11
Llegué a la estación y la hora estaba más cerca de las siete y media que de las siete y cuarto, hora a la que había quedado con Rebeca, ella estaba esperándome sentada en un banco.
―Ya pensé que no venías.
―Sí, la verdad es que casi no llego, no sabía qué echar en la maleta.
―Yo lo he echado todo.
Y, ha juzgar por el tamaño de su maleta, Rebeca decía la verdad: lo había echado todo.
―Esa solución no se me había ocurrido, para otra vez ya sé lo que tengo que hacer.
―Oye, ¿saldremos de fiesta?
―Pues yo por lo menos sí.
―Pero, ¿no has hecho otros cursos antes? ―No, este es el primero.
Nos metimos en el tren y buscamos nuestros asientos. En la empresa no nos habían pagado el billete de avión pero nos habían puesto en primera clase en el tren. Nada mas sentarnos, una azafata nos dio la bienvenida y nos preguntó si queríamos algo para desayunar.
Yo pedí una tostada y un café con leche y Rebeca pidió solo el café. También nos trajo unos auriculares para escuchar la película que iban a poner. Todos los asientos tenían un televisor justo enfrente.
La película resultó ser un documental sobre los delfines y, aunque al principio me pareció bastante interesante, su larga duración mezclado con la hora tan
temprana hizo que terminara por dormirme y no fui el único, ya que Rebeca se había quedado dormida nada más ponernos en marcha.
Otra vez, como era costumbre en los últimos días, volví a tener un sueño bastante extraño. En el sueño aparecía una familia empujando un carrito de bebé. Aunque estaban de espaldas, me pude reconocer como el padre de familia y, a mi lado, estaba una mujer morena de pelo rizado.
La mujer era la que, hacía dos días, hablaba conmigo en aquel prado. El oír de nuevo su voz hizo que volviera a sentir aquella paz interior pero, ¿quién era ella? ¿Por qué se colaba en mis sueños? Empezaban a ser demasiadas preguntas, y aún no tenía ninguna respuesta.
Desperté en el momento que terminó el documental y Rebeca seguía durmiendo a mi lado. La azafata me trajo un pequeño almuerzo y me comunicó que ya estábamos a menos de una hora de Barcelona.
Rebeca se despertó con el tiempo justo para despejarse. Parecía que llevara un reloj que la avisaba de la llegada, no dijo ni una palabra hasta que tocó coger las maletas.
―Víctor, ¿me puedes ayudar?
―Sí. Como no, buenos días.
―Buenos días.
―¿Qué tal ha dormido la bella durmiente?
―Ay Víctor no te rías de mí, que había descansado fatal en mi casa.
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El idioma de la luna
Подростковая литератураTienes un "don" puedes ver el futuro Sabes que esa persona es quien caminara junto a ti hasta el final de tus días , pero para eso tienes que dejarla marchar ¿qué haces? Victor se enfrenta a esta situación, ¿podrá soportar el dolor hasta que vuelva...