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ITACHI se fue poniendo cada vez más nervioso mientras esperaba a su esposa junto al avión. Él solía estar siempre tranquilo, pero su estado de agitación se debía, sin duda, a que se había tenido que casar. Aunque no fuese un matrimonio de verdad, él tenía la sensación de que sí lo era.

El corazón había estado a punto de salírsele del pecho al verla tan guapa, del brazo de su padre, al final del pasillo. Vestida de la cabeza a los pies con un traje de encaje que se pegaba a cada una de sus curvas, con el rostro cubierto por un velo, toda de blanco.

Había pasado las dos últimas semanas intentando convencerse de que, en realidad, no le gustaba tanto, pero lo cierto era que había subestimado su atractivo.

Se había casado con ella por ayudar a su hermano y compensarlo por todos los sacrificios que había tenido que hacer en la vida.

Y no se arrepentía. Odiaba estar en deuda con alguien y al hacer aquello por su hermano y por su país tranquilizaba un poco su conciencia.

«Pero ese no es el único motivo por el que te has casado», le dijo una vocecilla en su interior.

Una vocecilla a la que llevaba dos semanas ignorando, aunque, en realidad, no podía negar que también había influido en la decisión la tensión sexual que tenía con Sakura. Y el deseo de mantenerla alejada de lord Ōtsutsuki.

Pero ¿quién iba a mantenerla alejada de él?

Itachi suspiró. Nadie. No haría falta. Tal vez quisiese acostarse con ella, pero no iba a hacerlo. No iba a jugar con ella. No solo era la futura reina de Berenia, sino que era una mujer que buscaba una relación seria, a largo plazo, y él no era el hombre adecuado.

Una verdad que lo fastidiaba, aunque no sabía por qué. Nunca había sido el hombre adecuado para ninguna mujer. Su vida era perfecta como era, aunque Sakura lo considerase un hedonista.

Sacudió la cabeza. Cualquier monje budista debía de tener una vida más emocionante que la suya. Ni siquiera la modelo española lo había inspirado lo suficiente como para llevársela a la cama.

Sakura sí que le gustaba. No lograba sacársela de la cabeza, pero no la iba a tocar.

Se miró el reloj. Solo llevaba veinte minutos esperándola, pero tenía la sensación de que habían pasado veinte años.

Por fin la vio aparecer por una puerta lateral del palacio, tremendamente atractiva, vestida con vaqueros, una chaqueta ligera y el pelo recogido en una cola de caballo.

La tensión de su pecho se calmó al verla. ¿Acaso le había preocupado que no fuese?

Molesto con la idea, frunció el ceño.

–Espero que traigas una chaqueta un poco más gruesa. En Londres no hace tanto calor en marzo.

Ella lo miró con sus preciosos ojos verdes y Itachi se dijo que todo aquello no era solo culpa de ella, así que tenía que calmarse.

–Shizune ha debido de meter una, sí.

Su asistente, que estaba a su lado, asintió con entusiasmo.

–Sí, Alteza. Y si bien sé que también lleva su ordenador personal, su padre ha dado la orden explícita de que nadie la moleste durante su luna de miel, así que no podrá trabajar.

Sakura se puso tensa al oír mencionar la luna de miel, pero sonrió cariñosamente a Shizune.

–Entendido –le respondió.

Shizune hizo un sonido con la garganta, como si no la creyese, y Itachi se preguntó por la relación que había entre las dos mujeres. Sakura tenía fama de ser una mujer fría y distante, pero era evidente que se sentía muy unida a aquella otra mujer a pesar de sus distintas posiciones. Había pocas cosas que Itachi admirase más que las personas en puestos de poder tratasen a aquellos que los servían con respeto y amabilidad.

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