Capítulo ocho

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Era la una de la mañana, la casa estaba en completo silencio, y Harry no había podido evitar escaparse a la cocina en busca de un poco de miel.

Se dejó caer en la encimera con los codos, hundiendo cucharadas perezosas en el tarro mientras revisaba la agenda en su teléfono con cierta culpabilidad. Llevaba dos semanas diciéndose a sí mismo que tenía que ponerse al día con sus apuntes atrasados y empezar el par de trabajos que tenía que entregar al final del semestre; en cambio, no había hecho más que consumir hierba en diferentes formatos, dejarse liar por los planes de sus amigos, y poner su miopía como excusa para saltarse dos clases en la misma semana.

Chasqueó la lengua, llevándose a la boca la cuchara empapada en miel. Tenía que ponerse serio a partir de ahora si no quería pasarse las Navidades llorando, así que deslizó el pulgar sobre la pantalla y comenzó a añadirse objetivos en su agenda sin echarle cuentas a las llaves que hicieron ruido en la cerradura.

Un segundo después, una estampida se desató en su salón. Salió de la cocina con la cuchara en la mano, y su semblante cayó al encontrarse con el panorama. Su amigo acababa de entrar por la puerta con más amigos. Y esos ya no vivían allí.

Louis estaba de espaldas, intentando chistarlos a todos mientras se adentraban al salón. Luego se dio la vuelta, y esbozó una gran sonrisa al verlo.

—¡Hola! ¡Estás despierto!

—Y tú acompañado. —Le echó un vistazo a los tres chicos, saludándolos con la cabeza en un gesto cordial. Sam fue el único que pareció disculparse con la mirada.

—¡Harry! ¡Estamos en octavos! —anunció Louis, acercándose a él en zancadas rápidas—. ¡Celebra con nosotros!

—Es que a mí me da igu– —Los ojos se le cerraron solos cuando le sujetó las mejillas y le plantó un beso rápido en los labios. Exhaló en cuanto le soltó, pasándose el dorso de la mano por la boca—. Por Dios...

No pudo evitar alzar las cejas cuando Louis se giró hacia Calvin y Oli, fingiendo secarse las comisuras de los labios con aires de suficiencia y haciendo que el par se echase a reír. Le pareció que había un chiste interno del que él no estaba enterado, pero incluso si hubiera querido preguntar, no habría tenido tiempo. Louis ya estaba volviéndose hacia él y señalando a su grupito con el pulgar.

—Se van a quedar a dormir.

—¿Cómo que se van a–?

—¡Ya no hay metros! ¿Quieres que los deje en el felpudo?

—¿Y dónde se supone que van a dormir?

—Les voy a dejar mi cama. Y Sam en el sofá.

—¿Y tú?

—Contigo.

Sus cejas volvieron a alzarse sin remedio ante la mirada inocente de Louis. Demasiado inocente, para ser alguien que acostumbraba a sonreír con descaro cuando sabía que estaba haciendo algo que molestaba.

Evitó darle vueltas al por qué y miró a los tres chicos, que ahora esperaban su reacción en silencio. Chasqueó la lengua.

—... Pues vale.

No le quedaba otra.

· · ·

Calvin y Oli se quejaron más de una vez mientras hacían una «prueba de posturas» para dormir de manera en la que no tuviesen que tocarse más de lo estrictamente necesario. Louis fue a rescatar un cojín del sofá con determinación, y no supo muy bien qué hizo con él una vez volvió a la habitación, pero consiguió hacerlos callar al segundo.

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