Capítulo uno

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Louis llevaba cinco largos minutos observando a Sam Fender desde su esquina segura en la cafetería.

Estaba solo, como siempre. Tenía un portátil y una cerveza sobre la mesa frente a él, y sus dedos se deslizaban sobre el ratón táctil entre sorbo y sorbo.

Qué fácil se veían las cosas desde la comodidad de su casa, su manta y su sofá, y qué difícil le parecían ahora que esa determinación espontánea con la que aseguró que se acercaría a él se había esfumado por completo.

Pero es que parecía ocupado. Quizás no apreciaba que algún imbécil se acercase a molestarle. O quizás era tímido y le incomodaban las conversaciones con desconocidos. Fuera como fuera, no terminaba de ver del todo clara la situación.

«Excusas», fue el mensaje que le envió Harry, tan pronto como le comentó la situación. «Levanta el culo de la silla y acércate a su mesa, vamos».

Louis resopló, lanzando una mirada más sobre el borde de su teléfono y analizando el rostro angelical del chico. Su mente repasó cada punto del plan; levantarse de su asiento, caminar hacia él, y saludarle.

Tampoco era para tanto. Lo peor que podía pasar era que resultase ser un antipático y le mandase a la mierda. Se llevaría una decepción, y probablemente se torturaría a sí mismo repitiendo la escena en su cabeza a la hora de dormir durante los próximos quince años, pero al menos lo habría intentado.

Aprovechando un momento en el que se encontró menos indeciso, consiguió completar el primer punto y levantarse de su asiento. Guardó su teléfono en su bolsillo, rescató su cerveza de la mesa y, con un disimulo bastante cuestionable, comenzó a avanzar hacia la de él, aferrando el botellín en la mano como si fuera su único consuelo en la vida.

Fue cuestión de tiempo que Sam levantase la mirada. Al principio no pareció darle importancia; le echó un vistazo de reojo e hizo el amago de volver a lo que estaba haciendo. Medio segundo después, se dio cuenta de que sus ojos estaban indiscutiblemente clavados en su persona, y volvió a mirarle para verificarlo.

Ya no había vuelta atrás. Sam había arqueado las cejas con tanta curiosidad como confusión, siguiendo sus movimientos mientras él hacía el camino de la vergüenza hasta su mesa.

Le pareció que duró horas, y todo lo que hizo una vez se plantó frente a él, fue carraspear.

Sam le miraba expectante.

Hola, me llamo Louis.

Hola, me llamo Louis.

—Hola.

Se le había olvidado su nombre.

—Uh... Hola. —El ceño del pobre chico se frunció, aunque tuvo el detalle de apretar una sonrisa confusa entre sus labios.

Louis vio de vital importancia retocar su flequillo con la punta de sus dedos. Volvió a carraspear.

—Soy Louis. —Consiguió articular—. ¿Molesto?

—No, para nada. Yo me llamo Sam. —Aún parecía confundido, pero la convicción con la que lo dijo—y el evidente acento norteño que tintaba sus palabras—consiguieron que Louis estirase una sonrisa—. ¿Necesitas algo?

—No, no. Es solo que he... estado viéndote por aquí estos días y... he pensado en acercarme por si... No lo sé.

Sam exhaló una risa. Louis se sintió imbécil.

—¿No lo sabes?

—Bueno, ya sabes. —Oh, Dios—. Por si querías... —Levantó el botellín—.... Una cerveza.

Slow Like HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora