Capítulo 37

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La Matriarca esperaba prontos resultados de una situación que se estaba poniendo tensa. Muchas eran las protestas que habían llegado desde las poblaciones aliadas por el trato recibido de manos de Ájax y sus hombres, exigiendo una disculpa que reparase lo acontecido.

La soberana no estaba dispuesta a hacerlo. Eso mostraría debilidad ante todo el mundo, sobre todo a los ojos de aquellos que deseaban ocupar su cargo. Aún así la polémica llegó al consejo, donde algunos de sus miembros vieron una oportunidad para debilitar su mandato que no quisieron desaprovechar.

Furiosa, la Matriarca recibió en su despacho a las dos mayores serpientes que habitaban en La Capital, a los cuales odiaba: Slater, el empresario más rico y avaricioso que existía, y Harman Gottschalk, un militar de alto rango conocido por diversas batallas contra Digimon poderosos, cuyo aspecto físico, orondo y de rostro más bien feo, le daba un toque siniestro.

—No acostumbro a recibir visitas inesperadas —habló con contundencia—. Si os he recibido, es sólo por no hacer un desplante al consejo.

—Sentimos presentarnos con tan poca antelación, así como de forma sorpresiva —se excusó el empresario—. Algunos no estaban seguros sobre si citarla en el consejo de manera oficial o hacerlo en petit comité para evitar un posible escándalo.

—¿Escándalo? —Rio la soberana sin darle importancia—. Nunca me he visto salpicada por ningún escándalo en toda mi carrera política, ¿acaso me estás acusando de algo, Slater?

—En absoluto y me disculpo si así lo ha interpretado al escuchar mis palabras. —Slater hizo una reverencia.

El militar se mantuvo en silencio, quizás porque desprendía un tufillo a alcohol. De todos era sabido que le gustaba frecuentar tabernas y lugares poco ortodoxos, donde daba rienda suelta a su depravación.

—Mi secretario no ha sabido decirme el porqué de esta reunión. —Tomó asiento la Matriarca—. ¿Alguno de los dos sería tan amable de sacarme de dudas? Os insto a ello.

—Venimos a causa del revuelo provocado por ese colaborador vuestro, soberana. Ájax está crispando a nuestros aliados y algunos amenazan con protestas dentro de la propia Capital, en los suburbios —explicó de forma comedida el empresario—. Si los trabajadores no están contentos, no son eficaces. 

—Asusta, da pavor, lo que está bien en la guerra, pero no es una buena promoción para lo que hemos construido —intervino al fin Harman—. Podría producirse un levantamiento.

—¿Estáis cuestionando las decisiones que tomo y, por tanto, mi autoridad? —preguntó altiva la mujer, sin temor, mirándoles con expectación.

Ninguno respondió, quedándose en silencio. La Matriarca imponía demasiado, aún cuando todo jugaba en su contra. Un paso en falso y su destino estaría sentenciado, nadie podría evitarlo.

—¿Eso es todo? Pensé que le echaríais más pelotas al asunto, pero me equivocaba. —La soberana resopló, aburrida—. Me habéis hecho perder el tiempo para nada.

—Sabes perfectamente cómo son los trabajos en los suburbios y la cantidad ingente de bajas que tenemos al año. No podemos perder esos acuerdos, no nos podemos permitir que descienda el número de trabajadores —increpó entonces Slater.

—¿Cuántos hijos tenías Slater? ¿Tres? ¿Cuatro? —preguntó la mujer, cansada.

—Cinco.

—Y contigo y tu esposa sois siete. —Volvió a reir la Matriarca mientras apretaba un botón sobre su mesa que hizo aparecer el holograma de su guardia personal—. Me temo que el señor Slater se marcha ya.

Digimon: Our Last StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora