Sebastián

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Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.

Despierta ríes, y al reír, tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.

Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve.
Suave como el rastro luminoso
que deja un sol que muere...
"¡Duerme!"

Despierta miras, y al mirar, tus ojos
húmedos resplandecen
como la onda azul, en cuya cresta
chispeando el sol hiere.

Al través de tus párpados, dormida,
tranquilo fulgor viertes,
cual derrama la luz templado rayo
lámpara transparente...
"¡Duerme!"

Despierta hablas, y al hablar, vibrantes,
tus palabras parecen
lluvias de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.

Dormida, en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue
escucho yo un poema, que mi alma
enamorada entiende...
"¡Duerme?"

Sobre el corazón la mano
he puesto porque no suene
su latido, y de la noche
turbe la calma solemne.

De tu balcón las persianas
cerré ya, porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte...
"¡Duerme!"

(Rima XXVII, Gustavo Adolfo Bécquer)

Día 2:
"Tía Lucía ha dicho que, al no conocer mucho sobre Sebastián, celebraremos su cumpleaños cada 20 de Enero, siendo éste el día de San Sebastián Mártir, Sebastián aceptó la fecha.
A la niña la llamamos Yayoi, ya que sólo eso logra salir de su boca.
Parece entender el español perfectamente, pero se niega a pronunciar palabra o abrir su boca para otra cosa que no sea comer."

Recuerdo...
A mamá arropándome, llamándome "León"...
Y luego despierto... No era mamá...
Y no me decía "León"...
Mi vida no es más agraciada que la de otras personas:
Nací en la noche. Nadie sabe qué día.
Mamá huía de su familia.
Preñada y con otro niño de 6 años, llegó a un convento donde le dieron posada.
La madre superiora la hizo de matrona cuando fue el tiempo de tenerme.
Claudio siempre dijo que le robé el alma a mamá.
Que al formarme en su vientre, no tuve alma y al nacer, se la quité para poder vivir yo.
Su desprecio por mí siempre fue evidente.
Me culpaba de la muerte de una madre a quien nunca conocí.
Decía que mi padre la había llenado de ilusiones al comprometerse con ella.
No conozco mucho de mi vida realmente.
Lo poco que sé, es porque Mauricio me ayudó a saberlo.
Mauricio nos acogió a Yayoi, la niña japonesa que logré rescatar de entre la basura. Mi primera intención fue llevarla con la policía local, pero se negó rotundamente aferrándose a mi... No pude evitar compadecerme de la niña y la llevé conmigo a mi escueta casa... En ese entonces, Claudio y yo vivíamos cerca de un río en Chimaltenango.

Sentía envidia... Envidia de lo que éste tal Sebastián pudo haber compartido con Mau... Envidia de la vida que llevó con él... Envidia del cariño que pudieron haber compartido...

Me separé de mi hermano hace casi 4 años, cuando me ofreció de ayudante para un hombre que cuidaba el jardín de un convento. Creí que por fin tendría la vida que siempre deseé... Una vida de paz... No podía estar más equivocado: El tipo era un borracho al que le gustaba darme palizas sólo por respirar, pero ante las hermanas del convento era el hombre más bueno y hasta podía ser santo, decían engañadas. Me cansé de ello. Huí. En mi camino, encontré a Yayoi tirada en la calle, cerca del lugar donde la mayoría de la gente tiraba la basura. Era tarde noche y no podía hacer el ojo pacho ante ella, golpeada e inconsciente. La cargué en mis hombros  y la llevé a una clínica cercana a donde me estaba hospedando. Ahí expliqué cómo la encontré y las enfermeras la atendieron. Una de ellas se me hizo muy familiar: Era una de las tantas mujeres de mi hermano Claudio, y ella le dió aviso: "La niña asiática y tu hermano están aquí".  Sin pensarlo 2 veces huí de nuevo, pero esta vez, no iba solo, y tampoco sin propósito. Pasamos unas noches en mi casa improvisada hasta que estuve seguro que podíamos irnos sin que Claudio supiera mi nueva ubicación. Llegando a Antigua Guatemala, el destino nos hizo conocer a Mauricio, y el resto es historia... Nos ayudó a escondernos de la policía un tiempo, y cuando por fin conocimos agentes de confianza... Mauricio falleció. Aunque estábamos en un lugar seguro, yo no me sentía así. Más bien, me sentía sobrecogido de que Claudio nos encontrase y le hiciese algo a Mauricio... Porque Mauri se estaba convirtiendo en mi punto débil... Me estaba enamorando de él...

Sin embargo, siempre supe que mi sentimiento era algo unilateral, siempre supe que Mauricio amaba a otra persona, al tal Santiago que lo abandonó cuando Mauri más lo necesitaba... El día anterior a que Yayoi y yo llegáramos, Santiago se fue a su país natal tras su prometida y el dinero de su familia. Y hasta su último aliento, Mauri no dejó de amarlo ni por un segundo. Por más que mi corazón moría junto a Mauri... No importó que yo fuese el que estuvo junto a él en su lecho de muerte, recitándole por no sé cuál vez la rima 27 de Bécquer, su favorita... Mauricio amaba a Santiago y yo no podía cambiar eso... 

Siento envidia... Envidia de lo que éste tal Santiago despertó en Mauricio... Envidia de la vida que llevaron juntos y del constante recuerdo suyo que no me dejaba siquiera asentarme ne l coarzón de Mauri... Envidia de que Mauricio le amara a él y no a mí...

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