CAPÍTULO 5

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A la mañana siguiente desperté con el cuerpo dividido. Por un lado, sentía tensión y dolor muscular. Como si hubiera hecho demasiada fuerza o cargado algo pesado. Por el otro, sentía un ligero cosquilleo en la piel. Ahí donde los rayos del sol me tocaban. Algo muy diferente a la habitual sensación térmica.

Me reincorporé del suelo y noté que Yue no estaba por ningún lado. ¿Habría ido a refrescarse al rio de la noche anterior? No le di mucha importancia, pues tenía la sensación de que él estaba cerca, y me dediqué entonces a estirar el cuerpo y desenredar mi cabellera.

De pronto escuché el crujido de una rama y todo mi cuerpo se puso en modo alerta. Otro crujido más fuerte tras de mi y entonces, el árbol donde estaba recargada se partió a la mitad y casi al ras de mi cabeza. El gran tronco cayó y yo me alejé inmediatamente, teniendo que esquivar otros tres árboles que cayeron en secuencia, como si intentaran evitar que yo me adentrara en el bosque. El último árbol cayó y una de sus ramas logró golpearme por la espalda, haciéndome caer de bruces y atrapando mi pie derecho en una de sus pesadas ramas.

Apreté la mandíbula para no gritar y me coloqué en cuatro pese al frio y la electricidad que recorrió desde mi pie atrapado hasta la coronilla de la cabeza. Inhalé hondo y tiré con todas mis fuerzas para liberarme. Una. Y otra. Y otra vez. Reúno valor y fuerza, y pateé con todas mis fuerzas la rama con la intención de romperla. Una tras otra. Tras otra vez.

Es entonces cuando escuché el galopeo de un caballo y la punta de una espada apareció en mi campo de visión, amenazando mi vida, a la altura de mi barbilla.

–Levanta la cabeza lentamente, muchacha–dijo un hombre.

Obedecí y dejé de patear para entonces levantar la mirada y contar un total de ocho mercenarios y su líder montado sobre un enorme caballo marrón.

El líder, un hombre de más de cuarenta años y gran barba negra hizo un ademán con la cabeza y tres de sus mercenarios me ayudaron a salir de la trampa, mientras que el cuarto siguió vigilando mis movimientos con la espada empuñada. Los tres hombres alzaron el pesado tronco y yo me levanté cuidadosamente y sin apartar la mirada de la espada. Tenía que pensar en algo y pronto.

–¡Al suelo! –me ordenó uno de los hombres.

Me pateó por la espalda y yo caí de rodillas, a tiempo que ataron mis manos a la espalda con una soga.

–Mire, jefe–llamó uno de sus mercenarios.

El hombre a caballo observó donde su mercenario señaló y notó las marcas de las patadas que dejé en el tronco. Luego me miró y sonrió.

–Nunca antes había visto a una mujer de ojos violetas. Mucho menos a una tan fuerte, así como bella...

–¿Usted qué dice, jefe? ¿La vendemos toda o solo sus ojos? –preguntó el hombre que me había atado las manos.

–Podríamos venderla al comprador de la costa que está buscando mujeres para el harén de su rey–dijo quien sostenía la espada.

El jefe bajó del caballo y caminó pausadamente hasta mí. Tomó mi mandíbula y me examinó el rostro, la boca y el cabello. Olfateó un mechón y yo me quedé inmóvil. Aguardando.

–Rosas silvestres y miel–pronunció el jefe.

Me miró a los ojos y luego se apartó con precaución.

–Veo que eres de espíritu salvaje. Pero nada que no pueda ser domado–sonrió–A partir de ahora, servirás en mi cama todas las noches.

–Antes muerta–respondí entre dientes.

Sellada -  Hilos del Destino IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora