No tengo la capacidad de adivinar el futuro sobre la comunicación, ni las formas en las que por los próximos años lo haremos. Me refiero a que no tengo la capacidad de si quiera imaginar que nuevas redes sociales se van a instalar en nuestras vidas, o que alternativas de fácil comunicación llegaran a nuestros días.
Enviar un mensaje nunca había sido tan sencillo como ahora, sin embargo qué difícil resulta redactar uno solo a la persona correcta.
Tenía semanas sin hablar con él, porque siendo una vez más víctima de mis propios miedos, decidí alejarlo de mi vida. Sin preguntarle, tomé la decisión de que me dejara de seguir en mis redes sociales. Puede ser que haya tenido un ataque de inmadurez abrupto que incluso ahora que estornudo, pienso que es porque él está pesando en mí.
(Imaginen lo irónico del asunto)
No llegamos a ser algo formal porque él simplemente no se siente listo para recibirme con los brazos abiertos y con todas las posibles demandas que mi vida en la suya, quizá representan. Y escribo -quizá- porque al final del día, estoy basándome en continuas suposiciones.
Los primeros días a partir de mi decisión, supe que no tardaría en darse cuenta de lo que había hecho. Y aunque me arrepentí casi de forma instantánea, me repetí una y otra vez en mi cabeza que yo no tenía la necesidad de ver todo lo que me duele en primera fila, como protagónico espectador.
No tengo porque fingir, nunca lo he hecho con él. Y la verdad es que aunque reí a carcajadas cuando me dijo que no íbamos a formalizar nada, caminé al baño dispuesta a lavarme los dientes y recostarme en la cama... sola, con el afán de pensar un poco y así frenar (o reprimir), que otro hombre nuevamente me viera sufrir. Pero él, me acompañó a la recámara.
Ya recostados con las pijamas puestas y a punto de dormir en la que ya era nuestra última noche en la historia de nuestras vidas, capítulo 2 del libro titulado: "De mil y un formas de fracasar en el amor... sí una vez más".
Mi niño comenzó a acariciar mi pelo. Decía tantas cosas mezcla de dolor, trauma y miedo, que me perdí entre el cansancio y sueño, el olor y el efecto del tequila, así como la negación. Hoy puedo decir que aquella noche eso me tumbó.
No sé cuanto tiempo pasó hablando mientras yo ya dormía en sus brazos, desconozco cuanto tardó en darse cuenta que ya no estaba con él, al menos en ese momento. Y bueno, en lo consecuente incluso hasta ahora que escribo esta historia.
The less I know, the better. Escribí en uno de mis últimos whatsapps. Para lo que él de inmediato me contestó:
-"No hay nada que saber, porque nada sucederá. Mi vida seguirá igual, en su rumbo, sin ti, sin nadie, porque simplemente es algo que ahora yo no estoy buscando".
Y lo entendí. De hecho entender eso no fue lo que me costó trabajo. Como toda escritora mi mente tiene la capacidad de crear mil historias de un solo escenario, con posibilidades casi infinitas de personajes que representen al villano de la historia.
Durante un tiempo me comparé con una chica rusa, después él tuvo que convencerme de que nada pasaría con sus amigas americanas en un viaje a las montañas y por último: aparecía otra latina que me consumía la entraña. No sin antes pasar por 2 chicas a las que fotografío igual que a mi.
Sin embargo hay algo que NUNCA hice con él, pese a que lo quiero tanto y partir de su lado es una lucha diaria sobre lo correcto e incorrecto, sobre lo que quiero y lo que necesito, sobre el trabajo continúo y eterno del ya famoso en mis historias: desapego.
Nunca,
Jamás,
Miré mi celular,
Entré a whatsapp,
Abrí su chat.
Tampoco esperé a que se pusiera en línea solo para sentir genuinamente, que eso es lo único que nos separa; cuando en realidad es una lista incontable de hechos los que por ahora nos están... como sea.
Queridos lectores quiero que se queden con el hecho de que con M. jamás hice lo que antes comenté. Ha sido el fin de algo que pudo ser, tan natural y adulto a la vez, (al menos, antes de que yo decidiera por salud mental, bloquearlo por un rato), que... cualquier pareja atravesando un divorcio ¡nos envidiaría!
Y como quien lanza un hechizo al azar, comencé a tener repentinamente la capacidad de ver con objetividad. De entender que si las cosas no suceden exactamente como yo las imagino en tiempo, forma y lugar, no significa que nada esté sucediendo. Al contrario, todo está en constante cambio.
Pasaron varias semanas sin saber nada, o al menos fingiendo, porque al ser libros abiertos en nuestras redes sociales, la tentación a menudo hacia visita en mi cama.
El trabajo me mantiene lo suficientemente ocupada como para estancarme en lo mismo como con Pablo... mi talón de Aquiles, de quien probablemente escriba más adelante.
Este fin de semana salí con otro chico y mientras estaba con él, mi mente apenas alcanzaba a leer sus labios y entender la conversación, pues yo divagaba por las calles de una pequeña ciudad americana.
Salí de ahí, después de lo que cualquiera pudiera considerar "una cita exitosa" , pero que en realidad solo fue la ocasión perfecta para decidirme a buscarlo nuevamente y decirle:
-"Te extraño"
Obviamente estoy refiriendo a M.
Mientras escribí aquel mensaje que me llevaba de vuelta a su vida, mismo texto que comienza así:
-"Te extraño mucho, no he sabido manejar las cosas y me duele porque así soy. Me cierro, no miro atrás solo cierro la puerta y escondo la llave, en lugares que luego no puedo recordar"
Pero no, no extraño al hombre
al amante,
al apasionado de la fotografía,
que me despertaba con un mensaje nuevo todos los días,
que para mí estaba en línea, casi a todas horas.
No, no extraño eso,
sino a la completa libertad de poderme expresar al natural,
de saber que por muy sorprendente que la historia del día sea,
el niño nunca me va a a juzgar.
Extrañaba la lista de pros y contras ante la maquila de mi nueva idea, de mi próximo trabajo, de mi futura propuesta, de las consecuencias de la ejecución de mis actos.
Extrañaba al hombre que me confesaba sus miedos y temores, el que tiene la facultad de decir lo siento, sin titubear. Pero sobre todo extrañaba al hombre que no está acostumbrado a escribir y sin embargo, para mí siempre hubo palabras de sobra.
Excepto el pasado fin de semana. Creo que lo llevé a su límite, creo que por mí finalmente ha conocido versiones de él nunca antes exploradas.
Pero no me siento mal. Escribí y envié un mail, del cual por primera vez no recibí una respuesta de vuelta.
Amable pero corto, políticamente correcto, que a cada espacio gritaba un "lo siento, ¿podrías llamarme?"
Así es el email que decidí enviar, todo a la par de verlo por primera vez en línea, de ser consciente de que lo estaba y aún así redactar y adjuntar un documento, que necesitaba que revisara para nuestro próximo diálogo.
Conversación que tardó 4 días en llegar a nuestros celulares, cuando nuevamente ahí estábamos abriendo la línea de comunicación... sucedió una revelación.
... Continuará
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El amor en tiempos digitales
Teen FictionEsta es la ironía detrás del uso de una popular aplicación de citas