26 - 💋TOMAS VALMORI💋

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Lunae, diez de la noche.

Cuando subí las escaleras del despacho de mi nave Eolo, no esperaba encontrar a Duncan recostado en mi oficina. En realidad, llamaba oficina a mi excéntrico camarote repleto de botellas esparcidas por todo el piso. Apenas recordaba cómo era mi antigua alfombra.

Era un lugar caluroso, pues yo ambientaba mi sitio favorito con el clima de mi antiguo hogar en el octavo domo. A Duncan parecía no agradarle mucho aquel molesto calor. Sudaba como cerdo en el horno y tenía mucha sed. Por fortuna, volví enseguida de mi última borrachera.

―¿Qué hacés acá? le pregunté.

―Nada, pasando el rato ―dijo Duncan sarcásticamente―. O, quizá, estoy esperando en la sala (a las nueve, como acordamos) para una reunión sobre el problemita del sindicato.

Bufé cansado y me arrojé al sofá colocado en una de las laterales del despacho. Mis ojos apenas podían notarse por la oscuridad. Miraba el techo con un creciente desasosiego. Mi tripulación había formado un sindicato interno y Duncan era el representante. Los robos de los últimos dos meses no generaban tanto dinero como esperábamos y nos arriesgábamos cada día más. Al menos ese era el argumento con el cual exigían un cambio de capitán si no dejaba de perder el tiempo.

―Vamos, Tomas ―Duncan parecía estar desesperado por una buena respuesta. Una única respuesta. Caminó dando vueltas alrededor de un escritorio y pasando sobre tres botellas de vino barato―. Al menos muestra interés. Ya sabes lo que podría pasar si todos deciden amotinarse.

―No tienen huevos suficientes ―solté.

―Solo ve abajo ―exigió Duncan―, y convéncelos de que estás planeando algo.

―No estoy planeando nada ―respondí, cansado de toda la charla. Aquello ni iba a ir a ningún lugar. Yo estaba convencido de que lo del sindicato era un simple capricho―. Si quieren irse, que se vayan. Eolo es mía, pueden llevarse lo que quieran. Déjenme solo.

Duncan se detuvo frente a mí con la mirada de un hijo viendo cómo su padre echa todo por la borda. No solo era mi primer oficial, sino mi amigo. Habíamos pasado tantas borracheras y desventuras juntos que hasta podría considerarlo un hermano.

―¿Qué te sucede? ―preguntó, preocupado―. Vamos. Hace unos meses robábamos cargas millonarias gracias a tus planes. ¿Cuándo dejaste de lado a tu tripulación? Te pasas bebiendo y cogiendo con androides. Ni siquiera cobras a los que nos deben.

Hice un ademán de brazos, tratando de espantarlo y que cambiara de tema. Me sentía deprimido. Sin ganas ya de discutir, me acomodé y cerré los ojos para tomar una siesta. Durmiendo pasaría el tiempo.

―Es porque viste a Sofía con el otro ―intuyó Duncan―. ¿No es así?

Según los códigos que yo mismo había creado, uno no es apto para ser capitán si la tripulación depende de la toma de decisiones de un engatusado. Eso se refería a que yo quedaría degradado si presentaba síntomas de un hombre enamorado.

―¡Ya! ―pedí, abriendo los ojos de nuevo, mirándolo con ganas de arrojarle una botella―. Detente. Estás siendo una molestia.

―Levántate, hijo de puta. Dime que es por eso.

Me levanté súbitamente, con el ímpetu de un furioso toro. Arremetí contra Duncan con un puñetazo certero cerca del rostro, que fue detenido por una rápida reacción de mi primer oficial. Sin embargo, lo rodeé con los brazos y, con todo el peso de mi cuerpo, lo llevé hasta el suelo, quedando encima para propinarle un par de golpes.

Duncan trató de evitar los golpes tapándose la cara con sus brazos en cruz. La violenta escena se volvió ruidosa porque echamos una silla en el proceso y un par de latas crearon un estruendoso escándalo cuando impactaron contra el piso. Duncan se defendió librando una patada por detrás de mí, que me desplomé de frente hacia una pila de ropa sucia.

Entonces, sonó el tono de llamada del comunicador camaleón que llevaba en mi muñeca izquierda. Aquello paró la pelea. Casi nunca llamaban a esa línea. De hecho, había olvidado que llevaba uno de esos dispositivos adheridos a mi piel.

Ambos nos miramos extrañados. Abrí la llamada.

―Tomas, ¿sos vos? ―Era la dulce voz de Sofía.

―Este no es tu número ―dije―. ¿Dónde estás?

―Destruí mi teléfono ―confesó ella―. La policía nos está rastreando. Necesito tu ayuda. Nos queda poco tiempo.

Miré a Duncan, que se había sentado a respirar en el suelo. Apretaba el puño enojado. Sabía que yo estaba hablando con Sofía de nuevo. Mi voz cambiaba cuando se trataba de ella. Estaba dispuesto a todo por complacerla, y eso me estaba llevando a la ruina.

―Contame. ¿Por qué te persiguen?

―Robamos una joyería. ―Sonaba desesperada, pero sincera―. Estamos Julie, Martín, Andrew y yo. Necesito que nos lleves a la Tierra. Saldremos por ya sabés dónde dentro de una hora. Nos pisan los talones, Tomas. No quiero ir a prisión. Te pagaremos bien.

Escuché con atención. ¿Cómo podría usar aquello a mi favor? Sonaba alterada, por lo que tal vez yo era su única opción. Me sentí poderoso por un instante, como si mucho dependiera de mis decisiones.

―Sos de las que cumplen sus promesas, Sofía ―dije con una voz más calmada y pensativa―. ¿No es así?

―Vos lo sabés más que nadie ―contestó Sofía.

―Bien. No quiero tu dinero, quiero otra cosa.

Duncan casi se atragantó con su saliva por lo que escuchó, pero prefirió no decir nada. Estaba acostumbrado.

―¿Violeta? No tengo mucha, pero puedo darte la receta. Solo ayúdame.

¿Cómo ella tenía la receta de esa sustancia? Entonces todo tomó forma. Ella siempre fue la que creaba esa sustancia. La diseñadora de Violeta. Cobraron sentido tantas cosas que mi sonrisa se ensanchó.

―Tampoco me interesa la Violeta, mi niña ―respondí―. ¿Entendés? Soy tu única salida. Tu escape. Espero que estés dispuesta para negociar todo. Y no es mucho lo que pido. Solo a vos.

Hubo silencio. Una larga pausa de un par de segundos donde Sofía se replanteaba la idea. Era eso o la cárcel. Ella iría bastantes años.

―Vení a buscarnos dentro de una hora.

―Espero que cumpl...

Lallamada se cortó, pero el trato estaba hecho.

Lallamada se cortó, pero el trato estaba hecho

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Efecto Violeta (Ciencia Ficción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora