Era poderoso; su traje azul estaba lleno de sangre como el de todos los demás; exhaustos no podían doblegar la daga de Abel. Heridos y sin municiones peleaban a puño cerrado contra él, quien en ningún momento dio tregua.
Levantándome, caminé hacia él con tranquilidad. El chapoteo de mis zapatillas en la espesa sangre me dio la sensación de caminar en el cielo. A unos cuantos metros le sonreí y limpié la daga con mi lengua; la sangre de Elisa e Isamu fueron un narcótico alucinante; mi cuerpo dejo de temblar y una fuerza renovadora cubrió todos mis músculos, era demencial.
—Sabes que serás mío y que vivirás siglos en agonía, ¿verdad? —susurré con una enorme sonrisa diabólica.
Devolviéndome la sonrisa lanzó un beso al aire. Lamio su daga de igual manera y observe como sus energías volvían a él después del cansado baile de la muerte que daba con mis hombres.
—¡Por fin! —gritó con éxtasis —, seré tuyo y tú mía, mi dulce niña —volteó a ver a los demás que se inclinaban para lamer el suelo con la sangre del más antiguo.
Corrió hacia mí y chocamos dagas casi con la misma fuerza, podía sentir cómo se limitaba para no hacerme daño.
—Hacerte mía siempre ha sido mi deseo —dijo respirando tan cerca de mis labios como se lo permití, no podía avanzar gracias a la fuerza que ejercía con mi brazo bien asido a la daga —. Y lo de la agonía, es una excepción, veremos quien sufre en esos siglos...
Con la otra mano señalé a los tres malditos que se detuvieran, tenía la situación controlada, pero conociendo a Stefano, era cuestión de tiempo.
—¿No pudiste matarlo, cierto? —pregunté igual de cerca a sus labios —, conociéndote, trapeo el piso con tu dignidad, hijo de Adán.
Una enorme carcajada salió de su garganta cimbrando mis tímpanos. Quería tomar mi cintura, pero impedí cualquier otro movimiento inesperado de sus manos ansiosas.
—Gabrielle...
—No, Abel —interrumpí empujándolo hacia atrás como si fuera una silla ligera —. No pudiste matarlo y huiste como la zorra que eres. Él te encontró en cada madriguera en la que te metías, y todas esas veces uso tu dignidad y hombría para limpiarse el rostro lleno de la sangre de tu familia, familia a la que no pudiste cuidar —seguía provocándolo a cada paso que dirigía hacia él con la daga apuntando a su pecho —. Oh si, amado mío, no llego al castillo a por mí porque te daba las cogidas de tu vida, y no quedándote de otra, te enredaste con Elisa matando a todo fiel seguidor de la Orden y renovando la membresía con sirvientes huecos y sin convicción que complacían todos sus caprichos —deteniéndome a unos pasos de él observe su rabia salir de sus ojos bicolor —. Volviste a aquí, pero al llegar, te diste cuenta que todo estaba devastado gracias a los Asirios a mis espaldas. No tenías opciones, y de los escombros, arrastrándote como el gusano que eres, pudiste encontrar la otra daga que te ayudaría con lo demás.
Parado frente a mi jugó con la daga entre sus dedos como raqueta de batería. Observo a los hombres tras de mí y sonrió amargamente. Limpio un poco su rostro lleno de sudor y sangre y camino un poco hacia mí.
—Solo en parte tienes razón —cerró los ojos y peino su cabello sucio hacia atrás —¿sabes por qué no volvió a ti después de todos estos siglos dejándote completamente sola? —preguntó con aire de superioridad —¿por qué tus amantes no pudieron encontrarlo? Muy sencillo querida —cruzándose de brazos volteo a verlos sin miedo a que lo atacaran —, porque el mayor de todos ellos lo aprisiono.
—¡MIENTES! —gritó Stefano avanzando solo un paso sin atreverse a ir por él —¡PEDAZO DE MIERDA, MIENTES!
—Seré todo lo que quieras, Templario, pero nunca alguien que mienta sobre estos temas —dijo sin despegar los ojos de Sargón.
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Lo Oscuro de mi Sangre
VampireA pesar de todos sus intentos por quitarse la vida, Gabrielle, a punto de entregar su espíritu frente al rio de Lagrasse se da cuenta que alguien la observa, la sombra de un hombre a lo lejos escudriña su cuerpo y su alma. Deseosa y ardiente, conoce...