Capítulo 19

487 160 106
                                    

Arrodillada ante la chimenea, Celinda acomodaba los leños. Sus manos pequeñas armadas con un encendedor daban vida a las llamas con la facilidad de un experto.

En cierto momento, la manta que la envolvía se deslizó, dejando al descubierto la parte inferior de sus piernas. El pie izquierdo era pequeño, estaba envuelto en un calcetín térmico muy grueso. En lugar del pie derecho aparecía esa extremidad robótica que le habían obsequiado días atrás.

La felicidad por su nueva prótesis había durado poco. Ahora su rostro podría confundirse con un cadáver encontrado en la nieve. Mortalmente pálida, sus labios casi azulados y sombras oscuras bajo sus ojos huidizos. Parecía que una brisa la convertiría en cenizas imposibles de volver a reunir.

«Tan frágil...», pensaba Gene reclinado contra el escritorio de recepción. «¿Cómo ha sobrevivido hasta ahora?».

—Los del seguro vendrán mañana a primera hora —suspiró Kalah tras él.

Gene se dio la vuelta para centrar su atención en la guardiana de esa Cenicienta.

Ella cerró el portátil, lo guardó en el compartimiento bajo el escritorio y se dedicó a encoger sus hombros rígidos.

—Luces tensa.

La transición del agotamiento a la furia y finalmente a la diversión que atravesó su rostro fue fascinante. Una sonrisa perversa curvó esos labios femeninos. Ella se inclinó hacia adelante, hasta que sus rostros quedaron muy cerca, sus cuerpos apenas separados por el escritorio.

—¿Vas a ofrecer quitarme la tensión?

—Mi especialidad es exasperar a las personas, no relajarlas —respondió él contra sus labios, sin inmutarse. Era consciente de que ella no hablaba en serio—. Pero puedo contarte historias para dormir. Tengo un gran repertorio de anécdotas paranormales.

—Esas son mis preferidas. —Ella posó su palma sobre la mejilla masculina, entonces se acercó hasta besar la comisura de su boca—. Hoy he querido patearte donde el sol no te alumna, por lo menos media docena de veces... pero comprendo tu intención. Gracias por todo lo que has hecho desde que apareciste en mi puerta, Génesis. Si mi destino no fuera la soledad, definitivamente elegiría a un chico como tú.

Entonces sí lo dejó sin palabras. Gene no pudo decidir cuál de todas sus afirmaciones o acciones del último minuto lo desestabilizó. Quedó inmóvil, su corazón bombeando con fuerza por una emoción que no supo identificar.

Ella se apartó confiada. Sonriendo, lo rodeó y fue hacia la chimenea para reunirse con su hermana.

Gene consiguió reaccionar. Atrapó su muñeca para evitar que escapara. Ella lo miró por sobre su hombro, sorprendida.

—Kalah...

Lo que fuera que iba a decir, quedó olvidado luego de oír un portazo en la entrada principal. Ambos se volvieron con distintos grados de alarma. Magnolia entró aferrando bolsas de compras en sus manos y la barbilla en alto. Sus pupilas cegadas por la ira.

—¡¿Qué es eso de una explosión en mi propia casa?! —fue su saludo áspero—. ¿Tengo que enterarme por una llamada de los vecinos ya que mi propia hija ni siquiera pensó en avisarme?

—Hola, mamá. ¿Qué tal tu día de compras?

—No me hables en ese tono, jovencita —gruñó—. ¿Qué ocurrió? Veo que estás bien. ¿La casa se dañó?

—El taller de Cellín... —dudó al explicar la verdad—. Quizá había una fuga de gas o un problema con la térmica. Fue... un accidente.

Al instante la preocupación de Magnolia desapareció. Su ceño se frunció, una mueca desagradable deformó su boca. La estática del aire se alteró, una flecha se tensaba antes de ser disparada.

La montaña de las cenizas azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora