Capítulo 4

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—¿Por qué la gente aquí es tan anticuada?—hace una mueca al ver las tiendas de ropa.

—¡No digas eso Adri!—la reprende la rubia.

—Ay, pero Iryna ¿Viste esto?—levanta una falda tabloneada por los tobillos como la que llevo puesta, con la diferencia de que esa es negra y la que yo llevo es gris claro.

El moreno de sonrisa dulce, que ahora sé se llama Alan, se aclara la garganta y hace una seña muy obvia con su cabeza hacía mí.

—Disculpala, a veces no se mide con lo que habla—Iryna se acerca a mí.

—No hay ningún problema—niego—es verdad que nuestra moda no sigue mucho la suya, pero nuestros estereotipos no son los mismos que los suyos.

—¿Qué?—me mira extrañada la pelirroja.

—Nuestra religión nos dió otros estereotipos—explico—pero no juzgamos a quienes viven diferente—señalo sus ropas y la mía.

Miran la ropa que hay en la tienda y después se dan una repasada. Desde sus sandalias de tacón hasta sus remeras ajustadas, ellos ven sus bermudas y remeras, pero se dan cuenta que aquí solo hay camisas y pantalones.

—Oh—Adriana se queda muda.

—¿Qué religión predomina aquí?—pregunta el castaño.

—Biencreismo—sonrío.

—Nunca había oído de él...—murmura Etzatlan quién no se separó de mi lado en todo este tiempo.

—Es solo de este pueblo por lo que se sabe—les sonrío—no tenemos deidades, no además del poder del bien en nuestra vida.

—Interesante—dice Alan viendo al rededor como si todo tuviese sentido.

—Va siendo hora de que yo vuelva a mi casa, ustedes pueden seguir recorriendo, o volver cuando deseen—intento irme.

—Espera, castaña...

—Marianne—la interrumpo.

—Lo siento, em...—retuerce un mechón de su pelo rojo—¿No hay discotecas?.

—Oh—hago la boca a un lado—, hay un bar que está abierto hasta las dos de la madrugada.

—¿Sí?—se emociona—¿Hay chicos lindos?—me guiña un ojo.

—¡Oye!—dicen Etzatlan y el castaño al mismo tiempo.

—Sabes que solo estoy jugando—le da un beso en los labios.

Me alejo un paso dándoles su privacidad.

—Ronan, ¿Puedes dejar de hacer eso en mi cara?, es mi hermana carajo—les da un empujón.

—Ya me tengo que retirar—hablo desde el rincón del que estaba—, un gusto haberlos acompañado.

—¿Volvemos o vamos al bar?—Iryna se ve algo confundida.

Me alejo de a poco con paso ligero para llegar antes que ellos a la cabaña. Llego y desfallezco del cansancio por estar más de veinticuatro horas levantada.

(***)

—Nunca lo olvides—toma mi pequeña cara entre sus manos.

Niego sin despegar los labios por miedo a lo que pueda responder.

Se va dejándome con un secreto tan grande que a mis pobres once años debo aprender a lidiar.

Me despierto algo asustada por traer ese recuerdo al presente.

MarianneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora