Melancolía

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Atsumu se había despertado más triste y melancólico de lo normal, había soñado con el momento más feliz de su vida para luego despertar y ver que aquello le había sido arrebatado.
Quería volver a abrazar a Momo, tenerla a su lado. Era injusto que no estuviera ahí.
Casi como si supiera que algo andaba mal una llamada de Osamu llegó a su celular.
— Oy, Tsumu. Deja de lamentarte hoy y párate ya – dijo cuando contestó.
— ¡Oy, Samu! ¡No estaba haciendo eso! No sé de qué me hablas – contestó Atsumu bufando al final.
— ¡Entonces muévete y come algo, idiota! – fue lo último que dijo Osamu antes de colgar.
Hablar así con su hermano le hacía bien, Samu era el único que no lo había tratado diferente después de haber perdido a su amada y eso le agradaba.
Le molestaba mucho que todos lo vieran con cara de lástima.
Eso no lo ayudaba, eso solo lo hacía sentir peor. También esa era la razón por la que no quería regresar a jugar, no podría soportar tantas entrevistas preguntándole por ella... No se podía ver dedicándole cada jugada a Momo porque entonces todo se volvería aún más real.
Se dispuso a levantarse y hacerse algo de comer, ahora comprendía porqué Samu le había hablado. No había notado la hora hasta que estaba cocinando.
12:30 pm, maldición cada vez despertaba más tarde.
No podía sacarse aquel recuerdo de la cabeza por más que hizo el intento de concentrarse en otra cosa.
Cerca de las 6 de la tarde estaba tan desesperado que simplemente tomó el balón y se dirigió a aquella cancha que tenía mucho que no iba.
Comenzó a calentar, recordó cómo era que Momo se sentaba ahí a verlo practicar mientras ella comía un helado.
Lanzó el balón lo más fuerte que pudo.
BOOM. BOOM. BOOM. BOOM.
Era todo lo que se podía escuchar cada vez que golpeaba para sacar.
Después de un tiempo sintió que alguien lo estaba viendo, aquello lo molestó mucho. Se volteó enojado dispuesto a sacar a cualquier persona que estuviera ahí en ese momento.
Pero en cuanto vió a aquel chico, sintió paz.
Tenía cabello rizado, algunos de aquellos rizos caían en su frente. Sus lunares en la frente hacían alusión a los dos puntos de un texto, eso le hizo sonreír. Traía ropa de deporte, guantes y cubrebocas.
Fue entonces que también se dio cuenta de que aquel chico estaba llorando.
Atsumu comenzó a acercarse hasta que él le dijo:
— No... No te acerques más... –
Fue entonces que el rubio se detuvo e incluso dio dos pasos para atrás.
— ¿Estás bien? – preguntó Atsumu.
— Sí... – contestó el pelinegro.
— ¿Por qué lloras? – siguió Atsumu.
— La verdad que ni yo sé... Pero no puedo limpiar las lágrimas. Mis manos están sucias – explicó aquel chico.
— ¿Cuál es tu nombre? –
— Sakusa Kiyoomi... –
Atsumu comenzó a reír un poco.
— ¿Qué te da risa? – preguntó Sakusa.
— Tu apellido suena chistoso. Kiyoomi... creo que es la parte del Omi lo que me da risa – aceptó el rubio.
Sakusa no dijo nada, solo lo vió. Por fin había parado de llorar.
— Eres bueno sacando... – comentó.
Atsumu sonrió.
— Gracias ¿Sabes de voleibol o también juegas? – preguntó con curiosidad.
— Solía jugar – admitió Sakusa.
— ¿Lo dejaste? –
— Mi enfermedad me obligó – fue lo único que dijo.
Si Atsumu lo veía bien, aquel chico parecía no tener fuerza alguna era demasiado flaco y le costaba imaginar que alguna vez jugó algo como el voleibol.
— ¿Por eso también el cubrebocas y los guantes? – soltó el rubio, aunque luego se arrepintió. Se estaba viendo muy entrometido.
— No realmente, un poco... Lo demás es misofobia – explicó Sakusa
— Miso ¿qué? –
— Misofobia, miedo a los gérmenes... Eso me diagnosticaron hace mucho – respondió.
Atsumu rió.
— Pensé que eso se llamaba diferente... Germenfobia o algo así – explicó el rubio.
Sakusa puso los ojos en blanco.
— No todas las fobias tienen nombres obvios, Atsumu – contestó a modo de reproche.
El rubio se dio la vuelta poniendo sus manos detrás de la nuca.
— Yo no te he dicho mi nombre – lo acusó.
— Saliste ayer en las noticias, ¿cómo no voy a conocerte? – se excusó el pelinegro.
Aquello no convenció del todo a Atsumu pero lo dejó pasar y continuó haciendo más saques.
Una vez que terminó Sakusa seguía ahí viéndolo, se sentía como cuando ella lo veía. No era raro que ahora estuviera de tan buen humor.
— Supongo... Qué debería irme – dijo el pelinegro parándose — Atsumu... No soy nadie para decirlo pero... Creo que deberías volver a jugar, a ella le gustaría eso – terminó de decir antes de caminar a la salida.
— Oy, Omi-kun... ¿Volverías mañana? – pidió Atsumu antes de que Sakusa se fuera.
El pelinegro solo asintió con la cabeza haciendo que Atsumu volviera a sonreír.

Mientras tu corazón siga latiendo ~FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora