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«Unas manos lo agarraban. Sus ropas fueron despojadas de su cuerpo, rasgadas cuando los hilos cedieron por los fuertes y violentos tirones. Su súplica para que se detuviera inundó la sala, y tras ella, sus gritos de agonía al sentir cómo lo violaban. El olor a almizcle del sudor y el alcohol, llegó a su nariz, mientras permanecía debajo de él, amordazado, y el hombre se empujaba en su cuerpo. Su mente se cerró, y no sintió nada, no oyó nada, no era nada. Los dedos se clavaban profundamente en su carne, provocándole moretones. De repente, el calor caliente inundó su interior y el cuerpo del hombre colapsó encima del suyo.
Antes de que pudiera tratar de moverse, un dolor punzante azotó un lado de su cara, y volvió a gritar cuando la sangre se derramó por su rostro, llenando su nariz y su boca, ahogando sus gritos. Tosió una y otra vez, tratando de impedir que el líquido cobrizo llenara sus pulmones.
—¡Ahora, nadie te querrá! ¡Serás mío para siempre!» 

Do Kyungsoo  se estiró en la cama, jadeando para respirar, su cuerpo sudando profusamente y empapando las sábanas. El terror lo golpeó al recordar lo que había intentado olvidar, pero era demasiado difícil. Sus ojos de color cafés  deambularon por el apartamento en mal estado de una sola habitación que había alquilado, en busca de cualquier demonio oculto en las sombras. Se desplomó sobre la cama, luchando por controlar su respiración y frenar la ola de terror. Los eventos de ese día, habían abierto la puerta a sus recuerdos. Tenía veintiocho años, vivía solo, y hoy lo habían despedido de otro trabajo. La causa de que lo despidieran siempre terminaba siendo que no podía controlar sus ataques de pánico por el miedo a los hombres grandes.

Suspirando, Kyungsoo se pasó una mano delgada y temblorosa por su rostro. Sabiendo que no sería capaz de volver a dormir, se levantó de la cama para prepararse una taza de café.

Encendió una luz y se acercó al fregadero para llenar la cafetera con agua. La puso a hervir, se sentó a esperar y encendió un cigarro. El apartamento en el que vivía era todo lo que podía permitirse, sucio y pequeño, con una sola habitación en la que coexistían la cocina y el dormitorio, y un pequeño cuarto de baño contiguo en el que apenas se podía dar la vuelta. Levantó su mano para trazar la fea cicatriz que discurría haciendo una curva desde su ojo izquierdo hasta la esquina de su boca. Debido a su cara, nadie quería contratarlo para algo más que trabajo duro. La mayoría de la gente encontraba difícil no mirarlo, y se hacían preguntas o se disgustaban y se marchaban. Mañana tendría que volver a la agencia de empleo y ver si había otra cosa para él. El director tenía que estar cansado de él, pero no podía cambiar el profundo miedo asentado en su interior que le debilitaba las rodillas.

Cuando el café estuvo listo apago el cigarro, agarró la única taza que tenía, la enjuagó, y la llenó del humeante líquido

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Cuando el café estuvo listo apago el cigarro, agarró la única taza que tenía, la enjuagó, y la llenó del humeante líquido. Lo olió apreciándolo y tomó un sorbo vacilante, haciendo una mueca cuando se quemó la punta de la lengua. Siempre había sido delgado y en cierto modo casi femenino. Su pelo negro hasta los hombros, dispuesto alrededor de su cara, le daba un aspecto aun más femenino. Atraía a hombres que no quería. Podía ser pequeño, sólo un metro setenta y tres cm pero era fuerte físicamente, debido a los muchos trabajos que había realizado que requerían levantar objetos pesados. A pesar de la musculatura que había adquirido debido a ello, todavía se acobardaba cuando se enfrentaba a los machos dominantes. A pesar de la inestabilidad emocional de todo lo que le había sucedido en su vida, hacía su mejor esfuerzo para no dejar que los pensamientos y los recuerdos lo controlaran.

Tocame SuavementeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora