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ITACHI miró la pila de trabajo que había sobre su escritorio como si pudiese hacerlo desaparecer con la mirada. La promesa de la primavera se había alejado de Londres y la lluvia golpeaba los cristales de su despacho como si un dios furioso estuviese lanzando espadas desde el cielo.

Aunque a él le daba igual, no tenía intención de salir de allí en mucho tiempo porque no quería volver a casa y encontrársela vacía.

Llamaron a la puerta y supuso que se trataría de Tenten, pero era Naori. Les había dicho a sus hermanos que estaba enfermo y que no quería contagiar al bebé, pero ya habían pasado ocho días y su hermana había querido ir a comprobar cómo se encontraba.

–Pensé que te habías marchado a Nueva York –comentó él en tono amable.

–Tenía que hacer algo en Oxford antes de marcharme –le respondió ella acercándose y sentándose al otro lado del escritorio–. Y luego Tenten me llamó y aquí estoy.

–¿Tenten te llamó? –preguntó él con el ceño fruncido.

–Y tengo que confesar que ahora lo entiendo. Tienes un aspecto horrible.

–No me he afeitado desde hace... varios días, nada más.

–Ni tampoco has dormido desde hace varios días, a juzgar por tus ojeras. ¿Qué ocurre?

–Trabajo –entonó él–. Ahora, ¿hay algún otro motivo por el que querías verme?

–¿Cómo está Sakura? Shisui me ha contado que se ha vuelto a Berenia. Bueno, me lo ha contado todo, pero yo te conozco y te he visto con ella, así que sé que era real.

–Dentro de tres mil cuatrocientas treinta y dos horas estaremos divorciados –le respondió él.

–Oh, Itachi.

Itachi se levantó de la silla y fulminó a su comprensiva hermana con la mirada antes de ponerse a mirar por la ventana.

–Pero tú la amas de verdad, ¿no? –le preguntó Naori.

–Si esto es amor, no lo quiero –rugió él.

–Yo pienso que lo que te ocurre es que te da miedo.

–¿Sí? ¿Y qué es lo que me da miedo?

–Sentir. Amar.

Itachi resopló.

–El amor no existe –espetó–. Y si piensas lo contrario estoy seguro de que vas a sufrir.

–¿Como cuando éramos niños? Yo era muy pequeña, pero recuerdo lo enfadado que estuviste cuando mamá se marchó. Hiciste un agujero de un puñetazo en una pared, ¿recuerdas? Te rompiste los nudillos y tuviste que llevar la mano vendada seis semanas.

–¿Cómo sabes que le di un puñetazo a una pared?

–Porque te vi. Y, desde entonces, te encerraste en ti mismo y te apartaste de todo el mundo, incluso de Shisui y de mí.

–Siempre estaré ahí si me necesitáis, y lo sabes.

–Sí, pero no permites que nosotros hagamos lo mismo.

–Eso es porque yo no necesito a nadie.

Nada más decir aquello se preguntó por qué entonces se sentía tan mal con la marcha de Sakura. Por qué tenía la sensación de que su vida no tenía color de repente. Juró entre dientes.

Naori sonrió.

–Sé que el amor es un concepto que no te gusta, pero ella te ama.

–¿Cómo lo sabes?

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