CAPÍTULO 3

31 9 0
                                    


El viento sopla con fuerza mientras veo volar una parvada de gaviotas blancas que se dirigían al sur. El cielo estaba totalmente claro y el pueblo se veía igual que siempre.

Nada fuera de lo normal. Nada cercanamente parecido a la masacre de mi visión.

Suspiro y comienzo mi ágil descenso del árbol. Salto y caigo en el césped, para luego sacudir mi falda de los restos minúsculos de corteza y recoger el cántaro. Abrazo el recipiente de barro contra mi pecho y bajo del monte con dirección al rio.

Empezaba a creer que la anciana Aimara tenía razón al decirme que estaba alucinando. No había nada que confirmara lo que vi previamente a mi desmayo. Ni siquiera sabía si realmente se trataba de una visión. ¿Me estaría preocupando por una tontería? ¿Lo que vi era fruto de un deseo? ¿O se trataba de la calma que siempre precede a la tormenta?

No negaré que si deseaba con todo mi corazón la destrucción de la aldea humana. Su paranoia contra los seres como yo los conducía a actos atroces y perversos como la caza, tortura y asesinato público de todo individuo de ojos con colores vivos y orejas semi puntiagudas. El recordatorio contante de que los seres como yo no teníamos cavidad en el mundo humano.

Según narra la anciana Aimara, la persecución contra los ojos de color inició hace más de veinte años, cuando varios grupos de extraños provenientes de las estrellas se instalaron en la región. Los humanos de aquel entonces se sintieron invadidos y atemorizados por los brillantes ojos que atravesaban el alma y las habilidades que estos extraños ejercían sobre los elementos como el agua, la tierra y el viento. El miedo creció y los humanos, temiendo por sus vidas y sus tierras, decidieron acabar con ellos antes de que se volvieran una amenaza real.

Algunos pocos lograron escapar yendo más allá de las barrancas boscosas que rodean la región. Otros pocos, como fue mi caso, fuimos acogidos tras quedar huérfanos y obligados a escondernos del exterior para sobrevivir.

Salto los riachuelos que descienden de la montaña y esquivo la maleza que me indica estar cerca de mi destino. El camino dobla y se hace más angosto hasta que llego al costado de la Cascada Plateada, dándome la bienvenida con su fresca brisa haciéndome cosquillas en las mejillas.

Estiro los brazos y la espalda, y proceso a escalar la pared de piedra para tener acceso al rio que alimentaba la cascada. Unos minutos después logro llegar a la cima y dejo el cántaro en el césped para descansar un momento y limpiar el sudor de mi frente. Me arrodillo a la orilla de rio y me lavo la cara. Mi premio por haber llegado tan lejos sin ser vista y escalar la pared de piedra, nuestra única forma de obtener agua. Porque sí. El camino fácil solo estaba permitido para los humanos. Los extraños como yo teníamos que ingeniárnosla para tener agua o comida.

Llené el cántaro a contra corriente y lo arrastré a la orilla del rio. Pero cuando me dispuse a volver, me detuve y dejé el cántaro en el césped. Me adentro en el rio y salto sobre un camino de piedras hasta una roca gigante que partía en dos la cascada. La brisa fría hace volar mi falda y cabello mientras observo más allá de la aldea humana y sus bosques. Allá donde el horizonte partía en dos el mundo y que solo los dioses sabían lo que había ahí. ¿Más allá habría más seres como yo? ¿Seres libres y sin miedo de los humanos?

Doy un paso al frente y extiendo los brazos, estando al filo de la cascada. En otros tiempos, la respuesta a mis preguntas sería un rotundo no, seguido por un salto al suicidio. Sin embargo, una extraña sensación de esperanza recorrió mi pecho y embriagó mi alma. La esperanza de que muy pronto, y de formas que aun desconocía, mi vida iba a cambiar. Inhalé hondo y, como un acto ciego de fe, salté.

Mientras caía, la brisa envolvió mi cuerpo y jugueteó con mi falda y cabello. La velocidad me excita y grito a todo pulmón, liberándome de la locura, el terror y la desesperación que habitaba mi cuerpo para dar paso a la libertad que tanto suplicaba. Mis gritos son absorbidos por el fuerte golpeteo del agua y entro nuevamente al agua con un limpio clavado, hundiéndome varios metros a una fosa natural. Abro los ojos y nado hasta que ya no pude aguantar la respiración. Luego salí a respirar y me reí a carcajada, extasiada por la adrenalina. Fue entonces que vi una canoa amarrada a la orilla del rio y subí a ella para descansar un poco.

Sellada -  Hilos del Destino IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora