Descanso

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Sus brazos fuertes y cálidos le daban el añorado sentido de protección que tanto anhelaba en ese momento.
Quería fundirse en ellos para nunca más alejarse, ahí estaba el refugio de su esperanza.

Su estado de salud era débil, aún tiritando; el lunari no lograba comprender su entorno. Las voces, los susurros de alune, los ruidos, los recuerdos y la densidad del aire, le irritaban por completo, estremeciendole hasta el último pelo.
Sin embargo, una vez más contaba con la contención del vasyata a su lado.

Acariciaba lentamente su cabeza mientras lo acurrucaba con fuerza.
Una vez más sostenía un frágil y quebrado Aphelios.
Desde aquel lugar podía oler su fino aroma: dulce varonil; palpar la suavidad de su cabello lacio, oscuro como la noche y brillante como la luna, sentír el calor tenue de su cuerpo. Pensaba en su mente que aquel chico Luna era la noche misma encarnada en un perfecto cuerpo.

El vastaya estaba en presencia de sentimientos encontrados. Por un lado le reconfortaba tanto sentirse como un defensor y tener al menor entre sus brazos; pero por otro lado odiaba verlo en ese estado, y haría lo que fuese por velar por su bienestar.

La situación del Lunari parecía ir de mal en peor, los efectos secundarios del líquido de noctum le propiciaban un inoportuno malestar agraviado que solo terminaba por causarle más dolor del que ya en ese momento sentía.
Pensaba que aquello podría significar más que simples tiritones y fiebre; si no hacía algo ahora las consecuencias serían más trágicas.

Aphelios perdía la poca fuerza que aún le permitía mantenerse despierto, dentro de poco sus sollozos cesaron en un repentino cerrar de ojos.
Cayó desvanecido tan ligero como el papel en el agua.

Por su lado el vasyata empezó pronto a entrar en pánico, teniendo a su amado inconsciente en el lugar y sin saber que hacer en un momento de desesperación como aquel.

-.¡Aquí estás! -.
Entró Diana entre los matorrales de forma oportuna.

-. ¡Ven ayúdame! Rápido.. -.
Suplicaba el pelirrojo.

Diana al ver la complejidad de la condición, inmediatamente se acercó para tomar registro visual del inconsciente Aphelios.

-. ¡De prisa! Hay que sacarlo de aquí -.
Señaló decisiva la mujer.

-. ¿Tienes alguna idea de que hacer? Dime que si... -.
Consultó el felino con un tono de voz decaído y preocupado a la vez que dejaba caer sus orejas declarandose en su lenguaje corporal.

-. Se dónde llevarlo, hay alguien que puede ayudarlo a pocos metros de aquí ... Pero será mejor que sea rápido-.

Por obra intuitiva el vastaya acomodó al muchacho en sus brazos para llevarlo cuidadosamente; juraba que pesaba menos que la última vez que tuvo que cargarlo cuando apenas si lo conocía.
Estaba angustiado, triste y dolido. No toleraba la idea de pensar que algo malo le sucediera, pero prefirió anular esos pensamientos negativos de su cabeza y concentrarse en seguirle el paso a la mujer de cabello blanco.

Caminaron apresurados durante unos minutos que al felino le parecían eternos, sin hablar, sin cruzar miradas y sin detenerse.

-. Recuestalo aquí... -.
Le ordenó la Lunari a Sett, quien le obedeció.

Se habían detenido en un llano apacible, únicamente cubierto de pasto suave y corto, con el aire que volvía a ser cálido y donde el único sonido era el agua cristalina del lago que daba justo en frente a sus pies.

Pronto, Diana sacó de entre su armadura un misterioso amuleto de piedra Lunar que cuidadosamente sumergió en el lago.
Fue cosa de segundos para que el artefacto empezara a irradiar un brillo azulado y con ello; una joven vastaya del mar asomó a la superficie.

Eclipse  LunarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora