Capítulo 31

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El manto de nieve era delgado bajo sus botas pesadas. Más que hundirse, el riesgo estaba en resbalar. Con eso en mente, ambos optaron por usar bastones. Las mochilas eran ligeras, apenas cargaban bebidas para hidratarse.

Mientras seguían el sendero marcado en el mapa, Gene recordó las palabras de Green, quien había interceptado a Kalah antes de que abandonaran Flores de Cristal...

—Conozco esa mirada —había soltado el anciano con una sonrisa serena—. No hagas algo imprudente. Eres la flor más valiosa de este jardín.

—No te preocupes por mí —respondió la joven con un beso en su arrugada mejilla—. Volveremos pronto. ¿Podrías...?

—Cuidaré a Celinda —prometió. Esas pupilas no hacían preguntas. Gene tuvo la certeza de que comprendía la situación más de lo que imaginaban—. No me iré de esta casa hasta que regresen a salvo.

—Lo sé —Kalah lo envolvió en un abrazo con delicadeza y descansó la barbilla en su hombro—. Siempre he podido contar contigo. Si vuelvo a nacer, desearía que sea como tu hija, Green. Gracias por quedarte todo este tiempo.

Gene había leído entre líneas el temor de Kalah a no volver con vida. Ella también lo sentía, la muerte aguardaba a su próxima presa. Cerca. Era cuestión de tiempo ver sobre quién caía la guadaña.

A punto de llegar a su destino en Morte Blanco, se cruzaron con un grupo de universitarios. Vestían uniformes de la academia de guardaparques.

—Señorita Escudero —la saludó el guía del grupo, un hombre de mediana edad.

—Bonita tarde para salir con tus pupilos, Fer —respondió Kalah con una mano levantada.

—Los novatos tienen que aprender a desenvolverse en la nieve. En mis tiempos mis instructores no tenían piedad. El enemigo en común nos unía, me volví hermano de mis compañeros. Compartir momentos difíciles en la montaña crea lazos intensos. —Observó a Gene con curiosidad—. No se queden mucho tiempo, dos horas más y la lluvia no será del tipo romántica. Uno pierde fácilmente el sentido del tiempo en este paraíso.

—Tomo nota.

Se despidieron del mismo modo amistoso con el que iniciaron la conversación.

—Según mis cálculos —explicó la muchacha cuando retomaron el camino los dos solos—, si nos damos prisa volveremos a las seis, antes de que oscurezca. ¿Ya estás cansado?

—Puedo seguir.

El pecho de Gene ardía. Su dignidad le impedía jadear por aire. Iban demasiado rápido. Debió haber hecho un estiramiento de piernas antes de adentrarse en esa travesía de dos horas. Su tiempo en este pueblo no había sido suficiente para adaptarse a la altura y al frío. Adormecían sus músculos si se quedaba quieto.

Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al mirador azul. Se trataba simplemente de unos binoculares reforzados que habían soldado a una base de metal y cemento. Apuntaban hacia lo alto de Morte Blanco, pero podían girarse para contemplar los caracoles que acaban de subir.

Revisaron toda la estructura y alrededores. No había señales del asesino o del mensaje que pretendía dar.

Sin explicación, Kalah clavó una rodilla en la nieve y rebuscó en su mochila. Gene consiguió ver cuerdas, un cuchillo que no era de cocina, gas pimienta de tamaño grande y una pala plegable. Sacó esta última.

El joven enarcó una ceja.

—¿Qué? —se defendió ella, comenzando a excavar ante el mirador—. Nunca se sabe cuándo necesitarás una pala y cuerdas.

El hombre levantó ambas manos en señal de que no iba a discutirle. Se puso en cuclillas a su lado. Escarbó la nieve con sus propias manos enguantadas.

Cuatro pozos después, la pala golpeó algo sólido. La joven lanzó a un lado la herramienta y usó sus dedos para apartar la tierra y piedras húmedas, sus movimientos cada vez más frenéticos.

Gene captó el temblor de sus labios. Su mirada comenzaba a empañarse. Apoyó una mano en su hombro con suavidad.

—Tranquila. No siento la muerte aquí. Sea lo que sea, no es un objeto con energía significativa.

—Solo espero que no sea otro zapato.

Consiguió sacar un objeto plástico rectangular del tamaño de una mano. La antena estaba torcida y las aberturas cubiertas de barro. Se trataba de una radio profesional, digna de un guía de montaña con buen presupuesto.

—Déjame adivinar —pronunció el joven—. ¿Era de tu padrastro?

—Creo que sí. No me acuerdo bien. Se perdieron muchas cosas que Petro cargaba la noche del accidente. En su momento no le di importancia, no me aparté de la habitación de Cellín en el hospital. Los rescatistas se preocuparon por recuperar solo el cuerpo.

—¿Estás segura? Tengo entendido que los montañistas respetan demasiado la naturaleza. No habrían dejado plástico y tela contaminado... habrían vuelto por ella.

—¿Estás sugiriendo que los rescatistas robaron el equipo de una víctima?

—O alguien reclamó sus cosas sin decirte.

Kalah se frotó los brazos a través de su abrigo. Un escalofrío la recorrió.

—Por el cielo... realmente nunca dejó ir a Petro. ¿Qué clase de enfermo pasa ocho años aferrado a un fantasma?

—Aferrarse a un fantasma es más común de lo que imaginas. ¿Alguna idea de qué significa la radio?

—¿Un mensaje a distancia? ¿Estará pidiendo que le hablemos? —Sacudió el aparato. Trató de encenderlo. Le abrió la tapa, restos de óxido cayeron sobre la nieve—. La batería está muerta.

—Esta radio los salvó —reflexionó el médium—, a cambio se cobró la vida de su propietario. ¿Nos está amenazando por interponernos en su camino?

—¿No es un mensaje demasiado rebuscado?

—No sé, las metáforas no son lo mío.

Con un suspiro resignado, Gene se quitó un guante y atrapó el aparato con su piel desnuda. Esperó el golpe mental... que nunca llegó.

No había energía. Lo presentía desde la distancia. Era una radio vacía y rota.

—No lo entiendo, Génesis. ¿Qué clase de juego es este? ¿Por qué a la luz del día? Siempre espera hasta una noche del fin de semana. ¿Por qué justo hoy? Luego de ver la bota, no habríamos esperado hasta un día soleado. Era una provocación para que actuáramos rápido...

Campanas de alarma estallaron en la cabeza de Gene. Soltó un violento juramento.

—No estaba tratando de asustarla —afirmó. Sus manos rápidas atraparon los hombros de la muchacha, la sorprendieron—. No era un paquete para Celinda. Era para ti... es una distracción.

—¿Una...? ¡Celinda está dormida! —chilló ella con horror—. Ay, Dios... le di una pastilla para dormir. ¡Ella está vulnerable!

Lanzaron todo a sus mochilas y emprendieron el regreso a Flores de Cristal, temiendo lo peor por la persona que más habían intentado proteger.

La montaña de las cenizas azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora