1
Nunca me había parado a pensar en todo lo vivido. Jamás había echado la vista atrás para conocer mis errores. Había dado por hecho que de ellos aprendía pero, en realidad, no aprendes nada si no sabes en qué has fallado.
Jugaba tanto a enamorarme que nunca me preocupó sentir ese amor, quizá también debido a que mis ganas de libertad, de volar a donde quisiera, en el momento que quisiera y sin ningún tipo de ataduras, habían provocado en mí un miedo a esa situación en la que tienes que rendir cuentas a la mujer con la que compartes tu vida.
Siempre fui de los que rompían la relación en el momento en el que esa libertad empezaba a desaparecer. Siempre buscando algún tipo de excusa, unas veces lógica y, otras veces, no tanto.
Ahora recapacito y sé que ninguna de esas historias habría tenido un final feliz. Si en ninguna de esas relaciones me quedé a vivir para siempre fue porque no debía ser así.
Nunca creí en el destino o, por lo menos, no en ese destino que no controle yo o que no esté escrito por mí. Ese destino en el que yo no tenga nada que decir, que todo lo que esté por pasar ya esté escrito... estaba fuera de mi pensamiento.
Pero aún sin creer en ese destino, siempre creí en la magia. Desde bien pequeñito supe que, con fe, podría conseguir lo que quisiera. No me refiero a ese tipo de fe que propaga la iglesia, en la cual solo crees en un dios todopoderoso, no. La fe a la que me refiero es la que en realidad mueve montañas: la fe en uno mismo. Con esa fe todo puede pasar.
Y debido a esa fe y no recuerdo bien en que época de mi vida pero seguro que fue hace muchos años, empecé a notar que había venido a este mundo para hacer algo verdaderamente grande.
Esa sensación que arrastraba en mi interior desde vete a saber cuando, y que presentaba en mí un motivo para seguir luchando cada día, iba creciendo y cada vez era más grande.
Me enfundé una sonrisa y luché por conseguir que todo aquel que en algún momento dado de su vida se cruzara conmigo, luciera en su rostro una igual.
Si era a mí al que la vida intentaba borrar esa sonrisa, la sensación de mi interior ganaba la partida y seguía sonriendo ya que, algún día, haría algo grande y todos estos malos momentos se borrarían.
A menudo jugaba a fantasear con qué sería eso tan grande que mi fe en mí me destinaría a hacer: "quizás me haría salvar a un montón de gente en un accidente de tren", "quizás me llevaría a encabezar una revolución universal"... Y así fantaseaba tantas veces como mi imaginación me lo permitía.
Una vez, un compañero de trabajo me recomendó un libro. Al leerlo, noté que el escritor utilizaba términos para referirse a la fe como los que, hasta ahora, pensé que solo yo utilizaba.
Empecé a devorar todos los textos que ese hombre había escrito. Pasé semanas sin apenas dormir, tan solo por leer más. Pese a separarnos miles de kilómetros, había decidido utilizar la palabra "magia" para definir esa fe en sí mismo.
Cuanto más leía, más fácil era creer en mí. Más convencido estaba de que esa sensación era real, que algún día se me presentaría la oportunidad de hacer algo grande y solo tendría que saber aprovecharla.
En ese momento descubrí que el destino efectivamente existe, pero la mano que lo escribe está guiada por las decisiones que tomamos nosotros en el pasado.
Una noche en la que el estrés del día a día no me dejaba dormir, empecé a fantasear con la hipótesis de poder, mediante la lectura del pasado, prever el futuro. Al principio todo me sonó a locura y yo mismo me empecé a reír tumbado en la cama pero, aún así, encendí el ordenador y comencé a navegar sin saber exactamente qué era lo que estaba buscando.

ESTÁS LEYENDO
El idioma de la luna
Teen FictionTienes un "don" puedes ver el futuro Sabes que esa persona es quien caminara junto a ti hasta el final de tus días , pero para eso tienes que dejarla marchar ¿qué haces? Victor se enfrenta a esta situación, ¿podrá soportar el dolor hasta que vuelva...