Asumo al día de hoy que todos los miedos anteriormente mencionados, no fueron precisamente provocados por él. Me atrevo a decir que son viejos fantasmas merodeando en la columna vertebral de mi fortaleza, donde el ego y mi centro aprendieron con el tiempo a coexistir.
Aprendí, aprendí mucho. Hoy miro en introspectiva. El tiempo a su lado fue una dosis de aventura, expectativa, miedo a lo irreconocible; vamos, que nadie como él, nunca antes se había fijado en mí singularidad.
¿A qué te refieres con nadie, antes?, pregunta Adrián, mi terapeuta. La punta final a donde este amor me llevó. Pablo se fue de a poco. Me abandonó en la cúspide de un amor que me exigía no dejarlo ir y yo... yo simplemente tenía miedo; a empezar de cero y afrontar sin rencor lo que estaba pasándome.
De vuelta en el avión que me llevó hasta la playa y el mar que el mismo solicitó ver, varias cosas habían pasado, muchas de las cuales no tengo total veracidad de que realmente hayan sucedido.
Para cuando llegamos a Tulum visitamos varios restaurantes, bares y beach clubs, desayunamos platillos que él nunca antes había probado. Me sentí interesante introduciéndolo a cosas que probablemente aún continúan siendo parte de su vida.
Estando en la playa admiré en repetidas ocasiones su belleza, mientras el universo conspiraba para que yo me sintiera completamente afortunada. Él sin duda tenía disposición de ver en mí, lo que tanto tiempo yo llevaba buscando.
Agradecida es como en múltiples escenarios, me hizo sentir.
Con Pablo jamás aprendí a querer sin esperar algo a cambio, siempre exigí un reconocimiento, necesitaba una validez, me sentía siempre satisfecha cuando él era el primero en decir, en hablar, en sentir. Siempre caminé con miedo.
Pero insisto, revisando en introspectiva no todo fue su culpa. Yo vengo arrastrando fantasmas que solo resaltaron con su estancia.
Para la noche del que yo pensaba sería el mejor día de nuestras vidas, fuimos a cenar a un exclusivo restaurante. Cenamos la pasta que siempre disfruto pedir y caminamos por un rato a la orilla del mar, mientras preparaban todo para recibirnos.
Entre vinos y tequilas me perdí, o eso fue lo que me contó. Jamás entenderé porque tanto tiempo tardé en querer encontrar el momento perfecto para coincidir, y echarlo a perder. ¿Saben?, por años me culpé.
Al parecer al ritmo de la plática me desconecté, coquetee con el mesero extranjero (prueba de que probablemente la historia no está del todo inventada), y me fui. Dejé el lugar donde estaba él.
Minutos después caminó hacía mí. Me alcanzó en el corredor rodeado de jungla caribeña donde hay todo menos luz.
Después de eso no sé que fue lo que pasó. Desperté en la cama del hotel, con él dormido junto a mí. Mi ropa estaba sucia de tierra y arena, de polvo que se había acumulado en los repetidos viajes que hicimos con el carro rentado. Todo abruptamente parecía hablarme y darme las respuestas a mis repentinos temores.
No quería que amaneciera, no quería que él despertara, no quería encarar la realidad.
Evidentemente para cuando despertó, estaba más serio de lo habitual. Repetimos todo como en los días anteriores. Bajamos a desayunar, preparamos maletas y nos dedicamos a esperar.
Son las cinco de la tarde, tenemos que irnos. Fue lo único que dijo. Y a manera de ejercicio, en la terminal número cinco, nos sentamos a cenar mientras yo elaboraba una dinámica con la servilleta del restaurante bar.
Escribe aquí lo que más te gustó del viaje y lo que menos te divirtió.
Como estudiante aplicado que conoce todas las respuestas, no necesitó escribir cuando ya me estaba reprochando que odiaba esa versión de mi. En donde me atrevo a sonreír, hablar con extraños, hacer nuevos amigos y vivir como cualquier chica de 25 años.
ESTÁS LEYENDO
El amor en tiempos digitales
Teen FictionEsta es la ironía detrás del uso de una popular aplicación de citas