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Unos días después, me encontraba vestido de negro en un cementerio que parecía un laberinto sin fin, con tumbas y lápidas grises que parecían susurrar secretos de penas pasadas. Los nubarrones en el cielo, pesados y amenazantes, prometían una lluvia que vendría a llorar por nosotros, como si el mismo universo lamentara la pérdida. Sofía no había aparecido en el funeral de Julieta, y noté que Martín ni siquiera se tomaba la molestia de mirarme; su mirada estaba perdida, honda y oscura, y comprendí que el peso de su dolor era un eco del mío propio. Había sentido ese mismo dolor, esa punzada intensa y permanente en el pecho que jamás se iría, cuando perdí a mi madre.

—Esto no debió pasar —escuché decir a Martín, su voz quebrándose como cristal.

No respondí. Sabía que nadie, en esos momentos de duelo abrumador, ansiaba respuestas. Solo necesitaban ser escuchados, como un faro en la tormenta de sus emociones. La vida, en su cruel irreflexión, parecía burlarse de nosotros.

—Puedes irte, Andrew —dijo con un susurro cargado de desolación—. El funeral ya terminó y quiero estar solo con ella.

Asentí lentamente, mi corazón latiendo como un tambor en la distancia. De su dolor, me fui llevando el mío. Apreté en mi mano una carta que había escrito en las horas más oscuras de la noche, plagada de pensamientos sobre culpabilidades, sobre la trágica intersección de nuestras vidas. Allí estaba la respuesta que tanto anhelaba, el hilo conductor que parecía atar nuestras almas a un destino cruel. Me di media vuelta y me dirigí a mi auto, pero antes sentí la necesidad de dejarle algo más.

—Martín —lo llamé, mi voz temblando en la brisa fría—. Sé que eres el más consciente del grupo, así que no cometas errores. Lee la carta cuando tengas tiempo.

Era un consejo que sabía difícilmente podría seguir. Con un último vistazo hacia la lápida de Julieta, me marché, dejando atrás no solo una carta, sino fragmentos de mi alma. Le había dejado toda mi fortuna a Martín, un gesto cargado de esperanza y desesperación, esperando que supiera cómo canalizar esas riquezas hacia un propósito digno. Miré al cielo, buscando el brillo de Marte, mi antiguo hogar, ese rincón del universo donde mi corazón había latido con fuerza, donde mi vida había cobrado sentido, donde había conocido a Sofía.

—¿Dónde estás, Sofía? —pregunté al viento, sintiendo su ausencia como una herida abierta en mi pecho.

A pesar de todo, y aunque cada fibra de mi ser seguía enamorada de ella, sabía que la tragedia que nos había arrastrado aquí era, en parte, mi culpa. Había sido su cómplice, permitiéndole entrar en mi vida, en mi corazón. Pero nunca imaginé que esa decisión abriría las puertas a un laberinto de dolor, creado por una ladrona que me había robado no solo el dinero, sino una parte de mi propia esencia. Agradecía haberla conocido, pero desearía que las cosas hubieran sido distintas. Porque no quería ser como ella, no quería vivir la vida que me había ofrecido de forma envenenada. Era hora de rectificar, de tomar el camino correcto.

Con determinación, me dirigí a la embajada marciana más cercana en Nueva Roma, resignado a entregarme a las autoridades. Talía me había estado siguiendo como sombra persistente, pero Sofía había dejado su vida en un caos perfectamente organizado, sin rastro alguno que me implicara. Cuando me interrogaron sobre los demás, simplemente exhalé y respondí que estaba solo, que había decidido enfrentar el abismo sin compañía. Declaré que había donado todo mi dinero a la caridad, que cada uno de esos billetes había desaparecido en el viento, como mis ilusiones.

La noticia resonó por días, semanas y meses, convirtiéndose en la comidilla de todos. Era el tema candente en todas las redes sociales. Me convertí en la figura mítica que la gente adoraba a distancia. El Robin Hood de Marte. Finalmente, la justicia decidía por mí: cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional. Fue un precio monstruoso a pagar por mis errores, por el remordimiento que llevaba a cuestas, por la vida que jamás habría imaginado y la que, en mi locura, había dejado escapar. 

Efecto Violeta (Ciencia Ficción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora