Capítulo 6

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11 de diciembre del 2020

Nada más salir de la consulta me dirijo a la habitación con la cabeza agachada. Un vacío interior invade mi cuerpo tras ver que paso otro día más sin saber la verdad. Hay días que prefiero no despertarme, pues la soledad que siento en estas cuatro paredes me consumen lentamente.

—¿Un mal día?—dice Adrián sorprendiéndome gratamente.

—Malo se queda corto. No entiendo por qué tienen que hacer todo tan difícil en este sitio. ¿Tanto cuesta contarme la verdad? Sé que algo me están ocultando y, por alguna razón, esa información debe ser importante pero, ¿qué es tan importante como para no querer que lo sepa?.

Adrián y yo conversamos por primera vez durante un bueno rato. Al principio pensaba que era mudo o sordo; o ambas cosas. Me resultaba curioso no oírle hablar con nadie, ni siquiera le veía hacer un gesto con la mano; nada. Tan solo podías disfrutar de su silencio que, muy a menudo, se convertía en un incómodo y torturador ambiente. Ahora que por fin habla conmigo, me siento mucho mejor, pues el tiempo en estas cuatro paredes se hace más ameno si tienes a alguien con quién pasar el tiempo. Su calmada voz me inspira confianza y eso hace que me sienta cómodo hablando con él.

Créeme, muchacho. A veces es mejor no tener recuerdos, te lo dice el viejo de Adrián. Llevo 10 años aquí encerrado sin nadie a quién le importe cómo estoy; ni una triste visita, ni una miserable llamada. Al parecer, siempre fui un lastre para mis dos hijos y, tras la muerte de mi esposa Leonor, ambos decidieron dejarme aquí tirado sin acordarse de mi. Soy un viejo al que nadie quiere, al que nadie recuerda. Y es triste, muy triste, pues algún día dejaré esta vida y será cuando todo el mundo venga a verme.

—Oiga, eso no es cierto, seguro que se acuerdan de usted. De no ser así, tiene unos hijos desagradecidos. No diga que es un lastre, yo no lo pienso en absoluto y eso que a penas acabo de conocerle. Pero, ¿sabe una cosa?, ahora es el momento de vivir porque, como usted dice, algún día dejará esta vida. Es hora de vivirla mientras pueda.­—observo la habitación detenidamente y vuelvo a fijar la vista en mi compañero.— Aunque sea entre estas horribles cuatro paredes.

Adrián se levanta muy serio quedándose parado en frente de mi, extiende su mano agarrando la mía y me pide que le siga. Al principio me asusto pensando que quizás he dicho algo que le haya sentado mal, y me quedo inmóvil en la cama, pero enseguida respiro hondo y decido confiar en él. Caminamos por los largos pasillos del hospital hasta pararnos al final de uno de ellos.

—¿Qué hacemos aquí exactamente? No me digas que me has levantado de la cama para observar la pared de uno de los pasillos de este estúpido hospital.

Adrián se ríe a carcajadas ante mi ocurrencia. En cambio, yo no logro entender su risa, ¿acaso se está riendo de mí?

No hombre, no. ¿Cómo voy a traerte hasta aquí para ver una pared? Hay que ver qué ocurrencias tienes, muchacho.— me dice sin dejar de reír.

De usted me espero cualquier cosa, la verdad.— contesto con una fina sonrisa.

Sin dejar de reír, se acerca a mi y coge mi brazo suavemente. No entiendo qué hace, pero me dejo llevar. Coloca mi brazo a un lado de la pared y se aparta rápidamente observando la pared detenidamente.

Muy gracioso, ahora es cuando me dice que siga apoyando la mano en la pared durante un buen rato mientras usted se ríe de mi. ¿Me ha traído hasta aquí para gastarme una broma?, ya podría haberle servido la pared de nuestra habitación para gastármela en vez de traerme hasta aquí.

-Shhh, deja de especular. Te he traído aquí por una buena razón. Quiero que presiones justo donde tienes la mano.

A pesar de creer que me sigue tomando el pelo, decido hacerle caso hasta ver cuales son sus intenciones. Presiono con fuerza la zona de la pared dónde tengo la mano situada y, sin creer lo que estoy sintiendo, decido apartarme de aquella pared.

¿Se puede saber qué narices es eso? La pared tiembla, Adrián.

—No muchacho, la pared no tiembla. Es una puerta, ¿acaso no lo ves? Soy consciente de mi edad, pero todavía no he perdido la cordura.

—¿De verdad?— digo acercándome a la pared, observándola detenidamente. —¡Wow!, pues sí que es cierto, ahí está la puerta. ¿Sabes por qué hay una puerta secreta?

—No es una puerta secreta, sígueme y te lo explico.

Subimos unas escaleras metálicas en forma de espiral hasta llegar al último piso. —­Es increíble como este hombre, con su edad, es capaz de subir todas estas escaleras con tanta energía—me digo a mi mismo llegando al último escalón, recuperando el aire que me falta y viendo como Adrián mantiene su compostura.

—Si no fuese porque iba detrás de ti subiendo escaleras, juraría que has llegado hasta aquí en ascensor, cuanta energía llevas en ese cuerpo. —digo cogiendo una bocanada de aire al mismo tiempo que él ríe.

—Deja ya de llamarme de usted, me haces sentir un vejestorio.

—Está bien, pero dime dónde estamos, está todo oscuro.

Mientras intento mirar un punto fijo e intentar descubrir dónde estamos, Adrián aprieta un botón y las luces se encienden iluminando cada rincón de este lugar. Es impresionante, no tengo palabras para describir lo que estoy viendo. Es una especie de habitación enorme, casi podría decir que esta habitación ocupa toda una planta del hospital. Lo que más me sorprende es que está lleno de cuadros y paredes pintadas artísticamente. Me siento como si estuviese en un enorme museo.

Cuanta belleza hay en cada rincón de este lugar ¿Qué es este sitio?

Un museo— dice sonriendo.

—Sí, claro... eso ya lo veo. Pero, ¿qué hace un museo en un hospital?

—Verás, hace muchos años esto era un enorme museo, el más grande de Europa.—dice Adrián mientras le miro con cara de asombro, escuchando cada una de sus palabras sin dejar de pestañear.—Cuando yo tenía tu edad, solía venir aquí a evadirme de la realidad; mi realidad, por supuesto, porque te aseguro que en cada obra de arte de cada rincón de este museo, hay más realidad de la que podrías imaginarte.

—¿Y qué pasó?, ¿por qué un museo tan grande y bonito como dices, es ahora un hospital psiquiátrico con paredes mugrientas?

Pues no conozco toda la historia, aunque tampoco sé a ciencia cierta si la información que tengo es la versión real, pero tengo entendido que, en un evento privado para una exposición, varias de las personas contratadas para servir copas se dedicaban a vender drogas a los invitados. No me preguntes cómo fueron descubiertos, no tengo ni la menor idea, pero desde ese mismo instante en que fueron pillados, el museo fue cerrado de inmediato. Por cierto, sobre el sitio por dónde hemos entrado, no es una puerta secreta. Es una puerta normal y corriente, pero está tan bien pintada que parece formar parte de la pared. Imagino que esa es la intención, ocultarla para que nadie crea que hay ahí una puerta.

—Entonces, ¿sabes dónde estamos? Quizás eso me pueda ayudar a encontrar respuestas.

—Ai, muchacho. Ojalá pudiese ayudarte, pero uno ya tiene una edad... muy a mi pesar, cada vez recuerdo menos cosas. Ni siquiera tengo respuestas al porqué de la puerta oculta. Aún así, estoy casi seguro que nunca supe dónde estaba este museo. Siempre venía con mis padres, y yo; que soy capaz de dormir en cualquier sitio, conseguía quedarme dormido en el coche desde la salida de casa hasta la llegada al museo.

Mi mirada es triste tras las palabras de Adrián. Siento que jamás lograré saber la verdad y debo barajar la posibilidad de olvidar el asunto y mirar hacia adelante. De lo contrario, estoy seguro de que seguir buscando respuestas traerá consecuencias. Quizás es mejor así, me da miedo que, tras encontrar respuestas, la verdad me consuma y me duela hasta el punto de morir; o matarme.

Bajo el agua heladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora