VI

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Ahora que se encontraba abierto a cualquier capricho, era momento de mencionarlo.

—¿Arreglarse para la fiesta? ¿Se quedarán? ¿Pero tu mamá les dio permiso?

—Sí —mintió Marie—. Dijo que mientras no regresemos tarde estará bien. Por favor Doble D, estuvimos bajo treinta grados todo el día y queremos bañarnos.

—Pues no lo sé... La casa está a mi nombre pero tendría que consultarlo con Ed y con Eddy.

—Por favoooor —le rogó ella, haciéndole esas malditas muecas que fulminaban cualquier intento de autoridad de Doble D.

—Bien, hablaré con ellos pero no prometo nada.

—¡Gracias! —le dijo abrazándolo.

—A Ed no le molestará, pero convencer a Eddy será difícil, y si él se opone no podré hacer nada.

Al llegar a la feria cada uno se separó por su lado. Ya había oscurecido, y más de la mitad de las tiendas y juegos habían cerrado, dejando a un Doble D deambulando por el asfalto con la mente atrofiada por las locuras de su amiga. Aunque se tratase de un lugar conocido y público, la simple idea de dejarla caminar por ahí tan tarde no le agradaba. ¿Debería vigilarlas en la fiesta? Pensando en eso, Doble D se dirigió a la tienda de Rolf, donde lo esperaban Ed, Eddy y Kevin.

—¿Crees que nuestro hogar es un motel de paso, Cabeza de Calcetín? Las mujeres son un desastre arreglándose. Dejarán la casa hecha un chiquero —fue la respuesta que Doble D esperaba de Eddy, y la que acababa de obtener.

—Perdón, Señor Pulcro, pero te recuerdo que yo soy el que siempre limpia la mugre de ustedes tres.

—No, no y no. Si quieren bañarse pueden ir al mar.

Pese a que compartía cierto punto con Eddy, mas exactamente el hecho de que su casa no era un motel, no quería mostrarse grosero con las invitadas. Eso o quizás otro irrefutable hecho que le avergonzaba admitir. A pesar de que no fue del todo sensato de parte de Marie haber planeado arreglarse en una casa ajena sin anticipación, era su cumpleaños y él no quería arruinarlo. De hecho a Doble D no le molestaría prestarle el baño si eso hacía que se quedara con ella un rato más.

—Sabía que dirías eso, Eddy. Ed.

—¿Si?

—No te molestaría que las chicas usaran nuestro baño por una hora, ¿no?

Ed permaneció con la mirada perdida. Doble D creyó que no había escuchado.

—¿Qué es un baño?

Por fortuna Lee había planeado algo más, algo que terminó por convencer a Eddy. Las tres sacrificaron parte de su mesada en cuatro pizzas de una tienda de comida, aprovechando una promoción de 2x1 con el dinero que había traído para comprar algo de comer en la fiesta. Lee argumentó que eso contaría como regalo de cumpleaños para ella. Cuando Doble D admitió no entenderlo, Lee le dijo que lo pensara bien. La oferta fue irresistible para Eddy. Las chicas pusieron la cena y los chicos la casa.

Los siete se abrieron paso por la senda que se escabullía entre riscos y árboles y que amenazaba, cada algún metro, con desaparecer en el umbral de la noche.

—No veo a los osos cariñosos ni a las praderas, Eddy —mencionó Lee, mofándose de aquella mentira que había notado al instante. May y Marie rieron.

—¿Osos cariñosos? ¿Eso te dijo? —preguntó Marie.

—Fue lo mejor que se me ocurrió —se justificó Eddy.

Al llegar al hogar de los Eds, Lee y May no ocultaron su asombro al ver la inusual entrada de la casa.

—Una escalera que desciende hasta una sala de estar. Parece una madriguera —opinó la mayor. Doble D y Marie descendieron primero (ella no tuvo que repetirle la advertencia, aunque deseaba hacerlo). Desde abajo, el mago hizo descender cautelosamente las cuatro cajas de pizzas.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora