IV

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Al día siguiente las hermanas visitaron la tienda de disparo al blanco con dardos, la montaña rusa y nuevamente los autitos chocadores. Marie y Lee hicieron un complot, pero ni eso fue suficiente para las habilidades de May. Luego visitaron la carpa del circo y gastaron lo último de tiempo con los artistas callejeros y sus trucos de magia —según Marie, hippies patéticos que entre todos no hacían ni medio Doble D— hasta que dieron las doce del mediodía.

—Él ya debería haber salido... —mencionó Marie, mirando hacia las carpas de espectáculos.

—A mí ya me dió hambre, ¿no podemos comer primero? —sugirió May.

—Supongo... Podemos ir haciendo la fila para la cafetería mientras Marie va a ver a su novio. Aun así, estaremos un buen tiempo ahí —propuso Lee, observando cómo la gente se apiñaba alrededor de la cafetería al aire libre.

—Que no es mi novio, tarada —respondió Marie.

—Mmm... Buena idea... —opinó May, sobándose el estómago. El aroma a carne frita se expandía por las cercanías de ese sector. Era tan fuerte que ya sentían sus arterias taparse.

—Está decidido. Diviértete, Marie —se despidió Lee mientras se sumergía entre el público.

—Luego nos cuentas cómo te fue —dijo May, alejándose a toda prisa.

—¡Esperen! ¡Pidan algo para...! —La chica observó a sus hermanas perderse de vista muy rápidamente entre la multitud— ...mí.

Se encontraba nuevamente sola. El viento sopló un poco y refrescó sus brazos y sus piernas. Casi por instinto, Marie se abrazó a sí misma, incluso a pesar de que hacían casi treinta grados y el sol le estaba dando de lleno.

Ignorando todo esto se acercó curiosa a la carpa del mago, de donde salían los que habían disfrutado su último acto. Hombres, mujeres y niños, todos con una gran sonrisa en la cara. Chicos de su edad, pero ninguno era el mago. Tuvo la idea de infiltrarse nuevamente a su vestidor, pero justo en ese momento el berrinche insistente de un niño le llamó la atención.

—¡Mamá, mira! ¡Es el mago!

Marie presenció otro acto de grandeza del buen Doble D. Vio al muchacho tomándose una foto con el niño, agachándose para entrar en el marco.

—A mi hijo y a mí nos ha encantado su espectáculo —le dijo la mujer a Doble D. Se le acercó al oído—. Jimmy hasta cree que es real.

—Pues muchas gracias. Me alegro de que les hayan gustado los trucos —agradeció con su rostro de buenos modales.

Estaba igual de sonriente y apuesto que ayer. A Marie le alivió ver que al fin se había dignado a quitarse la capa. Vestía un chaleco negro abrochado, una camisa blanca y unos pantalones negros.

—No sé quién está más engañado —mencionó ella detrás de él, observando como la mujer y el niño se iban.

Doble D reconoció la voz enseguida y se dio la vuelta.

—A veces la misma realidad nos oculta cosas. Hola, Marie. ¿Cómo has estado? —saludó animado.

—Hola, Doble D. Bien, tú sabes... Sobreviviendo en un motel de una estrella y divirtiéndome por ahí con May y con Lee. ¿Y tú?

—Haciendo lo que mejor se hacer... Fingiendo que finjo hacer magia, y brindando un buen rato a la gente.

—Dibujándole una sonrisa al prójimo. Alguien debería dibujártela a ti —sugirió ella, acercándose—. Y... ¿me extrañaste?

—Un poco, sí —admitió él, rascándose la sien—. Emm... Oye... antes que nada, hay algo que quiero decirte.

—Dime.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora