Llegué al pueblo un poco entusiasmado y un poco nervioso, el corazón me latía más deprisa de lo normal, ¿Por qué me generaba tanta ansiedad? Él siempre tuvo la cualidad de calmarme, incluso en las situaciones más estresantes, con unas pocas palabras, sólo unos minutos, lograba llenarme de una paz indescifrable... sin embargo, la vida nos alejó, hacía ya quince años que no lo veía, que no escuchaba su voz.
Al principio nos escribíamos cartas muy seguido, recibía cartas suyas todas las semanas, a veces más de una por semana, pero luego... ¿Fui yo quien no quiso contestarle? ¿Fui yo quien le dio un alto? Pues empezamos a hablar cada vez menos, y cada vez menos, hasta que un día, las dejé de recibir. Pensé que tal vez ya estábamos viejos y que bueno estas cosas pasan, las personas vienen y van, pero las relaciones pueden mantenerse fuertes a través del tiempo y la distancia, y así fue cómo lentamente me olvidé de él. Pero un año, mientras veía a mis hijos celebrarlas fiestas, me acordé de él, me acordé del tiempo que habíamos pasado juntos, me acordé de los días en la universidad, de las fiestas, de nuestros emprendimientos juntos y de cómo él me prometió su amistad por siempre. Ya habían pasado muchos años, pero decidí escribirle una carta. Su respuesta no tardó en llegar, fue un poco desmotivadora, todo el cariño que desprendía siempre había cesado y su respuesta había sido tan fría como las aguas que descienden de las montañas en los primeros deshielos de la primavera. Pensé que estaba ocupado y que no tenía tiempo para escribirme, así que no le respondí.
Tiempo más tarde me encontré en una mesa en las fiestas contándole a mi esposa con una sonrisa de cómo era él, y me dio ganas de escribirle. La respuesta nuevamente llegó rápida, pero seguía siendo fría y carente de emociones, casi como si un autómata las escribiera por él, sin ver, sin oír, sin sentir ese pasado que nos había hecho tan cercanos en su día. Entonces se me ocurrió esta vez contarle un poco de mi familia, le conté de mi esposa, le conté de mis hijos, le conté de mi trabajo, y le conté de aquellos días pasados en los que tan felices habíamos sido. Su respuesta esta vez tenía algo de color, tenía algo de emoción, incluso venía con una invitación, me contaba que estaba construyendo una casa en el campo y me invitaba a verla.
Debo confesar que me puse algo nervioso, y decidí ignorar esa carta, al tiempo recibí otra, con otra invitación y también la ignoré.
Pasaron los meses y en las fiestas recibí una nueva carta con una invitación, la contesté amablemente, pero esquivé el tema de ir a verlo.
A partir de entonces comencé a recibir invitaciones para visitarlo en los recesos de invierno y de verano. En verano me contó que construyó una piscina y que mis hijos la disfrutarían mucho, pues seguramente habían salido nadadores como su padre. Le conté qué tan competitivos eran y qué tan bien nadaban, pero ignoré el tema de la invitación.
En invierno me contó que techó la piscina y la climatizó, y de cómo disfrutaba del agua cálida, le contesté que me alegraba por él, pero eludí nuevamente el tema de la visita.
En verano me comentó que construyó una sala de juegos y un gimnasio, y que allí yo la pasaría bien, pues recordaba que cuando éramos jóvenes yo solía frecuentar uno. Le contesté que me alegraba que por fin hiciera algo de ejercicio, pues en su juventud no hacía el más mínimo.
Y así siempre que llegaban los recesos de invierno o de verano me contaba de una sala que agregaba a su mansión, en una carta era el vivero para mi esposa, en la otra era la laguna para mí, en la siguiente el laberinto para mis hijos. En otra era el teatro, en otra la sala de Hermes acondicionada para jóvenes, en otra la sala de Afrodita para mujeres, con vestidores, espejos, armarios musicales...
Cada carta que recibía parecía que su casa era algo que crecía y que creía sin límites, y cada año tenía una sala nueva y particular.
Así fue hasta que algunas cartas comenzaron a ponerse algo extrañas. En la primera me contaba de su dificultad para dormir y que en consecuencia había construido la sala de Apolo que tocaba música a partir del viento. Desconozco el mecanismo, pero él siempre tuvo una mente muy extraña, diría brillante, aunque muchos más bien decían rara. Su mirada inquietaba, parecía la mirada de alguien demasiado listo, una mirada que te penetraba y analizaba cada fragmento de tu ser.
Las cartas con invitaciones cesaron, y ya no hubo cartas que vinieran sino fuesen por respuestas a las mías, no lo culpo, pues mi evidente falta de entusiasmo en visitarlo podría haberlo molestado.
Las cartas inquietantes continuaron, hablaba de que sus días pasaban rápido y sus noches lentas, de paseos interminables por su solitaria mansión, se preguntaba cuál era la razón de la vida, cuál la razón de su existencia, de sus motivaciones para vivir, de cómo la gama de colores en sus ojos se volvía cada vez más monocromática.
Al principio le recomendé que se tomara unas vacaciones y visitara un doctor, pero luego decidí comentarle a mi esposa la situación, y me convenció para que venga a verlo. Y así partí, a un lugar muy lejos de casa, a horas y horas de viaje interminable hasta llegar a este pueblo, sólo, pues mi esposa se quedó con mis hijos.
![](https://img.wattpad.com/cover/255326851-288-k864974.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Casa Olimpo
Mystery / ThrillerUn hombre contacta con un viejo amigo a quien no ve hace años y de quien tiene gratos recuerdos, pero entre las líneas de las cartas que recibe percibe algo extraño, ¿su viejo amigo ha cruzado el umbral de la locura? Acompáñalo a conocer su extraña...