XVII

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Marie se había arrodillado para ver a Eddy. Él parecía dormido y sereno, como el rey que siempre había creído ser en Mondo A-Go Go. Como si esa herida grande y mortal en su corazón no estuviese ahí. La chica tomó su pulso en su cuello. Marie había visto una demostración en una clase de primeros auxilios en la escuela, sin imaginar que lo usaría un día en la vida real.

Doble D supo la respuesta, porque ella le devolvió una mirada y no pudo decir nada.

Doble D comenzó a respirar con dificultad. No supo de donde vino esa voluntad para moverse. Las imágenes de su madre en el suelo, luego del ataque de los hombres verdes, llegaron a él como una tormenta. La casa de Ed ardiendo. El departamento de los tres en San Francisco ardiendo. De pronto todo se hizo mas pesado.

Se volvió al cadaver del hermano de Eddy, quien yacía con los ojos abiertos y la gran herida en la frente. Fue por la espada, apuntó contra él, y disparó repetidas veces, sin darse cuenta de que no era la espada la que le estaba dando, sino él mismo. El cadaver del hermano y asesino de su amigo se elevó con cada disparo. Era muy grande y pesado, y sin embargo logró levantarse como un muñeco de trapo.

Dejó de disparar, arrojó la espada a un lado y comenzó a patearlo. Simplemente patearlo, patearlo hasta el final de los tiempos. Hasta que su pie se desgastara con él. Se sintió mas duro que una piedra, pero él no se inmutó. Solo se detuvo cuando notó sus propios jadeos y las manos de Marie rodeándolo por detrás.

—Basta... basta...

Su respiración pesada se mezcló con los sollozos de ella, y ahí fue cuando pudo recuperar algo de cordura. Ambos se dejaron caer al suelo.

—No...

—Basta, Doble D.

Marie apoyó su mentón contra el cuello de su novio, y este no resistió mas. Se echó a llorar sobre si mismo. Marie se acercó lentamente hacia él, y le permitió llorar en sus muslos.

Horas después, cuando el sol ya había vuelto a salir, Marie se encontraba caminando por la feria por última vez. Se suponía que debía estar aliviada; el peligro había acabado. Pero no fue así. Se sentía realmente mal. Doble D había perdido a su mejor amigo, y ni ella ni la espada pudieron hacer algo al respecto. No fue solamente culpa, sino mas bien el horrible sentimiento de ver a alguien destruido y no poder hacer nada para animarlo.

Se fue a pasear por la feria para darle algo de tiempo a solas con él. Realmente no tenia ganas de seguir allí. Ya no tenia nada que hacer. Decidió volver a la casa de su novio, que alguna vez él mencionó que también era su hogar.

Descendió por la escalera, fue directo a su habitación y tomó su teléfono. Sin batería. De pronto y sin esperarlo recordó que, en todo este tiempo de conocerse, nunca le había dado su número a Doble D. En su mes de ausencia se había distanciado totalmente de él, y luego, cuando regresó para arreglar las cosas y posteriormente terminar saliendo, las horas pasaron volando a tal velocidad que en ningún momento tuvo la necesidad de pedírselo.

Se giró hacia la cama. Todavía seguía destendida luego de haber salido de ella. Eso era lo único que llevaría con ella de este lugar, la noche en que el chico que ella amaba la convirtió en una mujer y la elevó hasta el cielo.

Al salir, vio a Doble D. Se veía mejor que antes. Se saludaron con un corto beso.

—¿Cómo... estás? —preguntó Marie. Doble D no supo qué responder—. Lo siento. Fue una pregunta estúpida.

—No lo fue.

—¿Ya lo has hecho?

—Sí. Su lugar favorito era en lo alto de este montículo. Allí descansará para siempre.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora