CAPITULO 13

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Era una tarde otoñal poco convencional; las hojas se apresuraban por marchitarse y caer, pero muy dentro de ellas temían a la muerte en brazos del frío que les soplaba a lo lejos. Caminé por la mansión descalza y con un blusón holgado, extrañaba mi cabello largo, pero tardaría mucho en crecer, así que solo lo sujete con unas cuantas horquillas para que no se me revelara y me estorbara.

El sol con timidez se filtraba por pequeños espacios por las cortinas que cubrían casi en su totalidad los rústicos ventanales. Bajé con pereza las escaleras y me adentré al comedor. —desearía una tarda de fresa con queso y chocolate —pensé en mi interior acariciando mi estómago y babeando por dentro, me moría de hambre por algo dulce.

Al llegar al comedor observé con alegría una pequeña tarta de fresa, queso y chocolate lista para ser devorada. Era como si mi mente pudiera crear objetos por osmosis, así que me senté junto a la tarta, cerré los ojos y me concentre.

—... deseo tener un bebé, deseo tener un bebé —repetí acariciando mi vientre. Callé y abrí los ojos, era obvio que no poseía ese don. Cerré los ojos de nuevo y volví a pedir con fuerza —... Andréi, Andréi, Andréi...

Abrí los ojos y me vi a mí misma, sola en el enorme comedor acompañada de una tarta que esperaba.

Me dolía su ausencia, y sentía que, aunque pasaren mil años lo seguiría extrañando. ¿Qué habría pasado con su espíritu? ¿realmente se habrá ido al infierno como dicen los cristianos por ser uno de sus demonios? En ocasiones me torturaba el hecho de pensar sobre esos temas, así que lo deje pasar, de nuevo.

Terminé la tarta de casi dos bocados y me dispuse a salir y hacerle frente a la brisa otoñal. Caminé por el césped hasta llegar a un hermoso árbol torcido donde, bajo de él, yacían los restos de mi padre, Andréi e Isamu. Habíamos vuelto a Lagrasse hacia unas pocas semanas para enterrar sus cráneos en el único lugar sagrado para mí.

Sin pronunciar palabra observé la lápida desquebrajada de mi padre con su nombre casi borrado por el tiempo "L. Antonio F.D 1782-...". Inusual pero real, la Orden no había puesto el año del deceso por costumbre, ¿a qué?, no lo sé, eso ya no importaba.

Levanté la vista y observé los campos de olivos que se extendían a lo lejos; varias hectáreas corrían por un campo espacioso que aún producía uno de los mejores aceites vírgenes de la región. Me contrariaba la nostalgia y no sabía realmente qué hacer con la propiedad, no sabía si venderla, rentarla, derribarla y construir un futuro nuevo. No había vuelto para quedarme, pero tenía una sensación de pertenencia muy arraigado que me impedía pensar con claridad.

—¿Podemos caminar un momento, mi amor? —susurró Víctor sacándome del trance de un susto.

—¡Por todos los cielos, Víctor! —exclamé con espanto al ver el cielo y notar que el sol aún no se ocultaba —, ¡aún no anochece! Puedes hacerte...

Soltó una carcajada sensual mostrándome su hermosa dentadura presumiendo sus colmillos, como si estuviéramos completamente solos en la propiedad.

—... no estamos solos Muntasir... —traté de disimular mi preocupación volteando alrededor para localizar algún trabajador —, no actúes suicida por lo que más quieras...

Estaba en la sombra del árbol torcido; sus pantalones negros ajustados a su divino trasero y esa camisa gris a tres cuartos marcando sus hombros y su espalda me derretían con solo verlo frente a mí con su cabello recién cortado.

—¿A caso quieres que te haga mía en estos instantes, mujer? —dijo al besarme observando mi atuendo —, puedo ver que no llevas sostén, tus pezones rígidos acarician tu blusón de manera provocadora —susurró arqueando una ceja de manera juguetona.

Lo Oscuro de mi SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora