Erik

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Volteé hacia la persona que me había hablado de forma tan grosera.

—¿Disculpa?—pregunté con notable molestia en mi voz a aquél chico que se dirigió a mí. Era terriblemente guapo. Esa era la palabra perfecta para describirlo. De ojos azul claro como el cielo, pelo negro, rasgos faciales muy masculinos y perfectos, y con una altura de aproximadamente 1'85 metros. Sí que era una belleza, tanto que hasta esa palabra le quedaba corta.

—¿Estás sorda?, ¿Qué mierda haces en mi casa?—de igual manera me respondió molesto.

—no sé si sabes, pero me gané la beca que los señores Menéndez estaban ofreciendo en el concurso de la UCLA y una cosa que venía incluida era que me iba a quedar en su casa, así que porfavor, vete de aquí—me estaba colmando la paciencia ¿Quién se creía este hombre?

—¿Me estás corriendo de mi propia casa?—soltó una risa incrédula—soy el hijos de los señores Menéndez, estúpida. No me vuelvas a hablar así o haré que te echen—me amenazó, no sabía que era hijo de los Menéndez, ni siquiera sabía que tenían un hijos. En cuanto terminó la frase sentí un miedo recorrer mi cuerpo. No quería de ninguna manera que me quitaran está oportunidad. Estaba a punto de disculparme con el chico frente a mí, aún si no se merecía una disculpa lo tenía que hacer, no estaba en posición para quejarme. Cuando apenas iba hablar me vi interrumpida por la señora Menéndez que se dirigía hacia nosotros.

—¡Chicos! Apenas les iba a avisar de la cena para que ahí se conozcan pero veo que se me adelantaron—soltó una risita—ella es Michelle, va a vivir con nosotros el tiempo que quiera y necesite de aquí hasta que termine su universidad—el chico grosero me dedicó una sonrisa postiza.

—hola Michelle, soy Erik. Es un placer conocerte—le devolví la sonrisa de la misma forma. No voy a mentir, cuando sonreía se veía más guapo de lo que ya era.

—hola igualmente Erik, el placer es mío—nos dimos un fuerte apretón de manos. El estaba apretando de más mi mano, lo hacía a propósito y estaba empezando a doler. Quité mi mano rápido y mi cara cambio a una de desagrado a lo cual él solo sonrió de nuevo con arrogancia.

—bueno hijos, los espero abajo a los dos, ¡No tarden!—sonreímos los dos hacia la señora Menéndez hasta que se fue. Una vez que desapareció de mi vista, Erik se volteó hacia mí deformando su cara en una de enojo y sin decir nada más se fue.

Suspiré en mi lugar cansada, solo espero que mi estadía aquí no sea complicada por culpa de este niño mimado. Sin más, me largué de ahí hacia el comedor.

***

—erik, sigue el entrenamiento. Necesito hablar unas cosas con tu madre y hacer algo de trabajo—decía el señor José mientras se llevaba a la boca lo último que le faltaba por comer—Michelle, ¿Te molestaría ayudar a Erik con su entrenamiento de tenis? Lo único que tienes que hacer es picarle al botón verde de la máquina-lanza-pelotas que está afuera en la cancha—¿Disculpa?, ¿Tenían una cancha de tenis?, ¿Qué más había en esta casa que aún nos conozco?

—no papá, yo puedo hacerlo sol-

—nada, Michelle va contigo. Si ya acabaste, ve a ponerte ropa apropiada para entrenar. Nos vemos—se paró de su silla y junto con su esposa se fueron a lo que supongo que era su cuarto. Erik me miró enojado, ¿Qué culpa tenía yo de que me hayan puesto con él a ayudarle?. Se levantó rápido de la mesa y a paso molesto se dirigió a cambiarse. No le tomé mucha importancia si estaba enojado conmigo o no, este chico quiere venir a tratarme mal sin tener una razón válida. El que sea su casa no le da derecho de tratarme así.

Me levanté de la mesa con intención de recoger mi plato pero una señora desconocida me impidió hacerlo.

—deje ahí, señorita. Yo lo hago por usted—se dirigió hacia mí con un inglés un poco raro. Se notaba a leguas que no sabía inglés y, por su apariencia podía deducir que talvez era descendiente de nativos mexicanos.

—No se preocupe, si quiere le puedo ayudar a recoger la mesa. No hay problema—le di mi mejor sonrisa, a lo que ella me devolvió el gesto de la misma forma.

—no sabía que usted hablaba español—dijo un poco apenada.

—viví en México por 12 años, claro que voy a saber—pegué una leve carcajada.

—yo también soy de México, me da gusto saber que nos soy la única—.

—a mi también, pero bueno, empecemos a recoger—estaba a punto de volver a recogerlo cuando nuevamente me interrumpió.

—de verdad señorita yo lo hago, es mi trabaj-

—está bien, no se preocupe. Si alguien le dice algo al respecto yo les digo que quise por voluntad propia ayudarle—me dió una sonrisa tímida y luego empezamos a recoger.

***

—nos vemos señora Suria—me despedí de ella agitando mi mano para después darme la vuelta para caminar directo a la cancha de tenis. La señora Suria, Flor de María Suria, me indicó que el lugar de entrenamiento de Erik estaba saliendo de la puerta trasera de la mansión y pues para allá iba. Tranquilamente abrí la puerta dando paso a la gran cancha donde iba a entrenar aquél chico grosero. Mis ojos no solo presenciaron el enorme lugar, sino que también una piscina del lado derecho de esta, y más atrás lo que parecía ser otra casa. Se veía igual de hermoso como todo aquí.

—tu otra vez—oí una voz detrás de mí, se trataba de Erik, lo supe cuando me volteé. Llevaba ropas propias para jugar tenis y, por supuesto, su raqueta—me imagino que te quedó claro lo que mi papá te indico. No quiero fallas—soltó un suspiro cansado y luego se fue al otro lado de la red. Busqué la máquina con mi vista y me di cuenta que estaba en una esquina del lugar, era una cosa grande no sé si podría empujarla yo sola y con mi poca fuerza. Me dirigí hacia ella y me puse atrás para empujar. Sí que estaba pesada, no era una cosa fácil. De reojo vi al idiota de Erik que estaba con su mano libre en su cintura y dando pequeños golpecitos al suelo con su pie derecho. Estaba desesperado, se notaba a leguas.

—¿Puedes ayudarme? Esto está pesadísimo—ni siquiera quería hablarle al muy estúpido, pero de verdad que no podía. No tuve de otra que dejar mi orgullo a un lado. Vi como se acercaba a mi a paso rápido.

—sosten esta mierda y haste a un lado—me dio su raqueta, o más bien, me la aventó. No me quejé, pero puse mi cara de molestia. Empezó a empujar con sus fuertes brazos como lo había hecho yo hace un momento. Sus músculos se notaban más cada que se esforzaba. Me quedé embelesada, tanto que no me di cuenta ya que había puesto la máquina donde era. Se acercó a mí y rápidamente me puse alerta—deja de tirar baba por mi—rodó su ojos y me arrebató su raqueta de mis manos. Estaba que me moría por darle un buen golpe, pero me contuve. El se alejó del lugar hacia donde estaba antes, yo igual hice lo que él pero hacia la máquina. Miré y tenía dos botones, uno verde y otro rojo, el señor José me dijo que el verde era para activarla, así que ahí fue donde aplasté. Una pelota de tenis color amarillo fosforescente salió rápidamente de la máquina hacia la dirección de Erik. Este no estaba preparado para empezar y fue tarde cuando se dio cuenta de que la pelota estaba a punto de darle en su ojo izquierdo.

—¡Oh Dios mío!—esas fueron las únicas palabras que pude articular cuando vi Erik caía al suelo tocando su cara después de haber sido golpeado por esa pelota. Corrí hacia él muy preocupada—¡Erik!, ¡Erik!, ¿Estás bien?—el sólo soltó un quejido tras otro—déjame ver—inenté quitar sus manos sobre su cara pero él hizo un movimiento brusco dando a entender que lo que menos quería era que lo tocara.

—aléjate de mí—sus palabras me llenaron de irá al instante. «más malagradecido no se puede ser» pensé.

—¡Erik, bebé, ya llegué querid- ¡Oh por dios!—.

[Espera, aún te necesito] #EmndzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora