Viaje

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Aquí empezó y aquí terminará.

Me levanté con el alba. Escuché el abrir y cerrar de las diferentes puertas del hotel. Poco a poco tomo consciencia de dónde estoy.

[-Tu maestro, Mauricio, falleció ayer Jueves, y harán el entierro el Domingo por la mañana.]

Calle Ancha es un hotel que está en los límites de Antigua Guatemala. No es muy caro y es un lugar apacible.

[-Debes leer con atención Tiago, porque siempre cometes el error de no analizar los textos.
-Mauricio... No entiendo éstos libros.
-No los entiendes porque te cierras a ello.]

Sobre el umbral de la entrada hay un enorme espejo.

-Dejaré mis maletas en el cuarto. Vendré a las 4 en punto. Le adelanto 1 semana aquí. -Extiendo el dinero directo a las manos de la muchacha que me atiende.
-Muchas gracias, tenga buen día señor.

A mis 11 años, mi hermana tuvo que dejarme. Tenía un viaje de negocios y no podía andar por ahí con un niño enfermizo.
Fue entonces que optó por internarme durante el tiempo que durara su viaje.

Recuerdo la pequeña casa a las afueras de Antigua.
Estaba en una desviación de la carretera. Tenía un huerto, un pozo y olor a vaca muy penetrante.
Nos recibió un muchacho alto, de tez grisácea y cabellos muy amarillos.
Tenía una voz ronca, vibrante. Despedía un olor a humedad. No era agradable al olfato realmente, pero tenía un leve toque a lavanda, y eso hacía que el olor mejorara un poco.
Circe me había contado que éste joven había educado al sobrino de Facundo, su extraño novio obsesionado con los caracoles.
Dijo que vendría por mí dentro de 6 semanas.
Me dió un beso en la frente, me dió su bendición y se marchó.

Mauricio Orizza tenía 19 años cuando me invitó a pasar a su diminuta casa de bahareque que tan sólo me provocaba desconfianza al ver sus palos y blancura mucho más colorida que su cara.
Lo primero que noté fue la enorme pila de periódicos.
Estaban amarillos y hedían a papel mojado.
No habían muchos muebeles, sólo un escritorio, un sillón, un catre y una cómoda muy grande. Sin embargo, todo el suelo cercano al escritorio tenía pilas y pilas de libros.

[-Tiago, Eva es una niña buena. Además, a ti te gustaba cuando eras pequeño... ¿Qué ha cambiado, muchacho?
-Yo... Amo a otra persona... Y quiero ser feliz al lado de ésta, pero si me caso con Eva... Dejaré mi felicidad... ¿Y todo para qué? ¿Para reclamar el sucio dinero de mi madre?
No quiero esa porquería si a cambio debo alejarme de quien amo.
-¿Conozco a esa persona?
-Perfectamente, maestro.]

Las calles de Antigua transmiten una paz y una nostalgia indescriptible. Debes estar en ése lugar para poder experimentar la tranquilidad de una fresca mañana, caminando, sin ver tantas personas...
Un desayuno en el mercado local siempre es de las mejores experiencias que se puedan tener en Antigua.
Ando por entre sus calles hasta encontarme frente al Cerro de la Cruz. Subir casi 300 gradas es un excelente ejercicio para mantenerse en forma, ¿No? Bueno..., Mau siempre decía eso.

Mau... Mau... Mau...
Todo al final siempre resulta en Mauricio.
¿Cómo pude abandonarlo cuando recién se le había detectado cáncer de estómago con metástasis?
¿Qué clase de amigo fui?
¿Qué clase amor fue ése que tanto guardé, y al final jamás pude revelar?
La voz de Mauricio resuena en mi mente: "Tiago".
Él era el único que me llamaba así.
Él era el único.

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