Capítulo 32

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«Desearía poder teletransportarme», pensaba mientras aceleraba el paso para mantenerse al ritmo de su acompañante. Kalah también estaba agotada cuando cayeron en su camioneta.

Gene le arrebató las llaves antes de que pudiera encenderla.

—¡¿Qué demonios, Génesis?!

—Primero respira profundo. Estás temblando, tu mente está en otro lugar. Concéntrate en el aquí y ahora. Prefiero no morir antes de los treinta.

—No puedo dejar de pensar en las posibilidades. Si ella está herida cuando lleguemos, nunca me lo perdonaría.

—Celinda continúa con vida. Te lo aseguro.

—¿Cómo puedes...? Oh —Cerró los ojos. Tomó tres respiraciones profundas, soltando el aire despacio cada vez. Si bien seguía temblando al abrir los ojos, su mirada estaba despejada—. Ahora dame las malditas llaves antes de que te muerda las manos.

Gene se las devolvió. El vehículo aceleró tan pronto que el cinturón se clavó en su torso y la nieve salpicó como una explosión alrededor de las llantas. Apretó la mandíbula para contener las maldiciones.

Kalah apartó una mano del volante y rebuscó en su bolsillo. Le lanzó un aparato. Gene lo atrapó en el aire por reflejo. Se trataba de un celular. No tenía contraseña.

—Llama a Ada... No, cada vez que tiene una cita apaga el teléfono. Marca a Green y a Cellín. Si no contestan, insiste aunque tengan cien llamadas perdidas.

Él asintió y se puso manos a la obra. Ambos aparatos también estaban apagados. Decidió no decirle y probar con el número de Crisantemo y Magnolia.

Si bien el pitido revelaba que estaban encendidos, el resultado fue el mismo. Pensó en llamar a la policía pero sin una prueba sólida de que se hubiera cometido un crimen, los mandarían a casa de una patada.

Incluso a esa velocidad, les tomó demasiado tiempo regresar. El sol estaba ocultándose cuando dieron un frenazo a la entrada de Flores de Cristal.

Kalah abrió la puerta y se lanzó fuera del vehículo. Gene se detuvo al descubrir a Green, que aguardaba tranquilo bajo el umbral.

Por un momento, el alivio lo ancló a tierra. Atrapó la muñeca de Kalah para impedirle perder la calma.

Quizá estaban siendo paranoicos. Había varias personas de confianza en la casa al momento de su partida. El jardinero era uno de ellos. Si él estaba sano y salvo, con esa expresión serena... los demás debían estarlo también.

—¿Están todos bien? —preguntó a toda prisa—. ¿Pasó algo raro en nuestra ausencia?

El hombre no respondió. Se limitó a estudiarlo con genuina curiosidad.

—Génesis... —Kalah apoyó una mano en su hombro por detrás, una mirada inquieta en su rostro—. ¿Con quién estás hablando?

Él abrió la boca para señalar lo evidente pero algo lo detuvo. Fue un balde de agua helada. El anciano era perceptible solo para sus ojos.

Este inclinó la cabeza en un saludo triste. Una despedida, cumplió la promesa de esperarlos llegar antes de irse. No debería haberle sorprendido, su reloj de arena había estado en sus últimos granos desde que lo conoció. Entonces, ¿qué significaba este dolor en su pecho?

Un grito femenino lo arrancó del shock y le puso los pelos de punta. Chillidos de pánico. Palabras inentendibles.

Una corriente gélida los recorrió cuando atravesaron al ánima del anciano, corriendo tras el rastro de esa voz. Se internaron en el jardín sin mirar atrás y encontraron a Magnolia ante el taller.

La montaña de las cenizas azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora