Capítulo nueve

627 57 22
                                    

Harry abrió los ojos a la luz del día y ya no pudo cerrarlos de nuevo. No estaba seguro de cuánto había dormido, pero la punzada que se le encajaba entre las cejas cada vez que se removía sobre la cama le hacía sospechar que no lo suficiente.

Enterró la cara en la almohada como último recurso, rezando para volver a quedarse dormido aunque fuera por la falta de oxígeno. Dejó pasar dos, tres minutos, solo para terminar resoplando y girando la cabeza en busca de una bocanada de aire. Se conocía lo suficiente como para saber cuándo su cuerpo no estaba por la labor de seguir descansando.

Así que abrió los ojos, y respiró lento por la nariz cuando ubicó a Louis a su lado. Dormía bocabajo, con la mejilla aplastada contra la almohada, todo el edredón enredado entre sus piernas, y esa cara de no haber roto un plato en su vida.

Él sí que está a gusto, el hijo de...

Chasqueó la lengua, acostándose sobre su espalda y tapándose los ojos con el antebrazo. No estaba en posición de maldecirle; no cuando todavía tenía sus miraditas incrédulas grabadas a fuego en la retina.

Estaba casi convencido de que Louis lo había buscado creyendo que no iba a encontrarle. Y, si tenía que ser honesto, el Harry de apenas unos días atrás también lo habría creído.

Fue al Harry de anoche al que le bastó un mordisco en el cuello para ponerse de rodillas.

Pero bueno.

Tampoco iba a maldecirse a sí mismo por ello. Era consciente de que debería haberlo frenado. No era una línea que le hubiera gustado cruzar con su mejor amigo, en especial teniéndolo en mitad de una crisis en la que no quería influir con nada más que con consejos. Pero otra cosa que no iba a hacer era llevarse las manos a la cabeza y montar un drama como si él mismo no lo hubiera disfrutado.

Tenía que admitir que se había equivocado al decir que no funcionaría. Había visto muchas cosas en sus ojos, pero de incomodidad no había encontrado un rastro. Suponía que a esas alturas de la amistad, no existía situación en la que no se sintieran cómodos el uno con el otro.

Estaba bien saberlo.

Pero también estaba bien dejarlo ahí; en un pequeño desliz que no se iba a repetir.

Se incorporó, pellizcándose el puente de la nariz cuando una nueva punzada le taladró la cabeza. Merecía un té con miel, y pensaba preparárselo en la taza más grande que poseía.

Salió de la habitación, y en el salón le recibieron dos cosas: una claridad exagerada que volvió a clavarle una punzada entre ceja y ceja; y Sam, durmiendo en el sofá tapado de pies a cabeza. Se encaminó a la cocina evitando hacer ruido, y mientras se desenredaba el pelo con los dedos puso a hervir un poco de agua. Chasqueó la lengua una vez al encontrar un nudo imposible de deshacer en algún mechón junto a su cara; dos, cuando intentó alcanzar el elástico de su muñeca y recordó que no era en la suya en la que estaba.

Había comprado cinco elásticos hacía menos de dos meses y ya los había perdido todos. Si aún conservaba aquel, era única y exclusivamente gracias a Louis. Podía ser el desastre personificado, pero llevaba guardándole ese elástico cerca de dos años.

Dejó caer el pelo de vuelta a sus hombros con un resoplido. Necesitaba que se despertase. Odiaba tener el pelo suelto cuando andaba por casa.

Alcanzó una manzana de la cesta de frutas que solo él tocaba, y por supuesto que derramó una cucharada de miel en ella tan pronto como le dio el primer mordisco. Terminó de servirse el té, y se entretuvo revisando su teléfono mientras esperaba a que se enfriase. Justo cuando se la llevó a los labios —solo para comprobar que seguía ardiendo— la puerta se abrió a sus espaldas.

Slow Like HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora