Día 1, miércoles

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—A mí no me engañas - Dijo Manolín, moviéndose de un lado a otro como una mosca. - Estás huyendo .

Me lo dijo despacio casi susurrando, como si quisiera hacerme saber que podía contar con él para cualquier locura. Acababa de cumplir los 18 años y estaba feliz con su nuevo estatus de adulto dentro de la casa, aunque mis padres no tanto, que veían cada vez más lejano su acceso a una de las mejores universidades.

Por otro lado, yo, Luisita Gómez, a mis veintisiete años recién cumplidos, estaba permitiendo que los nervios del viaje me dominasen; todo porque la ciudad de Nueva York siempre me produce esa inevitable sensación de pequeñez que terminaba causándome dolor de cabeza.

- Acaba de llegar tu vestido de novia - anunció mi madre con entusiasmo. - Está colgado en la sala .

- Lo veré cuando vuelva —contesté casi con descuido. - Ahora no tengo tiempo .

Repasé mentalmente el contenido de mi bolso de mano mientras ella terminaba de irritarse.

- Todavía no comprendo por qué tienes que irte exactamente ahora —se quejó por enésima vez. - A falta de tan pocos días .

- No voy a volver a hablar de esto contigo —alegué, anticipándome a sus ganas de discutir. - Mamá, entiende que solamente quiero pasar unos días con María antes de la boda .

- ¿Ha pensado en Sebastián? —Contraatacó. —No creo que le agrade que te vayas sola. - No le parece mal, pero, en cualquier caso, no necesito su permiso .

- Es complaciente —gruñó. - Pero no estúpido. Y dejar solo a un hombre que está a punto de casarse no es muy inteligente.

- Por Dios, mamá, si quiere hacer algo a mis espaldas lo hará o no yo aquí de todas formas —suspiré un tanto exasperada.

- Sabes bien que no me gustan las compañías de tu prima —sermoneó. - Es libre de hacer lo que quiera siempre que yo no tenga que presenciarlo ni conocerlo . Lo que sí espero es que las cosas sigan tal y como están.

- ¿Están bien tal y como están?

- Están de la única manera posible.

- Le gustan las mujeres —me enfadé. - ¿Es ésa una buena razón para no poder venir a mi boda? ¿Es siquiera razón de algo?

- Cada quien hace su propio camino —concluyó muy seria. - Y el suyo hace muchos años que se separó del de la familia.

Mi madre, Manolita Sanabria, se relamía con sus propias sentencias y no podía evitar llenarse de razón contra la que, en tiempos, fue mi mejor amiga. María y yo habíamos sido como hermanas, criadas y educadas juntas desde la infancia. Clara Gómez, hermana menor de mi padre y de un puesto importante en la diplomacia en el este de Europa, había delegado en favor de mis progenitores la tutoría de su única hija, de modo que, durante muchos años y hasta su escisión familiar inexplicable, María había formado parte de nuestras vidas.

No deseaba volver a discutir con mi madre sobre mi prima así que esperé pacientemente la llegada de mi padre, diligente desde su despacho de la primera planta en cuanto supo que había llegado la hora de despedirse de mí. A diferencia de mi madre, Marcelino Gómez no necesita castigar a sus hijos con vanas palabras; le bastaba con mirarnos duramente para que nuestras piernas temblasen de incertidumbre, tal y como solía manejar a sus socios en las reuniones de trabajo. Afortunadamente, mi posición de primogénita y un currículo intachable como asistente contable en la constructora de la familia, G&S Company (Compañía Gómez Sanabria), me aseguraban su eterna indulgencia y toda clase de consentimientos paternos, de los cuales yo siempre había sabido sacar el mayor partido, ya que, para mi padre, yo he sido su ojito derecho.

10 días para ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora