuando has negado la posibilidad de estar delante de imitaciones.

Me acerqué a él para observar la misma obra. Estaba delante de La noche estrellada, de Van Gogh. Es una de las obras más famosas en el mundo. El cuadro fue pintando en 1889 y trata de las vistas nocturnas que tenía Van Gogh desde su habitación en el sanatorio de Saint-Remy, donde pasó los últimos años de su vida.

—Es quizás, el mismo final para nosotros. Pasar los últimos años de nuestra vida en este hospital psiquiátrico. ¿Suicidio?, ¿muerte natural? Quién sabe. En este hospital todos vivimos muertos por dentro, sin un motivo para levantarse, sin una razón para seguir viviendo. —contesta Adrián sin apartar la vista al cuadro.

Tiene razón, seguramente así sea el resto de nuestra corta o larga vida. No puedo culparle por pensar así, si yo llevase aquí 10 años también lo pensaría. Debe de ser muy duro pasar tantos años en este centro sin recibir noticias de la gente que uno quiere.

—Estoy de acuerdo contigo. —es lo único que logro decir.

Me siento triste por él, es triste ver pasar la vida sin más. No tener a nadie para abrazar, para besar, para expresar los sentimientos. Ha debido de ser muy duro para él no recibir una visita de sus hijos y ver como la vida le arranca de sus brazos lo que más aprecia; su mujer.

—¿Qué narices es esto? —dice Adrián sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué es qué? —contesto sin entender a qué se refiere.

Adrián comienza a pasar la yema de sus dedos por la obra de Van Gogh. Yo observo detenidamente lo que está haciendo, pero no doy crédito.

—¿Se puede saber qué haces? ¡Joder, Adrián! ¿Acabas de romper un cuadro que puede valer millones? Se nos va a caer el pelo, ya verás.

—¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? Vas a hacer que nos descubran. Mira esto. —dice sacando un trozo de papel del interior del cuadro.

—Pero, ¿esto qué es? ¿El cuadro tenía un bolsillo interior?

—Más o menos, eso parece. Ten, muchacho. A mi edad la vista no es muy buena, a ver si puedes echarme una mano y descubrimos qué puede ser. Debe de ser importante si estaba tan bien escondido.

Agarro el papel con delicadeza. Es un papel muy fino, amarillento por el pasar del tiempo. La tinta está intacta, parece un tipo de diseño arquitectónico. No entiendo muy bien qué quiere decir esto, estoy un poco confuso.

—Parece el diseño de un edificio. —contesto dubitativo.

—¿El diseño de un edificio? ¿Para qué iban a guardar tan bien el diseño de un edificio?

—Yo también estoy confuso, no entiendo nada.

—¿Y no hay nada más? ¿Eso es todo?

—Eso es todo. Nos lo llevamos. —contesto guardándome el papel en el interior del pijama. —Vayámonos de aquí antes de que nos pillen, puede ser peligroso. Sobretodo, no contemos esto a nadie, debemos descubrir por qué esto estaba tan escondido.

—Alguna razón habrá. — me responde cuando llegamos a la habitación después de un largo silencio paseando por los pasillos del hospital con paso tranquilo, evitando llamar la atención.

Hemos pasado gran parte del día en aquella especie de sala museo, arriesgándonos a que alguien estuviese buscándonos. Estamos agotados, así que decidimos no hablar más del tema y pasar el resto del día tranquilos.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora