La tetera comenzó a hervir, un delicioso té de canela con crema y azúcar era lo que me calentaba por las noches. Había planchado mi falda de lápiz y mi blusa con un hermoso moño victoriano y dándole el ultimo sorbo a mi taza me dispuse a salir con mi abrigo rojo.
—Creí que me esperarías en la casa —su voz dulce y varonil calentó mi oreja izquierda.
—Sabes que odio esperar —sacudí mis manos encendiendo un cigarrillo largo —, así que decidí adelantarme un poco.
Caminamos un tramo largo por una calle dañada, llena de cenizas, mal oliente y oscura hasta llegar a uno de los pocos edificios en pie; una jovencita de labios rosas nos recibió en la entrada y nos dirigió a nuestra mesa. Era un burdel de la armada, nos esperaba música, wisky y juegos de mesa.
—Relájate —me susurró llenando mi copa de licor.
El ambiente humeante y sordo sacudía la cabeza de cualquiera. La barra añeja, baleada y nada estética decoraba el fondo del lugar, el sonido chasqueante y frio del cristal al chocar con el hielo brillaba con la luz tenue amarillenta sofocada por murmullos y silbidos de hombres y mujeres uniformados llenos hasta el copete de alcohol y guerra.
No podía escuchar el tacón de las mujeres al caminar por el alfombrado piso, pero si ese temblor de las bombas a lo lejos y unas cuantas detonaciones de las Browning cerca del lugar, el son bélico nos había alcanzado y resonaba con fuerte estribillo en esa época.
—Sabes que no puedo —respondí bebiendo todo el líquido —, estoy harta de todo esto ¿tú no?
—Estoy harto de verte así, me lastima no poder hacer nada —recargándose en la silla ordeno al camarero otra botella —. ¿Por qué no hacemos un viaje? solos tú y yo —sus ojos brillaron al ver sus cartas.
Una ligera sonrisa se dibujó en mi rostro al ver mi mano, había perdido toda mi apuesta. Lo observe como el hombre que había llegado ser, su altura era considerable y sus cabellos rojizos y ondulados se peinaban en pequeñas porciones gracias al corte militar que llevaba. Su traje bien ceñido y sus brazos largos junto a su espalda recta me hizo darme cuenta que ya no era el niño que solía cuidar. Siempre pulcro, bien rasurado, ejercitando su cuerpo en cada oportunidad para tener una deseable figura; sus labios delgados y esos ojos perspicaces que me han acompañado desde siempre, mi amado niño, mi confidente, mi amor puro.
—¿Y a donde me llevarías? —pregunté al tirar mis cartas en la mesa.
—Al inicio —suspiró cabizbajo esperando mi respuesta.
—No —respondí apagando mi cigarrillo en el cenicero levantándome me la mesa.
—¡Madre! —trató de imponerse con voz ronca al levantarse conmigo —solo escúchame...
—No, escúchame tú mi pequeño Andréi, esta conversación me tiene aburrida.
Abandonándolo en la mesa, salí huyendo del edificio sin tomar mi abrigo. El frio era notable y comenzaba a plumear así que decidí correr para llegar lo más lejos de él.
Me atormentaba siempre con su deseo de volver a Paris, a Lagrasse, lo único que quería era dejar de sentir tanto dolor, mi mar se había secado.
—No corras —me sujetó con fuerza con una sola mano cortando mi paso —, pueden confundirte y dispararte.
Lagrimones corrían por mis mejillas, no podía dejar de ser la mujer estúpida de hacía ya muchos años que seguía cometiendo los mismos errores. Trate de soltarme, pero fue imposible, todo lo que hacía era imposible.
—¡Estoy harta! —grité con rabia.
—Lo sé.
—No, no lo sabes, no tienes ni la más mínima idea de todo este sufrimiento que echó a perder mi interior —por fin logre soltarme de su agarre para abrazarme a mí misma.
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Lo Oscuro de mi Sangre
VampireA pesar de todos sus intentos por quitarse la vida, Gabrielle, a punto de entregar su espíritu frente al rio de Lagrasse se da cuenta que alguien la observa, la sombra de un hombre a lo lejos escudriña su cuerpo y su alma. Deseosa y ardiente, conoce...