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Salimos del cine y se había dado la vuelta a la situación, ya que los que más descontentos estábamos con la película eramos Dani y yo.
―No se parece en nada al libro. ―Pues a mí me ha gustado. ―Porque no te has leído el libro. ―No sé por qué pero me ha gustado.
Nos pusimos en marcha y rápidamente volvíamos a estar repartidos en cada coche, con la diferencia de que, en esta ocasión, Amaya se había colado en el coche de los chicos.
―Me parece increíble, encima de que se cuela en el coche le toca ir en el asiento de adelante.
―Dani, tú siempre tienes que protestar por el asiento delantero.
―Encima no digas que protesto, no protestaría si no fueras tan bragazas.
"Bragazas" era el insulto que más utilizaba desde que, hacía dos veranos, no pararon de llamárselo a él en su pueblo por olvidarse de todo el mundo al estar pendiente de aquella chica que jamás pudo conseguir.
Llegamos a mi barrio y, como si de transporte público se tratara, dejé a la primera tanda de viajeros y puse rumbo a casa de Amaya.
Vivía bastante lejos de mi barrio, en una casa compartida con dos chicas que estaban a punto de terminar la carrera.
Mientras nos acercábamos, una sensación de nerviosismo se iba apoderando de mí poco a poco. El momento en el que tanto había estado pensando se acercaba...
Estaba convencido de querer volver a verla y de contestar que sí, pero a los nervios que generaba la cuenta atrás se sumaban los provocados por la incertidumbre de la variación que supondría ese sí en mi futuro.
Aparqué algo lejos de su casa y la acompañé andando hasta su portal. La noche se había cerrado casi sin que nos diéramos cuenta y el cielo tapado por la polución apenas dejaba a la vista un par de estrellas mortecinas.
Andábamos prácticamente a oscuras con la referencia de la farola que alumbraba al final de la calle y que apenas mandaba claridad a la zona donde estábamos.
Cuanto más cerca estábamos del portal, con más fuerza agarraba mi mano. En su mente ya estaba preparada la pregunta a la que tanto había esperado yo.
Con cada paso que avanzábamos, aumentaban sus dudas sobre el momento de formularla. Yo, a su izquierda, notaba cómo aumentaba su respiración e incluso podía apreciar su descontrolado ritmo cardiaco.
―¿Estás nerviosa?
Decidí romper el hielo porque, ese silencio que se estaba generando, me resultaba muy difícil de aguantar.
―No.
Su voz sonó cortada, lo que demostraba que su respuesta no había sido verdad.
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El idioma de la luna
Genç KurguTienes un "don" puedes ver el futuro Sabes que esa persona es quien caminara junto a ti hasta el final de tus días , pero para eso tienes que dejarla marchar ¿qué haces? Victor se enfrenta a esta situación, ¿podrá soportar el dolor hasta que vuelva...