Capítulo tres

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Louis se sentía una persona productiva aquel viernes, y no solo porque había ido a todas sus clases del día, sin llegar ni un poquito tarde, ni tampoco huir de ellas cinco minutos antes.

Para empezar, esa mañana se había levantado temprano—a las once, pero dados sus horarios de sueño trastornados, lo contaba como madrugar—y a la hora de almorzar no había recurrido a ninguna comida precocinada que tuviera por el congelador. Se había cocinado un almuerzo. En una sartén. La última vez que tocó una sartén se remontaba a la época en la que las fregaba en el restaurante de sus padres, así que poca broma.

Luego, y para terminar de colocarse la medalla de adulto responsable y funcional, debía decir que también había limpiado su habitación antes de marcharse a clase. Y por supuesto que esto último no tenía nada que ver con que Sam viniese a casa aquel día. En absoluto.

Simplemente se había despertado con ánimos de hacer el papel de ser humano decente. Y se daba un aplauso por ello.

Ahora, mientras salía de su última clase directo a por una cerveza con la que esperar a Sam en la cafetería, escribía un mensaje en el chat grupal que compartía con Calvin y Oli, para comunicarles que aquella noche tendrían un cuarto integrante en el grupo.

«¿Harry te ha pedido que lo invites?», fue la primera respuesta que recibió, de parte de Calvin.

Louis chasqueó su lengua.

Ni confirmaba ni desmentía haber usado a Harry como excusa para justificar por qué tenía tanto interés en encontrar las redes sociales de aquel chico. Estaba mal, era consciente, pero con ellos no tenía tanta confianza como para explicarles que en realidad era él quien babeaba detrás de Sam.

«No, Harry ni siquiera va a estar en casa esta noche», tecleó. «Lo he invitado porque ayer fui a tomarme unas cervezas con él y me cayó bien».

Guardó el teléfono en su bolsillo tras enviar su justificación. Si tenían alguna opinión o queja al respecto, le importaba más bien poco. Era su casa y su invitado.

Alguien tocó su hombro justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta de la cafetería. Sam estaba allí cuando se giró, con la capucha de su sudadera negra sobre la cabeza, y el maletín de un portátil colgado al hombro. Louis esbozó una sonrisa.

—¿Tú no salías a las siete? —le preguntó.

—Sí, pero me sabía un poco mal hacerte esperar media hora —dijo, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta vaquera que llevaba por encima.

—¿Te has escapado de clase? —cuestionó, alzando una ceja—. Qué mala influencia...

—¿No te saltaste tú una el día que nos conocimos? —Sam imitó su ceja alzada, y Louis exhaló una risa, más para sí mismo que para él.

—No he dicho que yo sí sea una buena influencia. —Se encogió de hombros, haciéndole un gesto con la cabeza—. ¿Vamos? ¿O quieres tomarte una cerveza antes?

—No, da igual. Vámonos ahora que no está lloviendo mucho.

Louis asintió, deslizando su propia capucha por encima de su cabeza y lanzándose a las calles junto a Sam. Estaba lloviendo, sí; para variar un poco en aquella ciudad de mierda. Por suerte, solo eran cuatro gotas tontas que ni siquiera hacían que abrir un paraguas mereciese la pena, porque Louis, también para variar, no tenía ninguno.

En el camino hacia la estación de metro del campus, pasaron frente al edificio de Filología, y alguien gritó su nombre desde las escaleras de la entrada.

—¡Louis! —Era Ruth.

Él suspiró mentalmente al verla llegar, con sus rastas larguísimas, su piel súper pálida y sus pintas de perroflauta. No era—en absoluto—el tipo de chica que a Louis le gustaba, pero había algo en ella que le ponía muchísimo.

Slow Like HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora