Parte Final

22 4 0
                                    

Reconocí hace algunas horas que tenía temor a enfrentar mis peores miedos, a la par de observar como se hacían realidad. Recuerdo que en aquellos minutos por la mañana, tan irrepetibles como sólidos, él se fue. 

Sin embargo su propia llegada y estancia en mi vida, debieron ser por si solo, el clímax del temor. Por años huí de las personas que se sintieran con autoridad de controlar, mi estado y salud mental. 

A lo largo de los meses que me ha tomado escribir esta historia, y durante todo el tiempo que me ha costado soltar, sanar y compartir, al punto de escribir estas líneas, he recibido decenas de mensajes diciéndome que odian a Pablo.

Yo me tardé en hacerlo y para ser completamente honesta, experimenté todo tipo de sentimientos y sensaciones. Al comienzo lo admiré, fue algo casi instantáneo. En el camino yo no temía salir herida de lo que otros llamarían: Una batalla del amor.  

Mi segunda escala emocional me llevó a la confusión, a sentirme perdida y distraída. Incluso fui capaz de parar mis propios motores: Ejercitarme, ver a mi familia, alimentarme mejor o al menos, alimentarme. Padecí tanto su ausencia porque yo realmente no quería que se fuera. Soñaba y anhelaba su vuelta a casa, el lugar que yo siempre quise ser, el que por meses me esforcé en construir y cuidar. 

¿Tienen idea de lo difícil que es tener que dejar de querer a quien se ama? ¿Tienen idea de lo difícil que fue no pensar en él, ni obsesionarme durante su ausencia? 

Mi última escala llegó con el tiempo, entre más lejana lucía una prometedora reconciliación, yo me dejaba sanar con los comentarios de mis amigos: Va a llegar, dale tiempo Pal, todo sanará.

Aún pienso que nadie vio venir el golpe tan duro que todo esto para mí representaría. La buena noticia es que hace mucho dejé de buscar su mirada en ojos ajenos, o su voz entre conversaciones pasajeras que bien podían suceder en alguna cafetería aledaña, o en una fiesta donde por accidente nos pudiéramos encontrar. 

Pablo para mí fue esa daga latente que no mata pero duele. Que profundamente reaviva los horrores del amor, la versión aún no desmitificada de lo que es sufrir por la ausencia de cariño, de afecto y de compromiso. Por meses mi cabeza no pudo hallar la respuesta perfecta al error: ¿En qué falle?, ¿por qué a mí y no a él?.

Y lloré. Durante semanas que rápidamente se convirtieron en meses, lloré. 

Anhelaba tanto escuchar su voz, que incluso me la pasé marcando desde un número fijo. 

Me detengo mientras escribo. Escucho ruidos y literalmente siento que estoy llamando la atención de un viejo fantasma. 

-¿Bueno?, ¿hola?, ¿quién habla? 

Y aunque admito que eso no me bastaba, el orgullo y la presión que mi ego en mi ejercía, me impedían de forma casi sobre humana pronunciar una sola palabra. Seguramente después de mi cuarto intento, él ya sabía que se trataba de mi. 

Vamos a bailar, decía el mensaje de una amiga que hice por él. 

Antes de que lo piensen, ellos no eran amigos. Ella sigue siendo la novia de uno de sus mejores amigos, lo delineo porque casi no se ven. Pablo desconoce lo que es alimentar y cuidar una relación interpersonal, cualquiera que sea. 

¿Les conté que la primera vez que fuimos a comer, me llevó a un restaurante en el corazón de Polanco y después me invitó a su departamento? 

Recuerdo que cuando llegué el lugar era todo, excepto acogedor. Aunque es noche ya traíamos algunos vinos encima y nos besamos casi hasta el amanecer, siempre cuestioné su departamento. Quizá fue la única ocasión en la que me atreví a juzgar y presentar con honores, mis ideales y prejuicios. 

El amor en tiempos digitalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora