31
Rebeca llamó a la puerta de nuestra habitación. Hacia rato que se habían despertado, habían recogido y nos avisaba de que ya se marchaban. Alicia miró la hora y, después de despedirse, se giró para seguir durmiendo.
Cuando sonó la puerta de la calle, Alicia se volteó hacia mí y me besó. ―Víctor, dentro de un rato te vas a ir y no te voy a ver hasta el martes. ―¿Por qué me lo recuerdas?
―Porque no quiero que te vayas.
―Pero no puedo quedarme. ―Lo sé.
Volvió a besarme, esta vez con más fuerza, me abrazó como intentando impedir que me marchara, besó mi cuello y me susurró al oído que me quería.
Yo me perdí entre su pelo acariciando suavemente su cuerpo, giré para colocarme sobre ella intentando buscar un control que hacia rato había perdido.
La luz de la mañana se colaba por la ventana iluminando su rostro, el viento agitaba las persianas pero nada importaba; solo ella y yo.
Desayunamos. Al igual que el día anterior fantaseando con el futuro, los dos intentábamos olvidar que en unos minutos nos separaríamos y no nos veríamos en dos días.
Ninguno de los dos quería pensar que después de ese fin de semana tan mágico que habíamos vivido, tendríamos que volver a nuestra rutina diaria, era difícil, por no decir imposible asimilar que el siguiente despertar sería en soledad y a toda prisa para no llegar tarde al trabajo.
Recogimos lo poco que quedaba por recoger despacio, intentando alargar el tiempo; pero el tiempo es tiempo y, al final, llegó la hora de irse.
―Llámame en cuanto llegues.
―No te preocupes.
―Y llámame también esta noche. ―Está bien.
―Te quiero.
―Yo sí que te quiero.
Con cada paso me costaba más avanzar. Sabía que solo eran dos días lo que tendría que esperar para verla, pero me parecían una eternidad y, pensar que cada paso me alejaba más de ella, era una auténtica tortura.
Finalmente llegué a mi casa. Llamé a Alicia para que supiera que había llegado bien. Su madre estaba en casa y en la mía ya se había servido la comida, por lo que no pudimos hablar casi nada.
Esa tarde aproveché para quedar con Jose y Alberto, a los que no veía a solas desde que habían conocido a sus parejas. Hablamos de todo lo que habían cambiado nuestras vidas en apenas unos cuantos días.
Las conversaciones que teníamos parecían mucho más serias. El ambiente a nuestro alrededor parecía más tranquilo, antiguamente siempre había una pequeña tensión, sabedores de que en cualquier momento alguno haría una locura: ese riesgo parecía haber desaparecido.
Cuando regresé a casa, me encerré en mi cuarto para llamar a Alicia. En realidad no teníamos mucho que contarnos, ya que la tarde había sido un continuo intercambio de mensajes.
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El idioma de la luna
Novela JuvenilTienes un "don" puedes ver el futuro Sabes que esa persona es quien caminara junto a ti hasta el final de tus días , pero para eso tienes que dejarla marchar ¿qué haces? Victor se enfrenta a esta situación, ¿podrá soportar el dolor hasta que vuelva...