XIII

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Es quizá ese momento cuando ella siente la conexión de almas, la unión eterna entre ambos como un mecanismo necesario, como algo que no tiene por qué encontrar resguardo en el afecto, y quizás es justo eso lo que lo hace ser tan especial.

—Marie...

—Dejame ayudarte...

Sus manos se posan en los hombros de él, y su boca en la suya, derritiéndose en la frialdad de sus labios y elevándose con la protección de sus brazos. Doble D le corresponde una vez más, como siempre esperaba que lo hiciera.

Los pasos traviesos de ella lo hacen retroceder, llevando a ambos hasta la pared. El primer gemido sale cuando las manos de su novio llegan hasta sus glúteos revestidos por su falda. Doble D se había pasado toda la semana sin poder apartar la vista de sus piernas, y ella lo sabía, así como sabe que él ansía conocer lo que hay mas allá.

No solo la habitación, sino la casa entera, se encuentra ahora inundada del crepitar de sus labios y el forcejeo continuo de ambos, buscando discretamente más de lo que tenían. Marie se permite ingresar una vez más a su boca, y allí dentro se libra otro encuentro, al mismo tiempo que los brazos de su novio la sostienen por detrás, con firmeza y sin poder apartarse de allí. En algún momento ella pasa a estar contra la pared, completamente sometida a sus deseos y dispuesta a darle todo, a entregarse por completo.

Sin dejar de probarla, el muchacho desciende a los relieves de su cuello. Allí esta el collar de su madre, el que él le había obsequiado a Marie el día de su cumpleaños. Por sobre esta, deposita cortos besos que la hacen removerse y quebrarse en gemidos que tienden a ronroneos.

Marie no quiere dejar de verlo. Sus miradas vuelven a conectar. Puede verse reflejada en aquellos ojos verdes encendidos, mirándola. Desnudándola. Todo esto es producto de toda la tensión que habían estado reservándose durante toda la semana, los detalles con los que ambos se coquetearon deliberadamente. Y así vuelven a besarse fugazmente. Lo que en un principio fueron los destellos inocentes y juegos cautelosos de una pareja de adolescentes desdichados, ya había mutado a la locura pasional de adultos.

Con ayuda de su novio, Marie da un salto y se aferra a él, encerrándolo con sus piernas. Las manos de él ahora la sostienen de allí abajo, donde la falda se había subido casi por completo. Ella rodea su cabeza con sus brazos y prosigue devorándolo. Esta oscuro. Las luces están apagadas y solo los ilumina la gloriosa luna y el apaciguado mar infinito. En las penumbras, Marie experimenta la sensación de estar dando vueltas y vueltas sobre él, como un carrusel.

Doble D la deja sobre un escritorio que usaba para, según él, leer sus libros o hacer algo interesante. Marie piensa que lo que van a hacer ahora allí será lo suficientemente interesante, e incluso más.

Antes de que se alejara para tomar distancia y apreciarla mejor, Marie se adelanta, volviendo a encerrarlo con sus piernas en su cadera y sus brazos en su cuello. Da un corto sobresalto cuando siente la cálida mano del mago deslizarse sobre su pierna derecha, hacia esa dirección, y luego un hormigueo en esa zona cuando esta se escabulle debajo de su ropa. Sin poder evitarlo, deja salir un movimiento convulso que incita a la unión definitiva de ambos cuerpos.

En algún momento sus labios se separan.

—¿Estás... segura de esto?

—Absolutamente.

Nunca en su vida Marie ha estado más vulnerable. Tiene los ojos dilatados, las mejillas arrebatadas, y su pecho moviéndose agitadamente. Doble D besa con ternura su frente. Luego su nariz. Y luego, su boca.

Ella vuelve a tratar de probarlo por dentro, asomando tímidamente su lengua. Esta vez no quiere irrumpir con violencia como lo había hecho en su primer beso. Él la recibe de inmediato. Lentamente, las manos del mago se desplazan hacia los pechos de ella, acariciándola con la yema de los pulgares. Ella tiene otra inconsciente sacudida de placer. Nunca nadie la ha tocado así.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora