La señorita Stacy sus alumnos organizan un festival

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Era otra vez octubre cuando Ana estuvo nuevamente en condiciones de regresar al colegio; un octubre glorioso, todo rojo y oro, con dulces mañanas en que los valles estaban cubiertos por brumas delicadas, cual si el espíritu del otoño las hubiera puesto allí para que el sol tallara amatistas, perlas, plata y rosas. El rocío era tanto, que los campos parecían cubiertos por un manto de plata y había enormes montones de hojas muertas en las hondonadas, crujientes bajo los pies. El Camino de los Abedules era un amarillo dosel y los helechos lo bordeaban, secos y pardos. El aire tenía un gustillo que inspiraba los corazones de las damitas y las hacía correr, contentas, al colegio. Era tan agradable estar otra vez en el pequeño pupitre junto a Diana, con Ruby Gillis saludando con la cabeza desde el otro lado del pasillo, Carne Sloane mandando notas y Julia Bell enviando goma de mascar desde el pupitre trasero. Ana lanzó un largo suspiro de felicidad al tiempo que sacaba punta al lápiz y arreglaba las ilustraciones sobre su pupitre. La vida era por cierto muy interesante.

En la nueva maestra halló otra amiga servicial y verdadera. La señorita Stacy era una mujer brillante y simpática que poseía el feliz don de ganarse y mantener el afecto de sus alumnos y de sacar a la luz lo mejor que había en ellos, mental y moralmente. Ana se abrió como una flor bajo su múltiple influencia y llevó a casa, al admirado Matthew y a la crítica Marilla, un brillante informe de sus progresos en el colegio.

—Quiero a la señorita Stacy con todo mi corazón, Marilla. ¡Es tan señora y posee una voz tan dulce! Esta tarde tuvimos declamación. Me hubiera gustado que estuvieran allí para oírme recitar «María, reina de Escocia». Puse toda mi alma en ello. Ruby Gillis me dijo, mientras regresábamos, que la forma en que recité el verso: «Ahora para mi padre, digo el adiós de mi corazón femenino», le hizo helar la sangre.

—Bueno, uno de estos días me lo puedes recitar en el granero —sugirió Matthew.

—Desde luego que sí —dijo Ana meditativamente—, pero no podré hacerlo tan bien, lo sé. No será tan excitante como cuando se tiene a todo el colegio pendiente de las palabras. Sé que no podré helarle la sangre.

—La señora Lynde dice que su sangre se le heló al ver a los muchachos subir a la copa de esos altos árboles en la colina de Bell, buscando nidos de cuervos el viernes pasado —dijo Marilla—. Quisiera saber si la señorita Stacy les estimula.

—Es que necesitábamos un nido de cuervo para estudiar historia natural —explicó Ana—. Ése era nuestro día de campo. Las tardes así son espléndidas, Marilla. ¡Y la señorita Stacy lo explica todo bien! Debemos escribir redacciones sobre nuestros días de campo y yo siempre escribo las mejores.

—Es mucha vanidad de tu parte decirlo. Será mejor que lo dejes a cargo de la maestra.

—Pero si lo dijo, Marilla. Y yo no soy vanidosa al decirlo. ¿Cómo puedo serlo si soy tan mala en geometría? Aunque estoy empezando a comprenderla un poco. La señorita Stacy hace que sea muy clara. Sin embargo, nunca seré buena en eso y le aseguro que ésta es una humillante reflexión. Las más de las veces, la señorita Stacy nos deja elegir los temas, pero esta semana debemos escribir una redacción sobre una persona distinguida. Es difícil elegir entre tanta gente interesante que ha existido. Debe ser espléndido ser distinguido y que escriban redacciones sobre uno después de muerto. Oh, me gustaría terriblemente ser enfermera para ir con la Cruz Roja a los campos de batalla como mensajero de la piedad. Eso, si no voy como misionera al extranjero. Sería muy romántico, pero uno debe ser muy bueno para ser misionero y eso sería un pero muy grande. También hacemos gimnasia todos los días. Hace el cuerpo grácil y facilita la digestión.

—Eso está por verse —dijo Marilla, que honestamente creía que era una tontería.

Pero todos los días de campo, recitados y ejercicios físicos palidecieron ante un proyecto que trajo la señorita Stacy en noviembre. Que los escolares de Avonlea debían organizar un festival para el día de Nochebuena, con el laudable fin de obtener fondos para una bandera para la escuela. Los alumnos se apuntaron inmediatamente al plan y comenzó en seguida la preparación de un programa; de todos los ejecutantes electos, ninguno se excitó más que Ana Shirley, que se lanzó a la tarea en cuerpo y alma, trabada como estaba por la desaprobación de Marilla. Ésta lo consideraba como una tontería de marca mayor.

—Te está llenando la cabeza de tonterías y ocupando un tiempo que puedes dedicar a las lecciones —gruñó—. No apruebo que los niños organicen festivales y corran de un lado a otro ensayando. Esto los hace engreídos y amigos de callejear.

—Pero piense en el buen fin, Marilla —rogó Ana—. Una bandera cultivará el espíritu de patriotismo.

—¡Tonterías! Hay muy poco patriotismo en vuestros pensamientos. Lo único que queréis es pasar un buen rato.

—Bueno, ¿no está bien eso de combinar patriotismo con diversión? Cantaremos seis canciones a coro y Diana lo hará sola. Yo estoy en dos diálogos: «La sociedad para la supresión de la maledicencia» y «La reina de las Hadas». Los chicos también interpretarán un diálogo. Y yo recitaré dos poemas, Marilla. Tiemblo cuando pienso en ello, pero es un temblor excitante. Y como final habrá un cuadro vivo: «Fe, Esperanza y Caridad». Diana, Ruby y yo estaremos allí, con blancas vestiduras y los cabellos sueltos. Yo seré la Esperanza, con las manos cogidas así y los ojos elevados al cielo. Practicaré las declamaciones en la buhardilla. No se alarmen si me oyen lanzar quejidos. Debo quejarme terriblemente a una de ellas y es realmente difícil conseguir un quejido artístico. Josie Pye está malhumorada porque no consiguió el personaje que quería en el diálogo. Quería ser la reina de las hadas. Eso hubiera sido ridículo, pues ¿quién supo alguna vez de una reina de las hadas tan gorda como Josie? Las reinas de las hadas deben ser delgadas. Jane Andrews será la reina, y yo una de sus damas de honor. Josie dice que le parece que un hada pelirroja es tan ridícula como una gorda, pero a mí no me preocupa. Llevaré una corona de rosas blancas en los cabellos y Ruby Gillis me prestará sus zapatillas de baile porque yo no tengo. Usted sabe que es necesario que las hadas vayan calzadas así. ¿Se imaginaría usted un hada llevando botas? ¿Especialmente con tacos color cobre? Vamos a decorar el salón con flores y plantas. Y entraremos de a dos en fondo cuando el auditorio esté sentado, mientras Emma White toca una marcha en el órgano. Oh, Marilla, sé que esto no la entusiasma tanto como a mí, ¿pero no espera que su pequeña Ana se distinga?

—Todo cuanto espero es que sepas comportarte. Estaré muy contenta cuando todo ese torbellino haya terminado y te puedas tranquilizar. En estos momentos no sirves para nada, con la cabeza llena de diálogos, quejidos y cuadros vivos. En lo que se refiere a tu lengua, es una maravilla que no se te gaste.

Ana suspiró y se trasladó a la huerta, sobre la cual brillaba la luna creciente a través de las desnudas ramas de los álamos, en un cielo verde manzana, y donde Matthew cortaba astillas. Ana cabalgó sobre un tronco y comentó el concierto con él, segura de tener un interlocutor apreciativo por lo menos esta vez.

—Bueno, creo que será un concierto bastante bueno. Y espero que hagas bien tu parte —dijo éste sonriendo. Ana le devolvió la sonrisa. Eran grandes amigos y Matthew agradecía a menudo no tener nada que ver con la crianza de la niña. Ésa era tarea exclusiva de Marilla; de haber sido suya, más de una vez hubieran entrado en conflicto sus inclinaciones y su deber. Tal como estaban las cosas, se hallaba libre para «echar a perder a Ana», como decía Marilla, tanto como deseara. Pero no era una disposición tan mala de las cosas; un poquito de «aprecio» de vez en cuando hace casi tanto bien como la más consciente crianza del mundo.

Ana la de Tejas VerdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora