Día 5, domingo

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La música y el escándalo ensordecedor proveniente de la playa nos aislaba de cuanto allí sucedía, pendientes solamente del contacto de nuestra piel. Llegamos a la habitación como pudimos, entre besos, caricias y leves gemidos que se escapaban de nuestras gargantas. Ya dentro de la habitación, comenzamos a besarnos más desenfrenadamente, con ansia desordenada, fundidas en un abrazo que nos permitió tocarnos sin condiciones mientras, a tirones, nos quitábamos la ropa; había pasión, había ternura, si, entre cada beso, pero también había deseo y lujuria, ninguna de las dos podíamos contenernos más, intentábamos dominar nuestras ganas para mordernos con suavidad, pero la necesidad me apresuró a devorarla, recorriendo con la lengua todos los espacios de su cuerpo hasta percatarme de que, por primera vez, había tomado el control sobre Amelia.

Ella intentaba suspirar despacio, dejándose beber durante un tiempo de caricias profundas, mientras yo recorría su cuerpo con mis manos, con mis labios, era verdad que yo nunca había besado a una mujer, nunca había tocado a una mujer, no sabía que debía hacer, pero estas ganas, esta sed que tenía de ella, no me dio tregua a pensar en que era primeriza, solo me dejaba llevar por esta sensación y deseo por ella, no pensaba en nada más.

Allí, aun de pie ambas, continúe llenándola de besos y caricias, intentando llegar a más, rozaba su piel con mis manos, subían y bajaban por su cuerpo y ella se dejaba hacer, ella jadeaba por el placer de cada toque, de cada beso que estaba lleno de emociones y sensaciones, mientras ella se abrazaba a mí, colocando sus brazos sobre mi cuello, yo bajé mi mano hacia su parte íntima, roce sus pliegues, fui buscando la manera de profundizar más el tacto, sentía un poco de temor de cruzar más la línea, pero este placer que me causaba el escucharla gemir ante cada toque, me incitaba más a llegar hasta el final, de pronto y sin pensar, abrí sus pliegues y rocé clítoris con mi dedo medio, ella contorneo su espalda al sentir mi tacto y soltó un ligero gemido en mi oído que me hizo estremecer, estaba tan húmeda, que me hizo sentir que yo también me humedeciera más, la toqué como a mí me gustaba ser tocada (cosa que solo lograba hacerme yo misma), rocé su clítoris con suavidad y después fui aumentando la velocidad, guiada por cada movimiento de ella, de pronto sentí como me abrazaba aun más con fuerza, mientras sus gemidos eran cada vez más fuertes sobre mi oído, era un exceso de emociones, exceso que terminó cuando sus ojos se cerraron y su cuerpo entero se arqueó, escondió su cara en mi cuello y podía escuchar su respiración agitada.

Aguardé que regresase a mi boca y entonces fue ella quien me arrojó sobre la cama y se recostó encima de mí y me besó de nuevo, tan dulce, pero también desesperadamente, de pronto estaba recostada de lado, una de sus manos bajo mi nuca y la  una de sus piernas entre las mías, con su mano libre recorria mi cuerpo con caricias, yo notaba el calor que provocaba al adentrarse en mi cuerpo. Quise hablar, pero no me dejó, obstinada en vigilar mi cara y mis gestos, satisfecha con cada aliento entrecortado que salía de mi garganta; cuando con cada tacto, me iba provocando un calor excesivo, calor que se convirtió en fuego tuve que sujetarme a su nuca y apretar los dientes, dejando escapar leves gemidos mientras ella me retenía implacable, tratando de que aguantase sus maniobras hasta el final, rozaba mi clítoris de una manera delicada, así como yo lo había hecho con ella, la velocidad subía y bajaba y yo sentía que no resistiría mucho. Su bello rostro a pocos centímetros de mi cara y su pelo, rozando mis mejillas, hicieron que mi corazón se acelerará más, sentía como me tocaba suave, pero a la vez bruscamente, me cuidaba, pero no podíamos ser tan delicadas ante cada sensación de tenernos así, piel con piel, cuando volví a sentir un nuevo forcejeo, la ola de sensaciones fue casi insoportable. Me dejé llevar y cedí, vencida por su morbosa sonrisa; entonces un aliento inesperado vació de aire mis pulmones mientras mi cuerpo se estremecía, incendiado como nunca antes lo había estado. Fue en ese momento cuando Amelia, por fin, me liberó. Entrelacé mis dedos a su mano mojada y la besé de nuevo, entre risas y sudor, irremediablemente pérdida por ella.

10 días para ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora