Al día siguiente, me desperté con un dolor en el estómago que me había estado atormentando desde hacía semanas, quizás meses. Era un dolor profundo y punzante, uno que desgarraba mis días y convertía cada amanecer en una lucha. Siempre he tenido esa inseguridad, ese monstruo interno que me susurra al oído que soy una molestia para todos, así que no se lo conté a nadie. ¿Para qué preocupar a quienes me rodean con mis problemas cuando todos llevan sus propias cruces?
Esa tarde, en un impulso de desesperación, decidí ponerme en manos de la tecnología. Descargué una app que prometía ser capaz de escanear mi cuerpo entero y detectar cualquier enfermedad. Era improbable que estuviera embarazada, o eso pensaba; la idea de que la incertidumbre sobre la eficacia de mis medicamentos me agobiara era aterradora. Sin embargo, lo que la aplicación reveló fue un balde de agua helada en mi pecho: estaba embarazada. Pero esa revelación fue seguida de la sentencia brutal: había perdido al bebé.
El dolor del aborto natural se intensificó, y en mi interior, una tormenta de culpa y autodesprecio se desató. Quizás la pérdida había sido consecuencia de mi creciente adicción a Violeta, esa sustancia que había tomado como un salvavidas para anestesiar el dolor que me dominaba, sin darme cuenta que estaba condenando a mi hijo a una muerte silenciosa. Era un acto de pura traición: había dejado que el veneno entrara en mí y, con ello, había apagado la chispa de vida que llevaba dentro.
No pude retener las lágrimas cuando se lo conté a Martín. Al escucharlo, se desmoronó, su tristeza y desesperación eran un eco doloroso de sus sueños perdidos. Tener un hijo era parte de su lista de anhelos, y perderlo, aun sin haberlo sabido, aplastó su espíritu.
‒Estaremos bien, Julie ‒me dijo, pero sus palabras eran un débil intento de mascarar su propio dolor.
Nos abrazamos en el sofá gigantesco, la habitación se llenó de un silencio pesado, como si el aire mismo se volviera denso y casi irrespirable. Yo me repetía que era una idiota, una completa impostora.
‒No lo eres. No lo sabías ‒me respondió, pero su voz temblaba, y mis propios miedos se atormentaban como un eco en mi mente.
‒No debí probar esa porquería ‒murmuré, mis ojos fijos en la bolsita de Violeta que yacía indiferente en la mesita de centro, como si ese pequeño paquete pudiera llevarse toda mi culpa.
‒Necesitamos llevarte al médico ‒insistió Martín, el temor en su mirada se mezclaba con la desesperación.
‒No quiero ir, no lo merezco ‒respondí, sintiéndome más pequeña que nunca. Iba a ser madre, iba a construir una vida con Martín, y lo había arruinado todo. Siempre arruinaba todo. Si no hubiera escondido mi dolor tras el velo de esa sustancia, ahora podría estar sintiendo los latidos de mi hijo en mi vientre. Si no hubiera conocido a Sofía, quizás nunca hubiera caído en esa trampa. Pero no quería colocarle esa pesada culpa; ella era mi mejor amiga. Nadie me obligó a probarlo. Fue una decisión mía y, lo que es aún más devastador, lo hice con una siniestra sensación de placer, cada día un poco más.
‒Hay un consultorio en la planta baja ‒insistió Martín, y en su voz había una vena de determinación que apenas podía soportar‒. Te harán algo, necesitas esto.
‒Por favor, déjame ‒le pedí, sintiéndome abrumada por la tormenta emocional que rugía en mi pecho.
Martín se levantó, su figura se alzó con decisión en medio de nuestro caos.
‒Iré a llamar a Andrew ‒dijo con una firmeza que me desarmó.
‒Tú quédate en el sofá. Estarás bien. ‒Pero en su voz había un matiz de preocupación que me atrapó; sabía que esta lucha, esta batalla por la vida, apenas comenzaba, y que las sombras de la culpa y el dolor serían mis compañeros constantes en el camino.

ESTÁS LEYENDO
Efecto Violeta (Ciencia Ficción)
Ciencia Ficción«Él se enamora de ella perdidamente. Lo que no sabe es que Sofía tiene un secreto. Un plan que hará que la vida de Andrew parezca una película de gánsteres». Andrew Olsson, un joven apasionado por el cine clásico, lleva una vida monótona como mozo e...