El idioma de la luna 5

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Los primeros rayos del Sol nos despertaron, era el aviso que nos daba para ocultar nuestro amor al resto de mortales. Despertamos abrazados y, después de un beso de buenos días que hizo que, pasase lo que pasase en ese día, ya hubiera merecido la pena despertar, comenzamos a vestirnos.

Antes de recoger la manta que estaba extendida en el suelo, nos volvimos a tumbar boca arriba. Pese a estar en el mismo sitio, las sensaciones eran distintas. El simple hecho de estar iluminados por el Sol en vez de la Luna, hacía que todo fuera totalmente distinto.

El lugar seguía siendo mágico, pero era otro tipo de magia, es difícil de explicar, pero la sensación de tranquilidad que había por la noche, desaparecía durante el día.

En ese momento empezó a sonar el teléfono de Alicia. La llamaba Rebeca, seguramente preocupada por no haber sabido nada de su amiga el día anterior.

―Es Rebeca.
―Déjame cojerlo a mí, a ver qué dice. ―Sí, toma. Cógelo.
―¿Hola?
―Hola, ¿quién eres?
―¿No sabes quién soy?
―¿Víctor?
―Anda, si sí sabes quien soy.
―¿Y qué haces con el teléfono de Alicia? ―Que se lo robé el otro día.
―No, en serio, ¿se lo olvidó?
―No se olvidó nada, espera que te la paso.

Hubiera pagado lo que fuera por ver la cara que puso Rebeca al escuchar a su amiga, por saber lo que pasó por su cabeza al comprobar que a las ocho de la mañana ya estábamos juntos.

Alicia contestaba con "sí" y con "no" a las preguntas que Rebeca le hacía al otro lado del teléfono, por lo que no pude enterarme de nada de lo que estaban hablando. Su conversación terminó con un "luego te cuento" y un "venga vale, nos vemos allí."

―Me ha dicho de ir esta tarde a tomar algo a un bar de nuestro barrio, ¿te quieres venir?

―Hombre sí me apetece ir, pero tendrás muchas cosas que hablar con ella y no creo que deba estar yo.

―Esas cosas ya se las contaré. Yo lo que quiero es estar contigo, y mañana es lunes y, con el trabajo y todo... a saber cuándo podemos volver a vernos.

Ese último comentario me dejó totalmente descolocado, ella quería volver a quedar conmigo, y no solo eso, sino que además quería volver a estar conmigo. Acababa de obtener la respuesta a las dos preguntas que más me preocupaban en ese momento, y las había conseguido sin llegar a formular la pregunta.

La besé nada más terminar la frase, y después de unos segundos revolviéndonos sobre la manta, nos levantamos y la recogimos guardándola en el maletero. Miramos el reloj.

Como aún era pronto para el viaje de vuelta, decidimos posponerlo un rato y dar un paseo por los alrededores del prado. Fuimos andando de la mano hasta el riachuelo, parándonos a cada minuto para besarnos, observamos los peces que nadaban en él y caminamos río arriba.

En realidad era andar por andar, quizá buscando la excusa de poder estar agarrado a su mano y pudiendo besarla a cada instante, ya que sabía que en el momento en que empezara a conducir no tendría esa posibilidad.

Después de un rato andando sin sentido, decidimos volver al coche, pararíamos a desayunar en la primera estación de servicio y, después, iríamos del tirón hasta Madrid.

La estación de servicio no era gran cosa, pero nos sirvió para desayunar barato y comentar todo lo que había pasado la noche anterior. Hablamos de la facilidad con la que habíamos entendido a la Luna y sobre los planes que teníamos cada uno para descubrir la leyenda que nos identificaba con el trisquel.

Una vez dentro del coche, y antes de poner la música que nos iba a acompañar las proximas horas, se me ocurrió una pregunta que, si bien parecía una tontería, a mí me resolvería muchas dudas.

El idioma de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora