Prólogo

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Louis nunca se había cuestionado su sexualidad. Había pasado cinco años de su vida atado a una mujer, así que no consideraba que le hubiera hecho falta alguna vez.

Pero, teniendo en cuenta los recientes acontecimientos que habían estado invadiendo su mente desde que empezó su segundo año de universidad, era posible que tuviera que comenzar a replantearse sus gustos.

Con «acontecimientos» se refería a breves períodos de apenas veinte minutos en los que se cruzaba con el sujeto en cuestión durante su hora muerta entre una clase y otra. Se llamaba Sam Fender y estaba en su primer año de periodismo. Lo sabía porque su amigo Calvin se había molestado en hacerle el trabajo de detective—y ahora Louis tenía su perfil de Instagram entre sus búsquedas más recientes.

La cosa era que Sam, anteriormente conocido como «el chico de los pómulos bonitos», siempre se las arreglaba para coincidir con él en la cafetería. O puede que fuera Louis quien hubiera cambiado sus hábitos estudiantiles para entrar cada día a la cafetería justo cuando él se encontraba allí, pero quién perseguía a quién era lo de menos.

La verdadera cuestión era la siguiente: ¿esa obsesión—puede que momentánea o puede que no—le hacía menos heterosexual de lo que era antes?

No tenía ni idea, pero estaba claro que preguntárselo día tras día no le estaba llevando a ninguna respuesta, así que había decidido cambiar de pregunta:

¿Debería lanzarse a experimentar con su sexualidad?

Era la manera más rápida y efectiva; lo que todo el mundo hacía cuando surgían dudas.

El bolígrafo se le escapó de la mano cuando al hacer girar por enésima vez entre sus dedos. Chasqueó su lengua. Llevaba hora y media sentado en su escritorio y las letras cada vez tenían menos sentido.

Era evidente que la crisis había llegado a su punto álgido, y la técnica de enfocarse en los estudios para evadir pensamientos intrusivos no estaba funcionando, así que cerró el portátil, soltó el bolígrafo y se levantó.

En el salón, la televisión reproducía algo a un volumen bajo, y la única luz que estaba encendida era la bombilla de la lámpara de pie junto al sofá. Allí descansaba Harry, con el codo hundido en el brazo del sofá, el pelo atado en un pequeño moño tras su cabeza, y un regaliz de miel entre sus dientes.

Louis se arrastró hacia él, atrapando su atención al pasar por delante de la pantalla y perdiéndola tan pronto como se sentó a su lado. Sus ojos volvían a estar enfrascados en lo que fuera que estuviera viendo.

Intentó llamar su atención de nuevo a base de intimidación, clavando su mirada en su sien durante unos segundos, y como tampoco le hizo caso, terminó por tirar un par de veces de la manta que cubría sus piernas.

—¿Qué? —Aún no le miraba; tenía el ceño fruncido, y sus ojos reflejaban los colores cambiantes de la pantalla.

Louis apretó sus labios, echando un vistazo de reojo al programa que le tenía tan atrapado. Eran los puñeteros gemelos que reformaban casas, y se estaban enfrentando a un muro de carga que no les permitía abrir la cocina americana con la que sus dueños soñaban.

Volvió a mirar a Harry. Masticaba lento, con el extremo del regaliz muy cerca de sus labios. Y él estaba ahí, en silencio, mirándole masticar, queriendo escuchar respuestas sin tener que hacer preguntas. Cada segundo que dejaba pasar se le hacía más largo que el anterior.

No sabía cómo empezar. Y era estúpido porque era Harry. Hablar con él era sencillo y la sexualidad no era un tabú a su alrededor.

Es Harry, se repitió, antes de aclararse la garganta y lamerse los labios. Lo soltó sin pensarlo mucho más:

Slow Like HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora