IX

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—¡Doble D, mis hermanas!

Descendieron corriendo por el sendero hacia la feria. Durante todo el trayecto Doble D no pudo dejar de pensar en lo peor. La explosión había sido la de una fuga, quizá un desperfecto con el arranque de los motores de los juegos más atractivos. Eso en circunstancias normales, pero él sabía que no había sido así. Voluntariamente y como su buen corazón se lo ordenó, se había encargado de hacerles el mantenimiento adecuado durante sus primeros dos meses en la feria, mientras la administración se ocupaba de encontrar a algún mecánico de tiempo completo, y cuando lo hizo, el hechicero pensó que ahora aquellos monstruos mecánicos se encontraban en buenas manos.

Pero aún así se rehusaba a descartar aquella hipótesis del todo. Quería aferrarse a ella, como un niño se aferraría a los asideros de una pista de patinaje para no sumergirse en el centro y correr riesgo de caerse. Quería una explicación lógica y rutinaria para esa explosión, alguna que le permitiera respirar y decir que no fue más que un desperfecto y sus vidas no corrían peligro. Pero no. Desde la distancia llegaban aterradores gritos que no hicieron más que ponerle los pelos de punta y asustarlo como si fuera un crio pequeño. Podría incluso decir que estaba más asustado que ella.

—Tranquila, Marie. Solo fue una pequeña explosión, es todo.

Hizo lo posible para que su novia no notara en su voz que ni él se lo creía. Pero de eso también se trataba tener una relación, ¿no? Dar hasta el último suspiro de cordura para que ella lo mantuviese intacto.

La multitud escapaba en una estampida por la entrada de Mondo A-Go Go. Ese día la feria se había llenado por completo, tanto que cuando los dos llegaron al pie de la entrada esta todavía estaba llena, en un setenta por ciento. Hubo algunos, cerca de la entrada, que solo miraban a todos lados, confundidos por el caos. E incluso otros curiosos que decidieron adentrarse a ver que había sido aquella explosión en el centro de la feria.

—Doble D, algo malo pasó.

Sin responder, el mago tomó más fuerte su mano y se adentró contra la corriente de gente. Conforme atravesaba la densa multitud, los pensamientos fueron tornándose más oscuros e inquietantes. ¿Y si le había pasado algo a sus amigos o a las hermanas de ellas? ¿Y si la explosión había matado a alguien? Al mismo tiempo otras ideas se fueron haciendo presente. ¿Y si en realidad son ellos?

Ellos. Si. Ellos.

Cuando llegó al lugar, no supo si sentirse aliviado de que todos (al menos los que estaban ahí) se encontraban con vida, o perdido por la presencia de los nuevos visitantes. Se lo había advertido a Ed y a Eddy. Tenía presentimientos que, aunque infundados, eran un presagio de lo que terminaría por ocurrir. Pero aún así fue inesperado.

La torre del Elevador, esa atracción compuesta de sillas que elevaban a un grupo de audaces hasta los cielos y revolvían todas sus tripas, había caído como un titan coloso tras la arboleda que marcaba uno de los límites de la feria. Gracias a Dios que no estaba en funcionamiento cuando Ellos decidieron derribarlo para anunciar su bienvenida.

La multitud que aún no había tomado conciencia de la situación (y no los culpaba) había rodeado en el medio a los Eds y a los causantes de las explosiones y del derrumbe: Cinco hombres corpulentos y cubiertos con túnicas negras. Uno de ellos extendió una mano y la dejó ver. Era de color verde claro.

Doble D se cubrió el rostro y sintió su cuerpo languidecer. Marie pensó que iba a desvanecerse.

—¿Estas bien? —preguntó ella, sosteniéndolo más fuerte.

—Si... Tienen que irse de aquí. Ahora.

—¿Quiénes son ellos, Doble D?

El mago no respondió. Los cinco hombres encararon a Eddy, quien se había colocado delante de Rolf y de Lee. Doble D alcanzó a ver que Rolf le murmuró algo a Eddy, a lo que este espetó algo que parecía un ya lo sé. No vio a los demás por ningún lado.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora